El presente
Dos figuras políticas honorables, un hombre y una mujer, protagonizan un enfrentamiento bochornoso, halándose las greñas en un patio limoso al peor estilo de la vieja escuela panameña. Mientras tanto, dos aspirantes a cargos diplomáticos hacen el ridículo extremo ante la Comisión de Credenciales de la Asamblea Nacional, eclipsando cualquier intento de dignidad en el discurso presidencial semanal.
Ahora bien, ¿será capaz el presidente de tomar la decisión correcta con ellos, como lo hizo en aquella ocasión con la funcionaria que marcaba en bata? No dejo de preguntarme cuántos otros funcionarios, iguales o peores, ya estarán nombrados y recibiendo sueldos provenientes de los impuestos de los trabajadores panameños. Muchos de ellos, sin preparación alguna para sus cargos, apenas respaldados por un apellido, un vínculo familiar o una afinidad política.
El pasado
El pasado primero de enero, tuve la oportunidad de manejar a eso de las dos y media de la mañana, desde la Universidad Tecnológica en Tumba Muerto hasta Los Pueblos. En todo el trayecto, apenas conté tres fiestas a lo lejos. San Miguelito, apagado y mudo, parecía haberse rendido prematuramente. Días después, escuché comentarios de varias personas que confirmaban lo mismo: la celebración había disminuido a nivel nacional.
A pesar de los centros comerciales abarrotados en los días previos, el ánimo de celebrar parecía apagado. Curiosamente, entre las últimas noticias del año pasado y las primeras de este, sobresalen los accidentes de tránsito, tanto en cantidad como en gravedad. Algo, muy distinto a las lluvias o el desenfreno festivo, parece estar afectándonos.
Nuestra sociedad ya no se muestra tan alegre ni entusiasta como antes. En contraste, la velocidad y la fatalidad en las avenidas se han acelerado. ¿Será que estamos enfrentando los primeros síntomas de una depresión y ansiedad social colectiva? Quizás nuestras malas decisiones del pasado comienzan a pasarnos factura: el grado de inversión perdido, las incertidumbres sobre las jubilaciones, entre otros problemas.
Esto me recuerda al cuento del pastor que engañaba a todos gritando “¡Viene el lobo!”, hasta que un día el lobo llegó de verdad. Pero, siendo sinceros, ¿cómo creerles a políticos que se mueven entre patios lodosos y circos patéticos?
El futuro
Hablando de nuestros políticos: ¿tendrán el carácter suficiente para enfrentarse a un Trump recargado? Algo que parecen no entender es que ellos son la cara del país. Frente a un estilo conservador norteamericano, Panamá no puede darse el lujo de tanto bochorno.
Es hora de que demuestren algo de dignidad. El respeto se gana con actitud, no gritando “soberanía” mientras se comportan como verduleras, alcoholizados, corruptos e incompetentes. Estas actitudes solo proyectan al mundo un mensaje claro: que los panameños no saben manejarse a sí mismos.
La corrupción, además, no es más que una variante de la asociación ilícita para delinquir. ¿Con qué cara se le pide respeto a un presidente del estilo Big Stick si ni siquiera respetamos nuestro propio país?
Por otro lado, así como Trump habla de reescribir la historia mundial y repite su sueño de recuperar el Canal de Panamá, me pregunto: ¿habrán alcanzado los gobiernos civiles panameños los niveles de corrupción previos al golpe militar? La historia, dicen, tiende a repetirse, y mucho más rápido cuando no se aprende de ella.
Es peligroso confiar el futuro del país a esta clase de políticos. Podríamos enfrentar no solo la repetición de episodios vergonzosos, sino también el resurgimiento de fenómenos que creíamos enterrados, como otra dictadura o un nuevo “Bunau-Varilla”.
El autor es ingeniero en sistemas.