“Ten cuida’o con el camaleón, aunque te enseñe la cara, no te enseña el corazón”. Es parte de la letra de la célebre canción del maestro Rubén Blades, que nos sirve de conveniente reflexión si pretendemos descifrar lo que hay detrás de las declaraciones que recientemente ha hecho el presidente Mulino en el Teatro Nacional de San José, Costa Rica, con motivo de su encuentro con el actual presidente de ese país, Rodrigo Chaves.
Lo primero que llama poderosamente la atención de las inesperadas aseveraciones del presidente Mulino sobre nuestro acontecer político es que haya preferido darlas a conocer como primicia ante los ticos, en lugar de hacerlo ante los panameños. Lo otro que también resulta inesperado, dado su talante impulsivo, es que se haya guardado ese resentimiento hasta ahora.
Más sorprendente aún resultó su alusión especial al poderoso sector empresarial panameño, a quien calificó como parte de los grupos que, según él, sumados al Tribunal Electoral, la Corte Suprema de Justicia y sectores mediáticos, “con mucho encono y mucho odio, estiraron la soga al máximo para impedir su candidatura a la presidencia”. Esto último resulta contradictorio, toda vez que, desde el primer día de su gestión como presidente, Mulino ha anunciado con orgullo y complacencia el carácter empresarial de su gobierno, pese a la validez de esta denuncia hecha en Costa Rica acerca del padrinazgo ancestral y el acercamiento histórico de ese mismo sector empresarial con todos los gobiernos en la historia política de nuestro país para obtener prebendas solapadas y hacer negocios turbios.
No acabo de entender, además, bajo qué sustento moral, ético o incluso político el presidente Mulino afirmó con inaudita convicción que llegó al poder “sin hipoteca”, asegurando además que “no tiene padrinos ni grupos económicos detrás de su gobierno”, como si él mismo, al igual que todos los panameños, nos hubiésemos olvidado ya de cómo surgió a última hora —por designación desesperada de Martinelli— su candidatura a la presidencia en medio de protestas ciudadanas. Tanto es así que el propio Mulino no pudo ocultar su sorpresa al resultar electo y, por ello, expresó a todo pulmón el día de su proclamación aquella frase que lo retrató de cuerpo entero, producto de la sinceridad del momento: “¡Ricardo, te cumplimos!”
El otro componente de su desafortunado discurso de desahogo ante los ticos —ante quienes, al parecer, se sintió más cómodo— fue el aspaviento ególatra de dar a conocer una amenaza velada y tardía al Tribunal Electoral, al emplazarlos diciéndoles en aquel momento: “si ustedes se prestan para no dejarme correr, les prendo este país por las cuatro esquinas”. Una frase como esta, provista de la inexplicable e irreverente seguridad de quien cuenta con un supuesto respaldo popular que solo cabe en su mente, y a sabiendas de que su triunfo estuvo amparado en los hombros y en la chequera de un condenado por la justicia panameña por lavado de dinero, de seguro no se le habría ocurrido pronunciarla ni siquiera a verdaderos caudillos nacionales como Belisario Porras, Justo Arosemena o incluso al propio libertador Simón Bolívar.
Para terminar este escrito, y meter en el mismo saco otro de los que ahora me atrevo a calificar como camaleónicos aspavientos del presidente Mulino —puesto que reconozco que, al igual que muchos panameños, me he estado comiendo el cuento del talante bonachón, sincero y firme de nuestro mandatario—, me refiero al flamante anuncio que hizo el jueves pasado de una ley antimafia para combatir la corrupción. Esto dicho por alguien que liberó a un mafioso condenado por la justicia panameña, a quien no quiso dejar en libertad desde el primer día de su gestión, por el evidente temor —parafraseando al presidente— de que se le prendiera el país por las cuatro esquinas incluso antes de iniciar su mandato.
“Ten cuida’o con el camaleón, que detrás de la sonrisa lo que esconde es su rencor.”
El autor es pintor y escritor.

