Jorge Carrión es un “coleccionista de librerías”, así lo describió Ana María Aragón, propietaria de Casa tomada, una librería independiente de Bogotá que acogió en un íntimo ático un conversatorio con el autor sobre la reedición por Galaxia Gutenberg de su libro más conocido: Librerías.
Durante la conversación Jorge explicó que el libro original (Librerías, Anagrama 2013) había nacido de una casualidad cuando fue consciente del enorme archivo que había acumulado durante más de una década visitando las librerías de muchos países en varios continentes. Como un detective –profesión que quiso ejercer desde niño– tomaba fotos, conversaba con los libreros, recolectaba tarjetas, marcadores de páginas y memorabilia, que al regresar a casa encerraba en cajas que se fueron amontonando.
Fue así como buscando dar un sentido a ese mapa librero se dio cuenta que no existía ningún libro sobre el valor cultural de la librería, sólo existían publicaciones aisladas sobre establecimientos icónicos, realizadas muchas veces para celebrar aniversarios o con valor promocional.
“Así que decidí escribirlo yo”, confesó.
Esta nueva edición le dio la oportunidad de agregar un prólogo de Roger Chartier, un epílogo en el que abarca el panorama de las librerías desde el 2013 hasta la actualidad y también incluye un archivo fotográfico de muchas de ellas.

Tiene una portada para Jorge muy significativa. Realizada por el ilustrador argentino Max Rompo se trata de una librería en forma de lámpara en la que las luciérnagas son los lectores. Esto simboliza el optimismo de Carrión frente a la salud de las librerías que, según él, “pasan por un buen momento”.
La primera edición presentaba en la portada la foto de una biblioteca bombardeada, una imagen bastante pesimista. Para el autor existe un antes y un después para las librerías a partir de la pandemia en la que el mundo entero buscó refugio en ese objeto tan especial y más vigente que nunca: el libro.
Tuve la oportunidad de entrevistar a Jorge Carrión justo antes de la presentación de su libro en la Feria Internacional del Libro de Bogotá y donde además fue protagonista de varios conversatorios sobre cultura contemporánea y sobre otro de los temas que investiga: la inteligencia artificial.
¿Cómo ha evolucionado tu visión sobre las librerías desde la primera hasta esta edición?
Por un lado, yo en el 2012, cuando escribí Librerías, era un autor, digamos inocente, dado que nunca había publicado nada sobre el tema, no era percibido por nadie como alguien con autoridad para opinar y para hablar de librerías, porque no me había planteado nunca que mi pasión secreta se iba a volver pública, de modo que escribo el libro sin haber nunca entrevistado un librero, sino con apuntes, con lecturas de todos mis viajes y de historia de la lectura del libro. Y automáticamente, cuando se publica el libro, me convierto en un autor de referencia sobre el tema. Se traduce a 15 idiomas. Me empiezan a invitar a muchos lugares del mundo a conocer librerías, de modo que de esa experiencia surge el libro Contra Amazon (Galaxia Gutenberg, 2019), que son ensayos y crónicas de los viajes de presentación de Librerías en los cuales hablo de autores que conocí allí, en esos países o de librerías y bibliotecas que descubrí durante esos viajes.
En esta nueva edición incluyo un epílogo en el cual hablo de lo que ocurrió en el mundo de los libros desde 2013 hasta ahora. Mi perspectiva es más informada, menos romántica e ingenua. Y, no obstante, la conclusión que he extraído al hacer el fact checking de todas las librerías que mencioné hace 12 años, es que están abiertas, la mayoría siguen funcionando. De modo que el panorama es muy esperanzador. O sea, que de algún modo he vuelto al romanticismo después de constatar que las librerías viven un gran momento, uno de sus mejores momentos, de hecho.
¿Consideras que el sentido de las librerías ha cambiado en estos años? Ahora se combinan con otros usos como cafés, salas de eventos, restaurantes…
No, eso se mantiene desde hace mucho tiempo. Lo que ha cambiado ahora es que todas las librerías tienen redes sociales, página web, algo que hasta la pandemia no era así y de pronto ha cambiado también el sentido profundo de las librerías que no dejan de actualizarse. Porque las librerías ahora son, por un lado, el espacio de lo común en un mundo en el cual las redes sociales te personalizan, te individualizan lo que ves.
En las librerías, todos vemos lo mismo. Y, por otro lado, las librerías se han vuelto el lugar de lo editado, de lo curado, de lo comprobado, verificado por seres humanos, por editores, mientras que Internet, con la inteligencia artificial, se ha convertido en un territorio mucho menos fiable.
