Hasta cierto punto, puedo comprender al presidente José Raúl Mulino cuando, en Perú, se refirió al tema de la soberanía de Panamá diciendo: “Para mí sería muy fácil asomarme al balcón y aprovechar la oportunidad para aupar al pueblo panameño a salir a las calles a defender la soberanía de Panamá, pero no voy a hacer eso, ya que estaría actuando irresponsablemente, al darle oportunidad a los cabezas calientes de Panamá de desestabilizar el país. A nosotros no nos conviene la imagen de un país en controversia con los Estados Unidos, como no le conviene a ninguno en la región”.
En efecto, hay algo de cierto y sensato en esa afirmación, toda vez que para nadie es un secreto que no todos los que, en Panamá, se rasgan las vestiduras haciendo alarde de patriotismo ante las insolentes y aberrantes declaraciones de Donald Trump respecto a Panamá, lo hacen con un noble objetivo.
No obstante, resulta innegable que la firma del Memorando de Entendimiento no solo fue inconveniente, sino también perjudicial para los intereses panameños. Entre otras razones, por poner en riesgo el régimen de neutralidad permanente del Canal de Panamá, al permitir a los Estados Unidos una creciente y visible presencia militar en el país. Esto, a la postre, desnaturaliza el valor intrínseco del Tratado de Neutralidad, que constituye nuestra principal y mejor defensa del Canal. De hecho, el aludido memorando ignora el contenido del artículo 5 del Tratado de Neutralidad, el cual establece que: “a la terminación del tratado, solo la República de Panamá mantendrá sitios de defensa en el país”.
Por otro lado, tomar a la ligera y minimizar el impacto nacional e internacional de las insultantes declaraciones del senador Marco Rubio, al referirse a Panamá como “su patio trasero”, así como la persistente postura fraudulenta de Donald Trump sobre la supuesta “injerencia y control de China sobre el Canal”, ha constituido un error garrafal de estrategia y comunicación diplomática por parte del gobierno panameño.
Peor aún ha sido tratar de justificar dicha conducta, argumentando —como lo han hecho recientemente tanto el canciller Javier Martínez Acha como el ministro para Asuntos del Canal, José Ramón Icaza Clément— que “dichas declaraciones no son ciertas y van solo dirigidas a sus electores en Estados Unidos”. Si ese fuera el caso, ¿quién nos garantiza que ustedes —representantes del gobierno panameño— no están haciendo lo mismo con nosotros?
Además, si como dicen tanto el presidente José Raúl Mulino como el administrador de la Autoridad del Canal, Ricaurte Vásquez Morales, estos entrenamientos conjuntos de colaboración y movilización de tropas norteamericanas en suelo panameño —vinculados a la operación y defensa del Canal— no son nuevos y llevan más de catorce años realizándose, entonces, ¿qué necesidad había de firmar un Memorando de Entendimiento para llevarlos a cabo? ¿Acaso no fue simplemente para seguirles el juego y complacer sumisamente los requerimientos de Donald Trump, en medio de su amenaza, gritada a los cuatro vientos, de “recuperar el Canal”?
Presidente José Raúl Mulino, ¿qué nivel de respeto y consideración espera recibir usted y su gobierno por parte de los panameños, si entre sus argumentos para justificar esta ambigua postura frente a la insultante conducta del gobierno de Washington, ha expresado que “debemos recordar que no estamos tratando con cualquier país, sino con la primera potencia del mundo”?
Si así están las cosas —aunque seguros estamos de que, para la habitual conferencia de prensa de los jueves, no los necesita—, no sería mala idea que, haciendo alusión al viejo adagio que convenientemente nos recuerda que “es mejor prevenir que lamentar”, en la reunión con el nuevo embajador estadounidense Kevin Marino Cabrera, todos asistan provistos de guantes de seda… y rodilleras diplomáticas.
El autor es escritor y pintor.