En 1823, durante su quinto discurso sobre el Estado de la Nación, el entonces presidente de Estados Unidos, James Monroe, pronunció las célebres palabras: “América para los americanos” como un mensaje de apoyo moral a los movimientos de independencia que habían tenido éxito en América Latina y el Caribe. Monroe hizo un gesto simbólico a las potencias europeas, indicando que Estados Unidos no permitiría que reconquistaran viejos dominios o colonizaran nuevos territorios.
En la práctica, era muy poco lo que entonces podía hacer Estados Unidos por los movimientos independentistas, ya que apenas contaba con una pequeña fuerza armada y su marina de guerra no le hacía sombra a la marina británica. Fue con el pasar de las décadas que la doctrina Monroe adquirió otra naturaleza.
En 1880, el entonces presidente de los Estados Unidos, Rutherford Hayes, acuñó un corolario que redimensionó el alcance de la doctrina Monroe para esta parte del mundo. El presidente Hayes dijo: “Para evitar la injerencia de imperialismos extracontinentales en América, los Estados Unidos deben ejercer el control exclusivo sobre cualquier canal interoceánico que se construyese”. Con pelos y señales, el pronunciamiento de Hayes representaba una extensión de las ambiciones territoriales de Estados Unidos en el continente americano.
En 1904, uno de los sucesores de Hayes, el presidente Theodore Roosevelt, formuló su propio corolario a la doctrina Monroe, que estableció que Estados Unidos podía intervenir en un país latinoamericano para proteger los intereses de sus ciudadanos y de sus empresas en dicho país, y restaurar el orden cuando así fuera necesario. Roosevelt se apropió de un refrán africano y lo invocaba repetidamente como una explicación de su filosofía: “Habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos”. A la política exterior de Roosevelt se le conoció como la “política del gran garrote”.
Trump y su laberinto
El magnate de los bienes raíces neoyorquino Donald Trump, sin experiencia política previa, fue elegido como presidente de Estados Unidos en 2016 con el eslogan de “Hacer a América grande nuevamente” (MAGA por sus siglas en inglés). El planteamiento simplista de Trump se fundamentaba en un conjunto de dogmas de fe cuyo cumplimiento mejoraría significativamente el nivel de vida de sus votantes y restauraría una sociedad racial, sexual y económicamente jerarquizada, en la cual las familias conformadas por parejas blancas, heterosexuales y evangélicas serían el núcleo de la gran nación prometida.
En el paradigma trumpiano existe una lista de “culpables” de la decadencia de la riqueza, el poder, el prestigio y la grandeza de Estados Unidos. En el listado se incluye a los migrantes indocumentados, a los periodistas y medios de comunicación “liberales”, a los ambientalistas, a las minorías étnicas o raciales que no lo apoyen, al Partido Demócrata, a China, a la Organización del Tratado del Atlántico Norte y a cualquiera que lo cuestione.
En el esquema de relaciones exteriores, durante su primer mandato, Trump se acercó al dictador ruso Vladimir Putin, al tirano norcoreano Kim Jong-Un, al príncipe de Arabia Saudita, Mohammad bin Salmán, entre otros autócratas, para reafirmar su autoestima y desviarse de una línea tradicional de la política exterior de Estados Unidos de la posguerra fría: abanderar los derechos humanos.
Durante su errático primer gobierno, Trump tuvo muchos conflictos con el cuerpo diplomático de Estados Unidos, así como con el alto mando militar y las cabezas de los organismos de seguridad e inteligencia. Esta vez, Trump tiene mucho mejor definidos sus objetivos y la selección de personal capaz de hacerlos cumplir. Ahora, el problema del mundo con Trump no es su inexperiencia, sino su vocación autoritaria y antiinstitucional.
Canadá más Golfo de México
Donald Trump arrancó 2025 con mensajes cargados de hostilidad y definitivamente orientados hacia la generación de fricciones con aliados tradicionales. Sobre Canadá, Trump dijo: “Si se quita esa línea artificial dibujada [en el mapa] y se mira lo que eso parece, es mucho mejor para la seguridad nacional. Nosotros estamos gastando billones de dólares al año protegiendo a Canadá. [Mientras que] nosotros perdemos con el déficit comercial [con Canadá]”.
La reiterada afirmación de que Canadá podría convertirse en el estado número 51 de Estados Unidos y que el primer ministro Justin Trudeau era el gobernador de dicho estado provocó un terremoto político en Canadá que llevó a la renuncia de Trudeau, quien venía acumulando controversias y conflictos partidarios luego de nueve años como primer ministro canadiense.
Trump es un genio del mercadeo y sabe perfectamente que, a veces, basta con cambiarle el nombre a un producto para aumentar su venta. Durante su primer mandato, negoció cambios cosméticos al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés). El resultado se llamó “USMCA”, que son las siglas de: “Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá”. Ahora, con esa misma disposición, Trump quiere cambiarle el nombre de México por “Golfo de América”, entendiendo “América” como Estados Unidos. El cambio vendría acompañado de un aumento significativo de plataformas para la extracción de petróleo y gas natural del lecho marino del actual Golfo de México.