¿Crees que la tecnología está transformando la esencia de la librería?
Yo creo que la librería se mantiene fiel a su espíritu clásico, a su núcleo de sentido tradicional. De hecho, es un espacio más de desconexión que de conexión con lo digital. Es de reconexión con lo físico, con el papel, con los lectores, con los cuerpos, con lo humano.
Y de algún modo, lo que hace la inteligencia artificial es justamente reforzar esa dimensión clásica. Eso no quita que las librerías no pueden usar ChatGPT para crear metadatos para sus catálogos o que no puedan usar las redes sociales para difundir o para crear una relación personal con sus clientes. No, porque Whatsapp te permite enviarle un mensaje a un cliente y decirle ‘este libro creo que te va a interesar’. Aunque haya esa dimensión digital, ese exoesqueleto digital, hay un núcleo muy físico, muy tradicional, que yo creo que se tiene que defender.
Has experimentado con la inteligencia artificial en la producción literaria, ¿cómo fue esa experiencia?
Los campos electromagnéticos (Caja Negra Editora 2023) fue un experimento muy interesante, simpático, divertido, de algún modo pionero, porque en aquella época muy pocos autores en el mundo estaban trabajando con GPT2 y después con GPT3, lo que resultó en un libro que se ha convertido en un documento que nos recuerda cómo escribían las máquinas hace tanto tiempo como tres años. Me parece una eternidad por lo rápido que evolucionan los algoritmos de generación de lenguaje natural.
Aunque fue divertido no lo volveré a hacer porque no creo que tenga sentido repetir un ejercicio parecido, pero en su momento fue pertinente, interesante e incluso un gesto ético, porque yo creo que hay que incorporar lo no humano a nuestra vida y hacerlo en modo horizontal, ético y creativo, y no desde el lugar de la apropiación. Tampoco me parece razonable lo que hace mucha gente de inundar Amazon de libros escritos con ChatGPT o de hacerlo sin ningún tipo de conciencia.
El libro Los campos electromagnéticos fue hecho con conciencia, marcando un posible camino de trabajo, de relación entre los hombres y las máquinas.

¿Consideras que la inteligencia artificial es una herramienta creativa o una amenaza para la literatura?
Amenaza, no lo veo. Sí que es verdad que por un lado ha sido entrenada de un modelo legítimo. Por otro lado, consume una cantidad bárbara, absurda de recursos naturales, de modo que nuestra relación como usuarios con ella es problemática, pero no lo veo como una amenaza, dado que es hiperhumana.
Es el invento más complejo, más sofisticado que ha hecho el ser humano y me parece que es un camino natural del progreso, tal como lo hemos concebido en Occidente. Evidentemente hay que tener cuidado. Evidentemente puede ser peligroso en muchos aspectos. Pero en términos creativos me parece fascinante. Y si en algún momento la IA llega a escribir tan bien como yo, me jubilo. El mundo no necesita mis libros. O sea, la historia de la literatura tiene muchas etapas.
Hubo una etapa de milenios de oralidad y llevamos seis siglos desde la invención de la imprenta. Quizá empieza otra etapa y tenemos que ver cómo vamos a contar historias y transmitir el conocimiento en el nuevo contexto tecnológico.
¿Crees que los escritores juegan un rol en la era de inteligencia artificial?
Los escritores trabajamos con el lenguaje de un modo artístico o profesional. De modo que la IA pone en jaque a los modos en que el ser humano se relaciona con la lengua, de modo que yo creo que tarde o temprano todos los escritores se tienen que posicionar. Mi posición ha sido primero con Membrana (Galaxia Gutenberg, 2021) al imaginar un futuro distópico desde el lugar de enunciación de los algoritmos, después con Los campos electromagnéticos (Caja Negra Editora, 2023), ensayar formas más bien utópicas.
Ahora mismo no uso para nada la IA en mi trabajo y de hecho estoy escribiendo a mano más que nunca y haciendo esquemas y trabajando con cuadernos. De modo que cada uno tiene que ver cómo se sitúa en el nuevo panorama.
¿Puedes visualizar algunos escenarios de colaboración entre autores y la inteligencia artificial?
Claro, muchos. Yo creo que muchas películas se van a hacer con modelos de lenguaje, texto a imagen. De hecho, estamos trabajando con Artefacto Films en la adaptación de Membrana a una serie hecha con humanos y con inteligencia artificial. En música se trabaja mucho con IA, en texto hay menos casos, pero por ejemplo se ha publicado Hipnocracia (editorial Rosamerón, 2025), que es un libro escrito por un editor italiano en colaboración con inteligencia artificial, de modo que se está normalizando ese tipo de trabajo, igual que durante 30 años lo hemos hecho con Word, con Photoshop o con Google.
