Juan y su esposa están en sus 30s, tienen un trabajo estable, una casa con hipoteca y una hija que, dentro de un par de años, comenzará a ir al colegio. Con mucho esfuerzo para cumplirlo, han logrado armar un presupuesto familiar con una porción del 5% de sus ingresos mensuales de excedente. Algunos meses ahorran, otros se dan algunos gustos. Pero ambos creen que deben prepararse para gastos importantes en el futuro: la educación de su hija y constituir el fondo para su aún lejana jubilación, que esperan dentro de 25 años, en el mejor de los escenarios.
Juan cree que es el momento de comenzar a invertir en bolsa y sabe que eso conlleva riesgos. Se pregunta si tiene todo cubierto. A todos nos gusta estar en control. Lo cierto es que nunca tienes el control. Lo que siempre tienes es la forma de gestionar cada circunstancia y cuán preparado estás para situaciones complejas.
Si Juan me pidiera un consejo, lo primero que haría es felicitarlo a él y a su esposa por lo que están logrando y por hacerse responsables de su planificación patrimonial. Acto seguido, le haría tres preguntas:
. ¿Tienen un fondo de emergencia para eventualidades?
.¿Tienen un seguro de salud suficientemente potente que cubra enfermedades de tratamiento complejo?
.¿Tienen un seguro de vida que cubra al menos a uno de ellos, de preferencia al que genere hoy los mayores ingresos?
El fondo de emergencia consiste en esos fondos que siempre deben estar disponibles en una cuenta de ahorro y que, idealmente, deben tener un monto mínimo de seis meses de gastos familiares. En un entorno tan volátil, tener estos ahorros puede darnos la tranquilidad para tomar mejores decisiones ante una situación no deseada, como la pérdida del trabajo.
Tener un seguro de salud no es un gasto. Es una forma de cuidar que tus ahorros e inversiones no necesiten ser consumidos ante situaciones de enfermedad. Muchas veces, si estás trabajando como dependiente, gozas de un seguro de salud, pero es importante asegurarte de que cubra las llamadas enfermedades catastróficas y que, en caso de cambiar de trabajo, lo puedas mantener.
Por último, el seguro de vida es la mejor manera de asegurar que algo inevitable y no deseado no interrumpa las posibilidades de tus hijos de estudiar o de tu familia de mantenerse, si tú no estás.
Logré armar mi primer fondo de ahorro cuando me casé. Eran solo tres meses de ahorro, pero aprendí que tener esos fondos disponibles me daba independencia y flexibilidad ante coyunturas no deseadas.
Mi primer, y hasta hoy único, seguro de vida lo compré cuando nació mi primer hijo. El monto fue fácil de calcular: sumé lo que costaba en ese momento la cuota mensual del colegio al que pensábamos enviarlo, lo multipliqué por 144 meses y a ese monto le agregué 30 % por inflación. Hasta hoy lo tengo; la cuota anual nunca ha subido y es un seguro con vencimiento definido, que espero no utilizar. Y el seguro de salud internacional lo compré a los 40 años, sabiendo que la vida es volátil, que no controlas nada, solo tu fe y cómo te preparas para afrontar los retos cada día. Antes de correr, hay que prepararse para no tropezar, e incluir estos tres “gastos” en tu presupuesto es importante.
El autor es experto en banca, finanzas e inversiones