Un gran acuerdo nacional

Ante el abismo, surge la necesidad impostergable de construir. Toda nación enfrenta momentos críticos en los que debe tomar decisiones difíciles en nombre del porvenir. Son esas coyunturas excepcionales las que demandan de un presidente un liderazgo genuino y la capacidad de guiar al país hacia un futuro mejor para todos.

La situación actual de Panamá es insostenible. Nos enfrentamos a una crisis profunda, cuyo origen no es coyuntural, sino estructural: el Estado panameño está atrapado en un estancamiento institucional que lo incapacita para avanzar. Los servicios públicos se deterioran y, en lugar de respuestas, aumenta la burocracia. La planilla estatal se expande sin control, hasta el punto de que hoy Panamá ocupa el segundo lugar en América Latina con el mayor porcentaje de empleados públicos en relación con su población económicamente activa: un alarmante 17%.

Este abultamiento desmedido ha dado paso a instituciones extractivas, que erosionan la capacidad del Estado para responder a las necesidades de los ciudadanos. Esta disfunción se ha agravado por la ausencia de una visión a largo plazo en los sucesivos gobiernos. En lugar de profesionalizar e institucionalizar el aparato estatal, se ha optado por una política clientelista, orientada a preservar cuotas de poder mediante el reparto político y la creación de feudos partidistas. El resultado es contundente: desde 2009, la planilla estatal ha aumentado en un 56.7%, sin que ese crecimiento se traduzca en un mejor Estado.

Panamá recuperó la democracia en 1989, y durante los primeros años se celebró con entusiasmo la reconstrucción de una nueva república en democracia. Sin embargo, ese impulso inicial no se tradujo en un verdadero fortalecimiento institucional. Las estructuras formales de la democracia se establecieron, pero su perfeccionamiento fue postergado, permitiendo que el modelo degenerara en lo que el politólogo argentino Guillermo O’Donnell describe como una democracia delegativa: un sistema donde el poder se concentra, los controles son débiles y la rendición de cuentas, escasa.

Un ejemplo inspirador fue la transición democrática de España, que, tras décadas de dictadura, logró un cambio significativo y ejemplar. El rey Juan Carlos I abrió el camino, y el presidente Adolfo Suárez lideró la reforma política de 1976, desmantelando el franquismo y permitiendo elecciones libres. Este proceso se consolidó con la Constitución de 1978, una carta magna moderna y consensuada que sentó las bases de un Estado de derecho con separación de poderes, controles institucionales y un modelo autonómico que garantizaba el pluralismo.

Winston Churchill decía que “un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve la oportunidad en cada dificultad”. Hoy, más que nunca, Panamá necesita ser optimista. Frente a la compleja coyuntura que enfrentamos, urge la construcción de un gran acuerdo nacional, uno que esté lejos de los cálculos electorales, intereses personales y divisiones sociales.

No basta con diálogos simbólicos ni con deseos sin consecuencias. Panamá necesita un compromiso real, amplio y con visión de futuro. Se necesita la madurez de entender la importancia de entendernos como ciudadanos. Un acuerdo que devuelva la confianza ciudadana y enfoque los recursos del Estado en lo que de verdad importa: mejorar la calidad educativa, garantizar el acceso a la salud, al agua potable, y reforzar las instituciones. Un acuerdo nacional que reconozca el mérito y la capacidad por encima de la lealtad política.

Para que este gran acuerdo sea verdaderamente transformador, debe incluir a todos, sin excepciones ni protagonismos: la ciudadanía, los empresarios que generan empleo, los educadores que moldean el futuro, los médicos que sostienen el presente y los jóvenes que hoy miran al país con escepticismo o resignación. No hay tiempo que perder. Debemos definir juntos el rumbo que queremos para Panamá. Ante el abismo, no hay espacio para cálculos políticos; solo para la decisión valiente de construir, juntos, el país que merecemos.

El autor es diputado independiente de Vamos.


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