¿Cómo crees que debemos abortar el tema ético como los derechos de autor con el auge de la IA?
Las obras maestras de Studio Ghibli solo se pueden hacer artesanalmente y con los fantasmas, los miedos, las pasiones humanas de esos increíbles artesanos y artistas japoneses. Es decir, que la estética esté disponible no significa que se puede hacer una película a ese nivel.
No obstante, yo creo que los modelos de lenguaje que han sido entrenados con todo ese material deberían pagar por ese entrenamiento a todos los estudios creadores, a escritores y artistas, ya que han estudiado, y de algún modo han plagiado y se han apropiado de ellos. De hecho, ganan tanto dinero o quieren ganar tanto dinero con este negocio, que sería lo lógico que devolvieran parte de ese capital.
El problema es que el modelo se ha configurado con la experiencia de Google y Meta que nunca nos han pagado por nuestros datos. Entonces, como que hay un modelo delictivo.
De hecho, Facebook nació de una apropiación ilegítima de datos de Mark Zuckerberg de alumnos de Harvard. Y ese patrón se repite en el mundo digital. Entonces, yo creo, que efectivamente deberían pagar por haberse entrenado con esos textos e imágenes, y que eso difícilmente vaya a ocurrir por culpa de cómo está configurado ese sistema económico.
En ese sentido hay una tendencia de algunos medios de comunicación que indican que ciertos artículos han sido elaborados usando la IA. ¿Esto te parece ético?
Parece que en este momento sí. Creo que ese código de conducta, ese manual de estilo de algunos medios es correcto, pero intuyo que con el tiempo se va a naturalizar y que, igual que ahora ningún fotógrafo dice que ha retocado esa foto con Photoshop, ningún fotógrafo dirá, he retocado esta foto con IA. Y de igual manera, que corregimos los textos con el corrector de Word sin indicarlo o buscamos información en Google sin indicarlo, también con el tiempo, todo el mundo usará la inteligencia artificial. De hecho, todos la usamos porque en estos teléfonos móviles hay, tú me estás grabando en esta entrevista con un sistema de IA.
Y en cuanto a la brecha digital, ¿crees que la IA aumentará la exclusión?
La brecha digital y la brecha generacional son grandes problemas como lo fueron las redes sociales primero y probablemente la inteligencia artificial ahora con sus sesgos que apoyan el auge del fascismo global. Y empezamos hablando de la importancia de mantener el espíritu clásico de las librerías como espacios de resistencia, de verificación y de encuentro físico. Y yo creo que debería haber espacios clásicos en todas las zonas de la realidad, es decir, que debería haber bancos clásicos donde la gente mayor pueda sentirse segura, sin pasar por lo digital.
Es decir, debemos encontrar un equilibrio entre lo clásico y lo viral, entre lo físico y lo digital, justamente para evitar ese tipo de exclusiones. Efectivamente, vamos a tener que pensar en ese tipo de cosas porque todo pasa por la inteligencia artificial o por la web. En España ha habido manifestaciones de gente mayor porque no pueden entender cómo acceder a su dinero o hacer la declaración de la renta o tramitar documentos legales.
Quiero cerrar con las propias palabras de Jorge en el epílogo de Librerías: “Si nuestras experiencias cotidianas –laborales, culturales, incluso íntimas– dependen cada vez más de nuestras computadoras y teléfonos móviles, parece lógico imaginar que la librería debe ofrecer lo que no puede darnos la pantalla. Caricia o escalofrío, un espectro de fragancias, contacto visual, temperaturas y sabores, incluso un abrazo”.
Jorge Carrión es escritor y crítico cultural. Doctor en humanidades, dirige el Máster de Creación Literaria de la UPF-BSM y escribe regularmente en La Vanguardia.
Fue columnista durante casi siete años del New York Times y Washington Post. Es autor de las novelas Los muertos, Los huérfanos, Los turistas y Los difuntos (reunidas en la tetralogía Las huellas), Membrana, Todos los museos son novelas de ficción; y de los ensayos narrativos Australia. Un viaje, Teleshakespeare, Librerías, Barcelona, Libro de pasajes, Contra Amazon y Lo viral. Ha creado los pódcasts Solaris, Ecos y Gemelos digitales; la serie documental Booklovers; y varias novelas gráficas y exposiciones de arte en colaboración con destacados artistas contemporáneos.