El caso de Cliver Huamán (“Pol Deportes”) es un fenómeno fascinante que demuestra cómo la autenticidad cultural, respaldada por el rigor técnico, redefine el estándar de la comunicación. Su voz, fusión de disciplina autodidacta y profunda identidad andina, prueba que el origen y el sociolecto son valiosos capitales de un joven operador de la lengua. Aunque se cimenta en el eje idiomático de la oralidad, su éxito contiene lecciones fundamentales para la juventud.
Cliver logró la inteligibilidad superior (claridad total del mensaje) a través de cuatro años de autoformación. La base es una fonética (producción de los sonidos del habla) pulida y una fuerte articulación consonántica (movimiento de los órganos de la boca para producir las consonantes). La vibración potente de la /r/ en “correr” o la nítida pronunciación de la /s/ garantizan que cada sílaba se escuche, evitando los “vicios” como la elisión o la monotonía. En poblaciones enteras las /s/ finales son mutiladas; él, por el contrario, las rescata con dominio.
La clave de su diferenciación reside en la integración de su sociolecto (variedad de español propia de su grupo social y geográfico). Su carácter bilingüe quechua-español enriquece su prosodia (ritmo y entonación del habla) y su semántica (significado de las palabras). La imagen de Cliver narrando desde un cerro se convirtió en un potente símbolo de ethos (credibilidad y autoridad moral), validando su lucha. La fuerza de su narración en redes sociales confirmó que su sociolecto no es una barrera, sino, por el contrario, un distintivo de marca. En nuestra América, existen muchas formas de hablar, con acentos diversos.
Esa marca que tanto se celebra es posible gracias al uso del lenguaje en contexto social para generar una conexión humana, el antídoto contra la comunicación impersonal del “robot”. Es la pragmática de la lengua. Su estilo es muy empático: utiliza el vocativo (forma de llamar al oyente) para establecer un pacto de solidaridad con su audiencia. Aunque de forma empírica, es consciente de que sus palabras se dirigen a un público determinado con un mínimo de conocimiento o interés por el fútbol.
En lugar de un cliché, recurre a metáforas ancladas a su entorno andino, como la descripción de la velocidad comparada con el “rayo que baja del Apu”. Apu es una montaña de adoración a los dioses. Al usar frases como “¡desde el cerro, hermanos!” o el apelativo regional “¡casera!”, inyecta cercanía emocional y pathos (la emoción del discurso) a su mensaje.
La lección que Huamán deja a la juventud es doble. El triunfo es de quienes fusionan la técnica con la autenticidad. El éxito en la oralidad debe ser sostenido por el desarrollo del eje idiomático escrito. Para que una voz como la suya se proyecte y perdure en el ejercicio comunicacional, el norte de los jóvenes consiste en prestigiar la lectura y la escritura. Estas disciplinas son las que permiten analizar textos complejos, argumentar con rigor y gestionar una marca personal a largo plazo.
El autor es periodista y filólogo.
