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El horror que se volvió esperanza

Se cumplieron 79 años de la explosión de la bomba nuclear que sacudió la ciudad japonesa de Hiroshima en 1945. Una de las sobrevivientes narra su historia.

Memorial de la Paz de Hiroshima, Japón, también conocido como Cúpula Genbaku. Cortesía Memorial de la Paz de Hiroshima, Japón, también conocido como Cúpula Genbaku. Cortesía

Desde la ventana de su baño, Hiroko Kishida, en ese entonces de seis años, buscaba en el cielo azul y despejado, el avión que escuchaba volar por su natal Hiroshima, Japón. Estaba en casa con su madre, abuelo y hermano menor, mientras que su hermano mayor asistía a la escuela y su padre se encontraba en China sirviendo como soldado.

No logró ver el avión, ni la bomba que lanzó a las 8:15 a.m. aquel 6 de agosto de 1945, pero recuerda el sonido de la explosión y como, en un instante, su vida cambió.

“Todo quedó completamente oscuro. No sabía si estaba viva o muerta. Sacudí la cabeza y supe que estaba debajo de los escombros de arcilla roja con que estaba construida mi casa. Sin pensar grité: ¡Mamá! ¡Socorro, ayúdame!”, recuerdó esta hibakusha que tenía 81 años en 2020 cuando contó su testimonio a La Prensa.

Hibakusha es el término en japonés para designar a los sobrevivientes de los bombardeos nucleares en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki (9 de agosto).

Considera un milagro que ella y su familia, lograsen sobrevivir. En parte por la distancia donde se encontraba su casa, a 1.75 kilómetros al norte del centro de la ciudad donde cayó la bomba, y porque en ese momento estaban justo detrás de la única pared que se mantuvo en pie de su casa.

Hiroko Kishida comparte su experiencia. Cortesía/ Laura Brenes Hiroko Kishida comparte su experiencia. Cortesía/ Laura Brenes

Mientras narra su historia, como voluntaria del Museo por la paz en Hiroshima, sus ojos en ocasiones se opacan, pero su voz se mantiene firme. Los recuerdos son claros, porque como declaró a este diario “se trata de otro tipo de memoria”.

“Todavía recuerdo a mi abuelo diciendo: ‘huyan, no se preocupen por mí, pronto caerá otra bomba’. Él tenía una discapacidad, por eso era consciente que no podía huir con nosotros. Mi mamá le dijo que iba a volver por él. Pero nunca pudo regresar'.

Emprendieron un viaje de escape al norte, junto con otros cientos de sobrevivientes. Sin zapatos, caminando sobre escombros, piedras y vidrios.

“En el camino comenzó a llover, pero eran gotas negras y muchas personas murieron a causa de esta lluvia radiactiva. Nosotros afortunadamente encontramos unos cobertores de paja que se usaban para proteger el cultivo. Todavía recuerdo el chorro negro de agua que bajaba por la superficie de tomates brillantes y rojos'.

Imágenes como la de una joven madre que suplicaba por agua y comida para su hijo muerto que cargaba sobre la espalda, pueden apenas describir la tragedia que le rodeaba. Pero la suerte les sonrió en varias ocasiones. Como cuando un granjero les regaló una bolita de arroz. “Todavía recuerdo ese sabor tan rico, creo que fue la bolita de arroz más rica del mundo”. O al encontrarse con una amiga de su madre, con la cual se quedaron a vivir por tres años.

Al día siguiente, luego de estar a salvo, su madre viajaba 20 kilómetros de regreso a la ciudad en busca de su hermano mayor. Una semana después, finalmente volvió cargando a su hermano, gravemente quemado.

Museo por la paz en Hiroshima. Cortesía Museo por la paz en Hiroshima. Cortesía

Sin poder llevarlo a un doctor, Kishida todavía recuerda cómo ella y su hermano menor rayaban pepinos para ponerle a su hermano sobre las quemaduras. “La herida se enfriaba y ya no sentía tanto dolor, pero al poco tiempo otra vez decía: ‘me duele, me pica’. Hasta que pudimos llevarlo al hospital para que le pusieran desinfectante cada 10 días durante 10 meses”.

“Cuando regresamos a la primaria, sus compañeros de la clase le decían: ¡qué asco, qué fea está tu herida! Porque tenía queloides. Se burlaban de él y lo apartaban. Pero como él era muy optimista no decía nada e iba conmigo silencioso a la escuela”.

Hoy Hiroshima es una ciudad renacida, cosmopolita y de gente amable. Salvo por la cúpula de Genbaku y el Museo de la paz, no hay rastros de la destrucción de aquella bomba. Pero gracias a las historias de los sobrevivientes, las nuevas generaciones saben que su ciudad es un recuerdo constante del horror de la guerra.

Es por ello que Kishida busca transmitir el mensaje que su padre le enseñó tras regresar a casa después de estar preso tres años en Siberia durante su servicio militar: “Nunca tienen que permitir otra guerra”.

Y Kishida remarca: “Ese es el motivo por el que doy testimonios, yo estuve allí y sobreviví, y tengo que contribuir en la construcción de la paz”.

Esta noticia se actualizó el 6 de agosto de 2024