En mis tiempos de infancia, cuando alguien cometía un error en el juego, se hacía el gracioso o se pasaba de listo en la escuela, era merecedor indiscutible de una “pelonera” a la salida de clases; el equivalente moderno a una tanda de “coscorrones”.
Sin ánimo de faltarle el respeto a la expresidenta Mireya Moscoso, lo cierto es que su sorprendente y escueta declaración dada a los medios hace unos días —en la que afirmó que varios diputados de la Asamblea Nacional le habrían hablado de un golpe de Estado y de convocar elecciones en 2026, sin presentar denuncia formal alguna ante las autoridades, y añadiendo que no podía revelar a qué partido o colectivo pertenecían los supuestos diputados con quienes habría conversado, negándose categóricamente a brindar mayores detalles al afirmar: “No, yo solamente hice un comentario y hasta allí”— constituyó, sin duda, una tremenda irresponsabilidad de su parte.
Sobre todo, por tratarse, a todas luces, de una declaración carente de veracidad. Esto es lo que los panameños reconocemos como una “bola”, “chisme” o “bochinche” lanzado a ver qué pasa, en medio de la aguda crisis que atraviesa el país, marcada por cierres de calles, paro de clases y la terrible paralización en Bocas del Toro. Lo lamentable es que esa “bola” no provino —como podría esperarse— de forma anónima en redes sociales ni de algún ilustre desconocido en busca de su minuto de fama o poder ante los medios.
Muy por el contrario, provino de una exmandataria del país, más recordada por los escándalos y desaciertos de su administración que por sus logros. A manera de ejemplo, conviene mencionar el caso CEMIS, puesto en evidencia por el tristemente célebre Carlos Afú, a quien recordamos exhibiendo ante las cámaras un fajo de billetes; el escándalo de los relojes Cartier obsequiados por Moscoso a los 72 legisladores; o, si se prefiere, el caso de los “durodólares” encontrados en la casa de Dalvis Sánchez, entonces administradora de la Presidencia. En fin, la lista es larga.
Lo cierto es que esta aseveración —sin nombres ni denuncia formal— realizada cándidamente por la expresidenta Moscoso deja abiertas ventanas y puertas para la especulación. Por ende, no puede dejar de verse o entenderse como un favor adicional a su amigo, el presidente Mulino; similar, quizá, al de su intervención en lo del famoso sastre colombiano que acompañó a la primera dama para confeccionar, diseñar y trasladar a Panamá la exclusiva banda presidencial.
En el caso de la “bola” que nos ocupa, el favor se traduce, en la práctica, en una conveniente cortina de humo, que —en medio de la crisis que vive el país— le sirve al gobierno como aliciente para alimentar “teorías de conspiración” en torno a las protestas.
A menos, claro está, que la expresidenta decida hablar para esclarecer el tema o que el asunto tenga otras aristas, y la señora Moscoso haya sido alentada a lanzar este temerario murmullo como parte de una conjura secreta entre fuerzas políticas que buscan pescar en río revuelto, incluidas las intenciones del propio Martinelli, quien —de paso y para variar— también es, convenientemente, amigo declarado de Moscoso. Amanecerá y veremos.
El autor es pintor y escritor.