El Canal de Panamá
Una vieja obsesión de Trump ha sido el Canal de Panamá y su supuesto dominio por parte de China. Al menos desde la década de 1980, Trump ha cuestionado la transferencia del Canal a manos panameñas. En sus recientes declaraciones, el mandatario electo afirmó: “El Canal de Panamá está siendo operado por ¡China! ¡China!” Además, enfatizó que: “Nosotros no se lo dimos a China. Y ellos [Panamá] han abusado. Ellos han abusado de este regalo”.
Las afirmaciones de Trump sobre el Canal de Panamá son falsas. El Canal es operado única y exclusivamente por el Estado panameño. Los peajes que pagan las mercancías originadas en Asia y con destino a los Estados Unidos o viceversa solo representan un 5% del valor del flete de esa carga, es decir, la tarifa del Canal de Panamá no es relevante para el costo del producto al consumidor final. En cuanto al aspecto militar, la marina de los Estados Unidos es el usuario más privilegiado que tiene el Canal, ya que nunca tiene que hacer fila y su paso es expedito. Entre 2015 y 2024, la marina estadounidense ha pagado unos 17 millones de dólares en peajes y otras tarifas, lo que significa menos de dos millones de dólares al año; eso, en forma alguna, es un abuso.
Desde el punto de vista jurídico, la aspiración de Trump de “recuperar” el Canal de Panamá no es posible. En el Congreso de Estados Unidos hay un proyecto de ley denominado “Panama Canal Repurchase Act” (Ley para la recompra del Canal de Panamá), por el cual se autorizaría al presidente estadounidense a negociar la compra “por un dólar” del Canal. Esta medida es fantasiosa, ya que la Constitución Política de Panamá, en su artículo 315, establece que el Canal de Panamá “es un patrimonio inalienable de la Nación panameña…”, es decir, no está sujeto a transacción alguna. A su vez, el artículo quinto del Protocolo Concerniente a la Neutralidad Permanente del Canal de Panamá establece que, después del 31 de diciembre de 1999, “solo la República de Panamá manejará el Canal…”.
Si el Canal de Panamá no tiene tarifas abusivas a las mercancías originadas o destinadas a los Estados Unidos, si el Canal le da un trato favorable a la marina de guerra de ese país y si el Canal no está ni puede estar manejado por China, entonces ¿qué busca Trump?
Groenlandia
En el caso de la pretensión de compra de Groenlandia, el arrebato expansionista de Trump tiene una razón: Groenlandia tiene una posición estratégica que permitiría a Estados Unidos competir con Rusia y China por el dominio de recursos del Ártico. Curiosamente, la ultraderecha estadounidense niega la existencia del cambio climático, pero entiende que el Polo Norte se derretirá, al igual que los hielos que cubren Groenlandia. Con este derretimiento, se abre la posibilidad de explotar petróleo, gas natural, tierras raras, litio, cobalto y grafito. Para entender esta oportunidad, basta saber que Estados Unidos produce solo el 1.3 % de las tierras raras, mientras que China produce el 70%. Este material es esencial para construir alta tecnología, especialmente en artefactos militares como misiles, submarinos, aviones y cohetes.
Estados Unidos lleva más de 150 años intentando comprar Groenlandia. Lo hizo al mismo tiempo que compró Alaska en 1867. Volvió a intentarlo después de la Segunda Guerra Mundial, ofreciendo 100 millones de dólares en oro a Dinamarca, pero la oferta fue rechazada. En el primer gobierno de Trump, el mandatario mostró interés en Groenlandia, pero Dinamarca le cerró la puerta. Ahora, Trump vuelve a la carga.
La nueva doctrina
El periódico New York Post, propiedad de la familia del magnate de derecha Rupert Murdoch, calificó en su edición del pasado 8 de enero las distintas iniciativas hemisféricas del presidente Trump como la doctrina “Donroe”, en alusión al nombre de Trump y al apellido Monroe. Más allá del chiste, la propuesta de Trump tiene a la opinión pública internacional en franca consternación. Con Trump, no se sabe qué es cierto, qué es broma o cuál es la verdadera intención detrás de sus afirmaciones.
Está claro que países como Canadá o México pueden enfrentar bilateralmente los embates y embustes de Trump. Mientras que, en los casos de Panamá y Dinamarca, la respuesta debe ser multilateral. Las controversias por el Canal de Panamá o por Groenlandia deben multilateralizarse. Panamá debe procurar el mayor apoyo latinoamericano a su soberanía y a su gestión del Canal. A su vez, existe la oportunidad de crear una alianza con Dinamarca para que ambos países sean puentes para obtener más apoyo. Panamá podría ayudar a Dinamarca a obtener apoyo latinoamericano, y Dinamarca podría ayudar a Panamá a obtener el apoyo europeo. De esta forma, estos dos países contarían con el respaldo activo de unas 60 otras naciones.
El mensaje clave debe ser que ninguno de estos países está solo y que la comunidad internacional no permitirá que se despoje la soberanía sobre ningún territorio o que se arrincone a un gobierno para que ceda un patrimonio cuya recuperación costó tanto luto y dolor.