El proceso de integración del sistema público de salud en Panamá se desarrolla en un momento de clara paradoja histórica. El país dispone hoy de uno de los niveles de gasto público en salud más elevados de América Latina, pero exhibe resultados sanitarios significativamente inferiores y profundas desigualdades territoriales. En este contexto, la experiencia histórica panameña en salud comunitaria adquiere renovada vigencia como fundamento conceptual y operativo para el trabajo de la Comisión de Integración de los Servicios Públicos de Salud.
Panamá destina aproximadamente 5,000 millones de balboas anuales al gasto público en salud, lo que representa alrededor del 21% del gasto público total y casi el 6% del producto interno bruto. Este esfuerzo fiscal se distribuye prácticamente en partes iguales entre el Ministerio de Salud (Minsa) y la Caja de Seguro Social (CSS). Dentro de esta última, cerca del 26% del presupuesto se destina a la atención médica integral de los asegurados y sus dependientes, y su financiamiento proviene en un 97% del impuesto sobre planilla aportado por los patronos.
Sin embargo, este elevado nivel de gasto no se traduce en resultados acordes. Las tasas de mortalidad infantil y materna en Panamá duplican y triplican, respectivamente, las observadas en países como Chile y Costa Rica, con niveles de gasto similares. Más grave aún es la enorme desigualdad territorial: en las comarcas indígenas, la tasa de mortalidad materna supera incluso la registrada en países de muy bajo ingreso como la República del Congo o Malawi. Estas cifras no reflejan una escasez de recursos, sino fallas estructurales en la organización, la gobernanza y el uso del gasto público en salud.
Esta situación contrasta con la tradición histórica panameña de salud pública. En la década de 1970, con el lema de “Salud igual para todos”, bajo el liderazgo del Dr. José Renán Esquivel, se impulsó un modelo de salud comunitaria que combinó la creación de los comités de salud, la expansión de la atención primaria y un enfoque territorial claramente definido. Este modelo permitió avances rápidos en cobertura, control de enfermedades transmisibles y reducción de brechas básicas. El principio rector era inequívoco: la salud debía organizarse desde la comunidad, con responsabilidad poblacional definida, participación social formalizada y una acción intersectorial orientada a los determinantes sociales. Ese enfoque generó legitimidad social y eficiencia operativa en un contexto de recursos considerablemente más limitados que los actuales.
La fragmentación posterior entre el MINSA y la CSS, con duplicación de redes, infraestructura, funciones administrativas y sistemas de información, erosionó progresivamente esa lógica fundacional. Hoy, dos instituciones públicas financian y prestan servicios de salud de manera paralela, con escasa articulación efectiva, itinerarios de atención fragmentados y costos administrativos redundantes. Se estima que, si los fondos públicos y la prestación de servicios de salud se gestionaran de forma mancomunada, el ahorro potencial en gastos administrativos duplicados podría alcanzar unos 500 millones de balboas anuales. Esa suma sería suficiente para construir un hospital oncológico —o su equivalente en capacidad resolutiva— cada año, sin aumentar impuestos ni contribuciones.
Las experiencias de Costa Rica y Chile muestran que el problema central no es el nivel de gasto en salud, sino su organización. Con recursos comparables, ambos países han obtenido mejores resultados gracias a un primer nivel sólido, adscripción poblacional, continuidad asistencial y modelos territoriales coherentes. Sin embargo, la lección clave para Panamá es interna: el país ya contó con un modelo que integraba financiamiento público, provisión estatal y participación comunitaria. La Comisión de Integración de los Servicios Públicos de Salud tiene así una responsabilidad histórica: reordenar el sistema en torno a un modelo común, fortalecer la atención primaria, reducir duplicidades y orientar los recursos hacia mayor impacto, equidad y legitimidad social, todo con base en una experiencia nacional exitosa que fue, en su momento, un modelo a emular para América Latina. Nada nos impide volver a serlo.
El autor es médico salubrista.


