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Siguiendo los pasos del ‘eterno nocturno’

El escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809) es el máximo representante de la literatura gótica, una figura que evoca pesares y cuya imagen hoy todavía cubre las calles de su natal Baltimore como atractivo turístico.

Por las calles de Baltimore, en Maryland, Estados Unidos, se desliza una sombra alada. Su reflejo se aprecia sobre las apacibles aguas del río Patapsco y toma velocidad al entrar en la U.S. Highway 40. Aletea para girar a la izquierda, y justo en la 203 N Amity St, Baltimore, se posa sobre el faro de una casa adosada de ladrillos rojizos.

El animal de ébano grazna y mira con curiosidad a quienes tocan a la puerta de la vivienda. “Debe ser algún visitante”, seguro pensará. Los golpes en la madera se vuelven a escuchar y el animal vuelve a pensar: “Debe ser algún visitante que desea entrar en mi habitación, algún visitante retrasado que solicita entrar por la puerta de mi habitación; eso es, y nada más”.

Entonces, finalmente, la puerta se abre y una chica vestida de negro, esboza una sonrisa y recibe a los visitantes: “Bienvenidos a la casa museo de Edgar Allan Poe”.

Poe, reconocido maestro del relato corto, la novela gótica y el terror, con obras universales como El gato negro, El pozo y el péndulo o Los crímenes de la calle Morgue, goza hoy de la fama que nunca tuvo en vida. Y las paredes de aquella casa se vuelven una extraña conexión entre el autor y sus modernos lectores.

Dentro, las reglas son sencillas: Las escaleras se deben subir de uno a uno. Antes de bajar, hay que asegurarse de que nadie esté subiendo. Y por supuesto: mostrar respeto y cuidado con todo el material.

El lugar es estrecho, oscuro, pero, extrañamente acogedor. Tiene un aire de melancolía, quizás por el “sedoso, triste y vago rumor de las cortinas purpúreas”. La primera habitación funge de recepción y tienda de recuerdos. Un espacio angosto sirve de puerta y se llega al segundo cuarto. Unos 16 metros cuadrados con libros, revistas e información de la vida del autor en esa, su ciudad natal.

Para llegar al segundo piso, unas escaleras de medio caracol llevan a un visitante a la vez; no es que permitan el paso de más.

Una vez arriba, la habitación de la izquierda tiene una pared con algunas frases de otros autores como Sir Arthur Conan Doyle, Charles Baudelaire, Stephen King o Jorge Luis Borges sobre la obra de Poe. En la pared de enfrente cuelga el árbol genealógico de la familia Poe. Mientras que en la habitación de la derecha, protegidos con vidrio, hay un maletín, una silla y un telescopio, posiblemente pertenecientes a Poe. Otra guía espera con rostro amable a los visitantes, diciendo un par de tal vez tristes verdades: “Por ahora solo la mitad de la propiedad está disponible a los turistas y la casa en realidad no le pertenecía a Edgar, sino a su hermana. Edgar no tuvo propiedades”.

En el tercer piso, un cintillo restringe la entrada a una habitación sencilla. Una cama, un baúl y sobre él, un libro, un tintero y un cuervo, cuyos ojos negros brillan como “las tinieblas y nada más”. “Posiblemente, esa no haya sido la habitación de Edgar. Lo más seguro es que él haya dormido por el área de la cocina”, dice la guía de abajo. Así, el recorrido termina en un lugar que no pertenecía al autor, con artículos que quizás le pertenecieron, pero, con la certeza de que en algún momento estuvo allí. Y eso se vuelve suficiente para el visitante, para el fanático que roza con los dedos la madera, las paredes, imaginando que las manos de Poe también pasaron por allí, eso y “nada más”.

Un camino a la necrópolis

Durante mucho tiempo quedé lleno de asombro, de temor, de duda, soñando con lo que ningún mortal se ha atrevido a soñar”, confesó el cuervo al ver salir a los visitantes.

Entonces, volvió a emprender vuelo asegurándose de ser seguido. Cruzó la ciudad hasta el Washington College Hospital, lugar al que Poe fue llevado el 3 de octubre de 1849, luego de ser encontrado tirado en la calle. Nadie sabe a ciencia cierta lo que le sucedió, unos le atribuyen su estado al alcohol, otros a la cólera, las drogas o a una golpiza por robo.

Lo único cierto es que el autor pasó días delirando, con algunos momentos de lucidez, aunque como buen escritor, sus pensamientos siempre jugaban con la realidad y la fantasía. “El lenguaje no puede describir el pozo que brota, se balancea y barre, como una tempestad, sobre mí, señalando la ‘alarma de la muerte’”, decía Poe a sus médicos. Y en otra ocasión gritó el nombre de “Reynolds” (que nunca ha sido identificado). El domingo 7 de octubre de ese mismo año, a eso de las 5:00 a. m., Poe murió. Se cree que sus últimas palabras fueron: “Señor, ayuda a mi pobre alma”.

Desde la distancia, el visitante mira los cristales del edificio, tratando de imaginar en cuál de las habitaciones Poe pasó sus últimas horas, pensando que “Otros amigos ya han volado lejos de mí; hacia la mañana, también él me abandonará como mis antiguas esperanzas”. A lo que el pájaro respondió entonces: “¡Nunca más!”. Y volvió a volar.

El lugar de descanso

Llegó entonces el ave al 515 W Fayette St, entrando al terreno de la vieja iglesia Presbiteriana, cuyo jardín es el cementerio de Westminster. Un sitio que, si bien está a orillas de calle, el silencio no es “turbado y la movilidad no da ningún signo; lo único que puede escucharse es un nombre murmurado”, el de Edgar Allan Poe, con cada visitante que aparecía.

Y el rostro del escritor sobresale de un adornado mausoleo al que, finalmente, le pega el sol. Una macabra fábula que hace alusión a las historias de Poe y a su vida marcada por el alcoholismo, perseguido constantemente por la pérdida (sus padres murieron cuando él era un niño y su esposa murió 12 años después de que contrajeran nupcias) y la sensación de fracaso.

Allí reposan los restos del autor junto con los de su esposa, rodeados con ofrendas como flores, cartas, calabazas o una bota. El visitante toca la piedra fría y se pregunta: ¿Qué le podría decir al escritor de tenerle frente?, ¿Alguna vez volverá a existir una pluma como la suya?.

Y el cuervo se sacude, grazna y repite una y otra vez: “¡Nunca más, nunca más!”.

poe Se casó con su prima Virginia Clemm en 1836, cuando ella tenía solo 13 años. Roy Espinosa