Con frecuencia se dice y se escucha que cada pueblo se merece el gobierno que tiene, como lo dijera el jurista francés Joseph de Maistre: “Cada pueblo o nación tiene el gobierno que se merece”. André Malraux, a partir de esta frase, dijo: “no es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”. ¿Es más precisa la puntualidad de esa frase?
No es infrecuente que la frase que achaca el merecimiento de sus gobernantes al pueblo nace de un disgusto por el gobierno que se tiene y mirar la brusca en el ojo ajeno y no la viga, en el propio.
Incluso, si se afirma como una forma de insulto a otros, el insulto regresa como un “boomerang” y golpea a quien lo lanza. Lo cierto es que, en la aprobación o desaprobación de esta afirmación, no es impreciso que señalemos de los mismos vicios de quienes nos gobiernan, a los que lucen sus electores, aunque el voto sea secreto y aunque la “mayoría”, al final del día electoral, sea tan minúscula como ridícula e impositiva cuenta electoral panameña.
Para coronar la amarga cereza nacional, el electo se tiene que erigir en el gobernante de todos y no en el de su partido político. No es factible enderezarse a esa posición, vertical, cuando se ha llegado agachado, escondido y escondiendo.
En nuestras costas tropicales y bananeras, pero también en cordilleras y montañas, se busca el poder para beneficio exclusivo de los partidarios, se secuestra para prolongar poder y mando, o se alcanza para repetir y justificar, tarde o temprano, los mismos desmadres.
Entonces, o los que nos gobiernan nos los merecemos, o nos parecíamos ya, a los que nos gobiernan. Adoptamos sus discursos, sus gestos y sus actuaciones o nos desnudamos. Puede ser un tren de frontera a frontera para recorrer “la S acostada”, una escuela nueva y otro hospital, un teleférico para ver el paisaje que se pinta con basura, otra carretera, ahora de 6 vías, un metro que le faltan centímetros, arriar las banderas del arco iris y así, se satisface el “¿qué hay pa’ mí?” doméstico, cuando no es suficiente con ignorar el flagrante y detectado delito y se recurre a enunciar mentiras tras mentiras.
Nosotros tenemos toda clase de individuos electos o elegidos, ya sea para el sitial más honroso, cuya majestad desconocen, hasta aquellos sitios donde supuestamente nos representan, y los llamamos representantes, o legislan estupideces, torpezas y tonteras, cuando no por delitos fiscales y confección de chalecos a sus medidas, y los llamamos legisladores, o para que administren nuestras ciudades con toda variedad de desgreño y petulancia “paralelas”, y los llamamos alcaldes o corregidores.
Sin embargo, cuando nos resultan idiotas, señalamos a “los otros”, quienes los eligieron, como los idiotas; cuando nos resultan ladrones, señalamos al pueblo, como el de ladrones; cuando se deslucen corruptos -para lo cual no se desvisten de su idiotez ni de su carácter de ladrones de erario y propiedad-, los corruptos los eligieron, porque “la gente tiene los gobernantes que se les parecen”. De repente, es así, pero solo de repente.
Considero bastante imprecisión en tal seria y rotunda apreciación, aunque hoy me provoca decirlo: estos gobernantes, estos diputados, estos alcaldes, estos representantes se parecen a su electorado...pero “yo no voté por él”.
Si observamos la situación nacional en las últimas elecciones, descubrimos que el resultado que favorece a un candidato a la presidencia de la nación, es el que producen alrededor del 30%-35% de los votantes.
Entonces, tampoco es certero decir que, “la gente tiene los gobernantes que se les parecen”, en este caso, se les parecen a un 30% o 35% de la población entre los que elegimos funcionarios. Y, al paso que vamos, ese gobernante futuro tiene un 25% o algo menos, de la población que se le parece. Y, ¿por qué no?, si “el voto se compra a $300″, ya ni importa, porque para un cargo de 5 años, se ha invertido la ridícula suma de 16 centavos diarios por ese voto y aquí los más votados se roban 3.68 millones de dólares y balboas, en cada semana de cada quinquenio, lo que hace medio millón, cada día. Esas son las cuentas de lo que por allí se ha hablado, “883.5 millones de dólares”, en una de las últimas administraciones.
Aquí, se vota por aquellos personajes que han sido escogidos por los hornos que hacen funcionarios, las cúpulas que dirigen los partidos políticos. Nos presentan sus prendas y nosotros tenemos que lucirlas.
Se escogen a dedo después de un simulacro de democracia interna; se dejan los espacios para que los rellenen con otros más feos; se mueven los títeres desde donde se maneja el presupuesto.
Es un vicio tan canalla como sus creadores, buscan a quienes se parecen a ellos, con las mismas artimañas de los cuatro gamonales que se adueñan, en una playa o en un club, de la versión prístina de los partidos políticos, vínculos con la democracia representativa.
Esas cúpulas preconcebidas para tomarse los partidos, engañando a algunos y colmando esos mismos partidos, de gente como ellos, muestran sus colmillos sin miedos ni ascos, mientras destrozan la institucionalidad, la soberanía y la república. Entre más chabacano, más vulgar y más ignorante sea el candidato escogido, es mejor para esa cúpula, porque es más fácil mangonearlo, hacerlo carne de cañón, removerlo, comprarlo o venderlo, pero también los hay bien vestidos y peinados, con los mismos colmillos.
Entonces, ¿nos parecemos o no nos parecemos a quienes nos gobiernan?
El autor es médico pediatra y neonatólogo.