Son tiempos de un renovado y violento intervencionismo de Estados Unidos. A pesar de una larga historia de intervención en nuestro país, podríamos pensar que esa experiencia nos haría más conscientes del peligro de su intromisión, pero el gobierno panameño, así como la Asamblea Nacional, lo apoyan.
Hace unos días se dio a conocer un documento de Estados Unidos, en el que se actualiza la doctrina Monroe de dominio continental, para reducir nuevamente a Latinoamérica a su patio trasero y restar —o eliminar— los vínculos con la República Popular China. Ya se ha desplegado un repertorio de medidas intervencionistas en la región: desde posibles invasiones, sanciones, bloqueos, chantaje con aranceles, asesinatos extrajudiciales en altamar, golpes de Estado, intervencionismo electoral y varios métodos de provocación, como lo fue la reciente visita de los diputados panameños a Taiwán.
Como recordarán, los diputados regresaron de aquel viaje con la noticia de una oficina de negocios con Taiwán en Panamá. Es llamativo que la oficina no sea necesaria para realizar tales actividades y no requiriera de un viaje —como admitió el presidente José Raúl Mulino—, ni mucho menos uno por diputados que no tienen esas competencias. Dados los antecedentes en otros países como Lituania, no sería más que un foco de hostigamiento a China.
La nueva doctrina Monroe implica para Panamá una nueva sumisión y directriz. Pareciera que los diputados siguieron instrucciones de Estados Unidos y de su embajador en Panamá. Si a este viaje de los diputados a la provincia de Taiwán sumamos la destrucción del monumento sobre la presencia de China en Panamá, el establecimiento de tres bases militares y la aceptación por el gobierno panameño de que el Canal es un recurso estratégico estadounidense, estamos, sin exagerar, ante la mayor regresión en la historia nacional desde el Tratado Hay–Bunau-Varilla de 1903.
Ser títeres de Estados Unidos es un suicidio económico. Estamos renunciando a sostener relaciones económicas provechosas —no condicionadas políticamente— con China, la primera economía del mundo en términos de paridad de poder de compra; líder en 66 de las 74 tecnologías críticas; principal usuario de la Zona Libre de Colón; segundo usuario del Canal de Panamá; segundo socio comercial del país y primer socio comercial de Suramérica. Nos perdemos de emergentes cadenas de producción y suministro, con sus infraestructuras de transporte, energéticas y digitales, aislándonos de las principales rutas comerciales del futuro, en las que participa no solo China, sino todo el Sur Global. Vale destacar que hasta ahora China no ha intervenido nunca en los asuntos internos de Panamá. Solo Estados Unidos cree tener la autoridad para darnos órdenes.
La oficina de Taiwán que quieren establecer en Panamá los diputados es para China un atentado al principio de una sola China, reconocido en la Organización de las Naciones Unidas desde 1971, con la Resolución 2758 de la Asamblea General, y por más de 180 naciones individualmente. Esto incluye a Estados Unidos y, desde 2017, a Panamá. Casi el mundo entero —el 99.52% de la población mundial— ha reconocido a Taiwán como una provincia de China.
Los diputados sometieron nuestra economía a imperativos geopolíticos ajenos a nuestro interés nacional, porque ahora es Washington quien decide con quién puede hacer negocios Panamá. ¿Qué posibilidades tiene un pequeño país, cuyo desarrollo depende de diversificar su economía para industrializarse, cuando Estados Unidos va a estar filtrando con quién puede o no tener relaciones? Y, sobre todo, si vetan a las economías más prometedoras, como China.
Vivimos en un mundo multipolar. Estados Unidos ya no es, ni será, un imperio global. Pero si los diputados se prestan para hacer el trabajo sucio del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, nos colocan en riesgo de un conflicto donde el único que va a sufrir es Panamá. Los que terminarán con una economía desechada, atrasada y aislada seremos nosotros, no ellos. Ya lo dijo su estratega histórico Henry Kissinger: ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser su amigo es fatal.
Debemos ser un país libre, que pueda ser amigo tanto de Estados Unidos como de China, y de todo aquel que quiera establecer relaciones con nosotros sin imposiciones, y convertirnos en una economía diversificada e interconectada con el mundo entero. Un auténtico puente del mundo, no solo un apéndice imperial, que trate con todos porque no depende de ninguno ni atenta contra ninguno.
El autor es ex candidato a la vicepresidencia de la República, profesor y economista político.
