Política

¿Por qué es tan corrupta la sociedad panameña?

Vista panorámica de Panamá La Vieja Torre de Panamá La Vieja. Alexander Arosemena (ALEXANDER AROSEMENA)

Un par de goles se vendían por 10 mil dólares, los auxilios económicos del IFARHU que debían ser para estudiar se convirtieron en una llave para grandes riquezas, los 850 millones de dólares de subsidio para abaratar el arroz desaparecieron el arroz de primera de los anaqueles de los supermercados, cientos de millones de dólares de gasto público se quedaron sin justificación porque con el cambio de gobierno se borraron archivos y se desaparecieron registros, en la operación Jericó se supo que a los supuestos capos de la droga se les avisaba cuando la policía iba a hacer un operativo, los bates de béisbol de la comarca Ngäbe-Buglé nunca llegaron, los hospitales de la Caja de Seguro Social no tienen insumos y los pacientes no tienen medicina, decenas de miles de puestos públicos eran botellas para premiar a políticos sumamente afortunados, y cientos de millones de dólares de créditos fiscales a la inversión turística fueron destinados a premiar inversiones de los donantes de campaña y amigos del poder.

Los ejemplos arriba mencionados son escándalos de corrupción, prebendas del poder, y muestras de la existencia de una cultura muy favorable a la impunidad. El léxico panameño recoge términos que evocan un tono positivo de los actos de corrupción: “juega vivo”, “El que no da no va”, “¿Que hay pa’mi?”, y por supuesto la burocracia le puso nombre a las botellas como “promotores comunitarios y deportivos”, “coordinadores de programas y proyectos”, o simplemente “ministro sin cartera”.

La corrupción como modelo económico

Al menos desde el siglo XVI el istmo de Panamá cumplió una función estratégica en el sistema mundo que empezaban a dominar los poderes europeos. Por Panamá pasó oro y plata de América del Sur camino a Europa, y de África pasaron esclavos que iban hacia el sur. En esa sedienta frontera entre el mundo europeo, lo que quedaba de las sociedades precolombinas y lo que llegaría a ser los otros componentes raciales de África, Asia y Medio Oriente, se construyó la identidad de este país.

Era sumamente cotidiano que se perdiera algo del oro y de la plata que iban a Europa, que se retrasaran los pagos a la burocracia española que toleraba el contrabando a cambio de alguna remuneración. En ese mundo, algunos de los promotores de la fe cristiana eran lo menos espiritual que había en la colonia. Los Archivos de India tienen ejemplos de relatos de sacerdotes y obispos que muy comprometidos con el celibato mantenían una muy prolífica actividad reproductiva.

A diferencia de otras colonias, la panameña era más que todo un sitio de paso, aquí se venía a comerciar, a pasarla bien y a cargar víveres para seguir la jornada. De la colonia al ferrocarril, la vida material de los panameños no mejoró mucho, las riquezas pasaron por aquí pero no se quedaban. Por eso prosperó tanto el contrabando y la evasión fiscal era muy común.

Con la construcción del Canal de Panamá, obra iniciada por los franceses y terminada por los estadounidenses, había riqueza pero no prosperidad, los ingresos pasajeros que produjo la venta de comida, las casas de inquilinato, los negocios escasos con la propia obra canalera, abrieron un universo de oportunidades en el bajo mundo: prostíbulos, cantinas, juegos de azar y por supuesto ventas de drogas. Unas cuantas familias panameñas tenían el negocio de la exportación del opio cuando se construyó el ferrocarril, por mano de obra china, y otros tantos controlaban el negocio de la prostitución en las zonas portuarias.

El Estado panameño gobernaba pero no mandaba en el territorio de Panamá. Existían grandes extensiones de territorio dominadas por otras fuerzas. Por ejemplo en la Zona del Canal mandaba el gobierno de los Estados Unidos, en las bananeras mandaba una multinacional, y en otras partes del país, un gamonal cualquiera decidía la suerte de quienes eran tan desafortunados de quedar bajo su control, eran prácticamente esclavos. El Estado panameño no fue un Estado funcional hasta finales del siglo XX.

La gran incertidumbre

Un término manído, espacio común de todas estas conversaciones, es el de la “certeza del castigo”. En palabras llanas, el que la hace la paga. El periodista Eduardo Ling Yuen acuñó un condicionante previo al castigo, “la certeza de la investigación”. El diseño constitucional y la arquitectura institucional de la justicia panameña están enfocadas a producir impunidad. ¿Cuántos corruptos de alto perfil hay condenados en firme con sentencia de la Corte Suprema de Justicia que andan por las calles o que nos sacan la lengua desde una embajada-cárcel?, ¿cuántas personas pueden darse el lujo de que el Órgano Judicial se pase años sin imputarla por unas láminas de oro, usando los subterfugios más burdos?, y ¿cuántas veces más escucharemos que no hay prueba idónea para juzgar a un diputado que en la calle todo el mundo sabe a qué se dedica?.

La impunidad es la madre de la corrupción. Si los corruptos tienen certeza de algo en este país es que muy pocas veces los van a investigar, muchas menos los van a condenar, y aún más raro es que los encierren bajo llave. Luego está lo que pasa en las cárceles panameñas, que distan muy lejos de rehabilitar a nadie.

La corrupción en Panamá es el resultado de cinco siglos de una cultura de tránsito, una economía del juega vivo, y un Estado debilitado y secuestrado precisamente por aquellos a quienes debería controlar. La gran tragedia panameña es que en las gradas de este gran coliseo de la corrupción el pueblo aplaude cuanto más le roban, con la esperanza de que se caigan algunos centavos de los sacos que contienen los millones de dólares que siempre se roban. Esa película ya la hemos visto tantas veces y siempre tiene el mismo final: los villanos huyen con su botín al amanecer.