“¿Yo me hago esta pregunta?“, comienza su tuit, y yo se la voy a responder, porque sus palabras representan el fallo argumental de muchos panameños: ”permitir" la libertad de expresión según nacionalidad, credo, género, condición o raza. En este tipo de manifestaciones es donde las personas se retratan: se les ve el cobre al oropel democrático que venden. Habrá acertado antes, pero en esto se equivoca.
“¿Aceptarían los colombianos a una persona con acento panameño diciéndoles lo que tienen que hacer para tener un mejor país?“, sigue usted, entonando un discurso, como poco, xenófobo —según la DRAE. Por “acento” quiere decir “origen”, así que los colombianos, por tener la persona acento panameño, no aceptarían escuchar qué tienen que hacer para mejorar. Eso demuestra qué hace usted con las soluciones que se nos ofrecen: no las escucha, como si el acento panameño dotara de acierto lo que se dice sobre nuestro país.
“¿Por qué nosotros los panameños tenemos que aceptar a una persona con acento colombiano que nos diga a los panameños qué es lo que es bueno o malo?“, insiste, preguntando lo obvio: aceptamos porque, con frecuencia, tiene más razón que muchos panameños con acento, que no distinguen entre derecha e izquierda. Y porque las personas inteligentes escuchan con respeto y luego discrepan. Lo que usted escribió debilita su argumento, exhibiendo lo que realmente piensa.
“Creo, con todo respeto, que Colombia tiene muchos más problemas que Panamá y ella debería dedicar su esfuerzo a su país”, termina, suscribiendo el “mal de muchos, consuelo de tontos”, y diciéndole a Sabrina Bacal a qué debe dedicarse. Se disculpó, como “El rofión de Las Garzas”: “si mis palabras la ofendieron”. No sé si lo hizo, pero sí ofenden a la inteligencia. Se pone de relieve que estamos faltos de Lo mejor de los libros, porque de boxeo ya tuvimos bastante, y no solucionó nada. Defiendo su libertad de expresarse, lo respeto, pero su opinión no merece aplauso alguno.
El autor es escritor.