Panamá no fue una república hasta su independencia de Colombia, pero eso no quita que fuese una nación en constante evolución, sobre todo por su situación particular. Su posición geográfica y vocación de tránsito la colocó, desde la colonia, en la mira de las grandes potencias. Fue vista como un peldaño hacia la defensa global de los intereses geopolíticos y militares de estas, por lo que siempre tenían sus narices metidas en el Istmo.
La nacionalidad panameña, rica en calado y matices, ha sido menguada por propios y mermada por extraños, reducida a su mínima expresión a través del tiempo y el espacio para propagar alborotos ideológicos y confusión intelectual, donde cualquier erudito cabeza caliente o editor cazafortuna podía pescar en río revuelto.
Porque describirnos como producto de la intriga y los intereses foráneos vende, a través del empleo parcial, subjetivo, limitado y conveniente de un abundante registro histórico. Panamá fue moldeada como nación durante un período evolutivo de prolongada duración y origen turbulento. Fue un largo y complicado proceso histórico, sociológico y político, rescatado por muchos, donde la redención histórica de nuestros inicios fortalece identidad, orgullo y patriotismo.
A pesar de las críticas vertidas, durante el acontecer colombiano hubo un comportamiento valeroso del pueblo panameño, cuyo análisis sucinto revela la firme presencia de factores que coadyuvan a definir y forjar una particular identidad e idiosincrasia de la nación panameña. Factores que podemos resumir en la intención permanente hacia el autogobierno, en el desarrollo de la comunicación interoceánica en la zona de tránsito y en el arrojo para resistir las frecuentes confrontaciones bélicas colombianas, todo lo que, obviamente, encendía la llama separatista del istmeño.
Y, a medida que se fortalecía la nación y después crecía la República, emergió regia, espléndida, sublime, excelsa y enérgica, la mujer panameña. Esa que entona su mejorana y le canta al ruiseñor; la que construye literatura y pinta nuestra campiña; la que inspiró al autor a convertirla en heroína; la que cosió la primera tricolor; la que, desde la digna curul, defendió la Patria; la que le declamó al Cerro Ancón; la que, con su inspiración, juramentó nuestra bandera; la que, desde el teatro, nos encantó con su actuación; la que hilvana la mola desde la comarca; la que hace hablar el piano, el violín y la flauta; la conga de Colón; la alondra chiricana; y, muy importante, la que engalana su pollera en el punto, el tamborito y la cumbia.
No me toca ahora decir nombres. Pero mi alma ciudadana y mi corazón cívico se desbordan de emoción ante nuestra mujer, forjadora, a la par del hombre, de la nacionalidad panameña en sus diferentes facetas.
El autor es abogado.



