“Dijo también Dios: júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así. Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares” (Génesis).
La leyenda del “despojo, atraco, separación forzosa, acto de perfidia, intervención ilegal y desmembramiento” de la República de Colombia surge de cierta bibliografía —ensayos periodísticos y un libro clásico escrito 80 años después de la independencia de Panamá de Colombia— y del pensamiento de dos panameños de la época, cuya indignación hacía referencia a los actores y a las circunstancias que rodearon la independencia de 1903.
Ahora bien, ¿en qué coincidían —y coinciden— los colombianos de ayer y de hoy y los dos apátridas mencionados? En la errónea concepción de que el Istmo de Panamá le pertenecía —y le pertenece— a Colombia. Esta afirmación es tan propia de la historiografía oficial granadina que, incluso en la actualidad, el escudo de armas de Colombia continúa representando al Istmo de Panamá entre sus componentes.
A partir de esta falsificación histórica y jurídica surgen los imitadores —no creadores— de conocimiento, reproductores de la versión oficial de la historia promovida por la plutocracia, que, al intentar distinguir entre las dos independencias (1821 y 1903), designan esta última con el término de “separación” de Panamá de Colombia.
Son dos los graves equívocos de esta conceptualización errónea del resultado del acto del 3 de noviembre de 1903. Primero, está reconocido por la ciencia que el bloque de tierra conocido como América del Sur —al cual pertenece Colombia— tuvo su reacomodo geológico hace unos 150 millones de años, mientras que el Istmo de Panamá emergió hace apenas 3.5 millones de años. La historia colonial enseña, además, la existencia durante más de 200 años de la jurisdicción de Castilla de Oro, directamente vinculada a la Corona española; que el Istmo de Panamá formó parte del Virreinato de la Nueva Granada por apenas unos 70 años, y que perteneció a la República de Colombia —y luego a la República de la Nueva Granada— por solo 72 años.
Este breve recuento geológico e histórico demuestra que Panamá nunca perteneció a Colombia y que, por tanto, carece de legitimidad cualquier pretensión de reclamar una “provincia desmembrada”, como llamó a la República de Panamá Gabriel García Márquez en Vivir para contarla.
El segundo equívoco consiste en afirmar que el acto jurídico de 1903 fue una simple y reversible “separación”. En realidad, se trató de un acto pleno e irreversible de creación de una nueva República que, como todo Estado nacional, posee soberanía e independencia —aunque estas hayan estado mediatizadas por el imperialismo estadounidense—, pero República al fin.
“Quede, pues, para nosotros solos, la gloria de nuestra emancipación; quede la de habernos unido a Colombia, cuyo esplendor nos deslumbró y cuyo derecho sobre el Istmo era ninguno” (Justo Arosemena).
Así de sencilla es la cuestión.
El autor es abogado y analista político.

