Desde mi esquina del internet, así como en conversaciones casuales con amigos y vecinos, veo lamentos de que no se sienten los aires de Navidad. Los tranques están en su punto y los atardeceres tornasol ya anuncian el verano. Entonces, ¿de dónde viene esta inconformidad?
Si damos un paseo nocturno por las calles de ciudad de Panamá, por la falta de luces y decoraciones pareciera que estamos en cualquier época del año, menos diciembre. La excepción notable a esta penumbra es el parque Urracá, y uno que otro punto en la cinta costera.
En octubre se conoció que el alcalde de la comuna capitalina, Mayer Mizrachi, desistió de continuar con el contrato por $1.5 millones que se firmaría para la instalación del alumbrado y la organización del desfile navideño. Esta retirada se dio a pesar de haberse anunciado unas cuantas semanas antes que se procedería con un adelanto del 20%.
Desde un punto de vista meramente pragmático, estos son pasos a un camino de austeridad, lo cual considero altamente encomiable. No se nos olvide que la tónica en años anteriores fue el despilfarro, considerando que, según reportado en La Prensa, el alumbrado y desfile de 2023 representaron un gasto de $6 millones ($3.2 millones para el alumbrado y $2.8 millones para el desfile).
Como parte de su plataforma, el alcalde capitalino presentó la propuesta de que el alumbrado fuese patrocinado por la empresa privada. Considerando lo localizado de las instalaciones, es posible que se haya sobrevendido esta promesa. Sin embargo, desde mi experiencia puedo afirmar que en muchísimos casos, estos presupuestos están ya asignados hasta dos años antes y hay muchísimas causas compitiendo por los mismos dólares. Teniendo esto en cuenta, lo conseguido es un logro, mientras que el desfile, en contraste, probablemente tenía su dinero asegurado en el presupuesto publicitario de las empresas que participaron. Sí, porque esto es publicidad, no filantropía.
A modo de reflexión, es importante que meditemos sobre si los gobiernos, centrales o locales, deberían ser responsables de decorar la ciudad en base a una festividad religiosa/cultural.
Personalmente, tengo opiniones encontradas sobre esto. Siendo Panamá el crisol de razas del que nos enorgullecemos, tendríamos que decorar también para Hannukah, Diwali y el Año Nuevo Lunar. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer que el decorado y el desfile generan oportunidades de trabajo a una gran gama de profesionales entre artesanos, decoradores, músicos, operadores de equipo pesado, buhoneros, vendedores de comida y personas en la economía informal. Incluso, una amiga muy querida fue contratada para cantar en una de las carrozas del desfile. Todo esto significa oportunidades de generación de ingresos, especialmente necesario cuando todavía hay hogares que se están recuperando de las secuelas de los cierres criminales por la covid-19. Ojalá tuviéramos data precisa del impacto económico del decorado navideño de la ciudad, pero en este país somos excelentes no documentando las cosas.
Mucho se habla del espectacular alumbrado navideño de Medellín, el cual se estima que atraerá unas 125,000 personas durante los 44 días que estará en pie. Lo que no se menciona es que este es sufragado por los clientes de la empresa eléctrica local, les guste o no.
Cabe que sopesemos la relación costo-beneficio de estos gastos, pero más importante aún, que encontremos desde la iniciativa privada soluciones que satisfagan a la comunidad a través del uso responsable de recursos.
La autora es miembro de la Fundación Libertad.