Política

Brunch Dominical: chiquilladas

Janine Prado, diputada de Vamos. José Raúl Mulino llamo 'chiquillos' a la bancada de Vamos, presidida por la diputada Janine Prado.

En diciembre de 1989 tuvo lugar en Panamá uno de los episodios más críticos de nuestra historia: una invasión extranjera. No es necesario ser un estratega internacional para saber que ese es uno de los asuntos más escabrosos que pueden ocurrir entre dos países. Sin embargo, unas semanas después, Guillermo Endara designó como viceministro de Relaciones Exteriores a José Raúl Mulino. Tan solo tenía 30 años y, hasta entonces, probablemente su experiencia más importante en el sector se limitaba a haber obtenido una visa para viajar. Tres años más tarde, falleció su jefe, el entonces canciller Julio Linares, y se le confió el cargo de titular. A pesar de su juventud, Mulino no pareció dudar en asumir la responsabilidad de proteger y promover los intereses del Estado panameño en el ámbito internacional y coordinar su representación. La investidura, además, incluía la dirección del servicio diplomático; la negociación de tratados y otros instrumentos internacionales; la promoción de la cooperación con otros países y el asesoramiento en materia jurídica internacional, todas responsabilidades muy delicadas y trascendentales. Ahora, de la nada, Mulino parece despreciar a quienes él considera que no están en edad para acometer ciertas tareas.

Janine Prado, la jefa de la bancada independiente Vamos, tiene 46 años de edad, y Luis Duke, el subjefe, ha cumplido 33. Mulino dice que ellos son unos “chiquillos” que “no aprovechan su influencia”. ¿No es eso una clara muestra de un doble estándar? Independientemente de las interioridades y del trasfondo—que seguramente los habrá—no es una chiquillada que unos diputados, en el ejercicio de una atribución constitucional, hayan decidido no votar a favor de un nombramiento impulsado por el Ejecutivo. ¿Acaso es una señal de madurez utilizar la tribuna de la conferencia de prensa semanal en la Presidencia de la República para denigrar a los miembros de otro órgano del Estado, cuya independencia está obligado a respetar? Ahora, ¿quién se comporta como un chiquillo?

Y no es que la Asamblea, en general, sea un templo... Es sabido que hay diputados que se conducen como chantajistas (algunos más abiertamente que otros). Descaradamente preguntan a ministros y jefes de instituciones “¿qué hay pa’ mí?” o los meten en el famoso “cuartito”, que se ha convertido en el equivalente contemporáneo de una cámara de tortura. También hay otros que, sin ruborizarse, escriben notas “de recomendación” (como las denomina Bernardo Meneses, el antiguo director del Ifarhu) o envían listas de nombramientos que reclaman como un “derecho”, según lo contó Enrique Lau, el saliente director de la CSS, en una entrevista hace dos años en la sección de Knockout. Lau dijo que 55 de los 71 diputados de aquella época le habían enviado su “lista”, en la que reclamaban 70 nombramientos para cada uno. Lau se negó a entregar copias de dichas notas alegando que se trataba de información “confidencial”. Solo faltó que dijera que nadie está obligado a declarar en contra de sí mismo. Por su parte, Dino Mon, su próximo sucesor, ha prometido acabar con los nombramientos “políticos” y cortar los gastos “superfluos”. Buena suerte con eso. Pero lo que quedó claro es que los miembros de la bancada independiente no intercambiaron su voto por nombramientos. Mientras tanto, en otro punto de Ciudad Gótica, el PRD parece haberse dado por aludido... y esa habría sido una de las razones más poderosas por las que intentaron utilizar su voto a favor de Mon como moneda de cambio. Uno de los más renuentes a apoyar a Mon era—¡qué casualidad!—Benicio Robinson. Solo hay que echar un vistazo a la actual planilla de la CSS para entender por qué. Hasta hace poco, tenía a uno de sus hijos homónimos al frente de un departamento en dicha entidad. El pasado miércoles, mientras transcurría la sesión en la que se discutía la nominación y eventual ratificación de Mon, Robinson brillaba por su ausencia, así como la mayoría de la bancada del PRD. Cuando el grupo se percató de que Mon ya tenía los votos para ser el próximo director de la CSS, salieron de su escondite raudamente, encontrando que el sistema de votación electrónico todavía estaba abierto y pudieron encubrir su intento de condicionar un proceso de votación que, de paso, se suponía que ya había concluido. En un descuido, reviven a la infame Digedecom y llenan las gradas del hemiciclo legislativo con sus “influencers”.