El 8 de diciembre es, en Panamá, un día profundamente especial. Es una fecha que celebramos desde el corazón: flores, desayunos sorpresa, tarjetas hechas a mano, canciones que hablan del amor más puro. También es un día libre, un respiro en medio del cierre de año. Y, sin duda, es una oportunidad hermosa para reconocer a las mujeres que sostienen este país desde los cimientos: las madres.
Pero cada año, cuando leo los mensajes en redes sociales o veo los reportajes de televisión, me pregunto lo mismo: ¿es suficiente un día para agradecer tanto? ¿O, más bien, estamos acostumbrándonos a compensar con flores y publicaciones lo que como sociedad no terminamos de resolver?
La maternidad es maravillosa, sí. Pero también es intensa, extenuante, transformadora y, muchas veces, solitaria. Detrás de muchas fotos llenas de sonrisas hay noches sin dormir, jornadas interminables, culpa, ansiedad, renuncias y un cansancio que pocas veces se reconoce con honestidad. Y aun así, miles de madres en Panamá se levantan cada día y entregan energía, amor y tiempo —mucho tiempo— para que sus hijos crezcan sanos y felices.
Disfruto la celebración, pero no puedo dejar de pensar en el vacío que aparece el 9 de diciembre, cuando la vida vuelve a la normalidad… y con ella, las inequidades de siempre. La maternidad no se sostiene solo con flores —aunque son hermosas—, sino con políticas, apoyo y corresponsabilidad real.
Si realmente creemos que las madres son el pilar de nuestras familias —y por ende del país—, entonces debemos asumir el compromiso de protegerlas, acompañarlas y facilitarles la vida todos los días, no solo uno. Eso implica mucho más que felicitarlas: implica tomar decisiones colectivas que mejoren sus condiciones de vida.
Como pediatra, escucho cada semana historias de mujeres que intentan sostenerlo todo: la casa, el trabajo, la crianza, su propia salud física y mental. Muchas sienten que fallan, cuando en realidad están intentando sobrevivir en un sistema que no está diseñado para apoyarlas.
Muchísimas madres panameñas pasan meses —o años— sin dormir bien porque no tienen redes de apoyo. Tienen dificultades para sostener la lactancia por falta de espacios adecuados en el trabajo. Ven afectada su carrera profesional porque las estructuras laborales siguen castigando la maternidad. Suelen cargar solas la crianza y la logística del hogar, incluso teniendo pareja. Y llegan agotadas al final del día, convencidas de que “así es ser mamá”, porque nadie les enseñó que también necesitan descansar, pedir ayuda y vivir con menos carga.
Me gustaría que pensemos en cómo, desde nuestros propios espacios, podemos transformar la vida de una madre.
Si eres empleador, considera horarios flexibles, licencias adecuadas y espacios dignos de lactancia.Si trabajas en educación, impulsa programas que enseñen corresponsabilidad y rompan estereotipos que cargan todo sobre la madre.Si estás en el sector salud, fortalece la atención en salud mental perinatal y acompaña sin juzgar.Si eres padre, asume tu rol en igualdad: no como “ayuda”, sino como corresponsabilidad real.
Si eres familiar o amigo, ofrece descanso, escucha sin juzgar, acompaña sin invadir.
Y como sociedad, exijamos políticas públicas que protejan a las madres: centros de cuidado infantil accesibles, licencias de maternidad y paternidad más robustas, atención integral a la depresión posparto, programas comunitarios de apoyo, transporte seguro y barrios más habitables.
Porque una madre que vive con menos carga vive mejor. Y una madre que vive mejor, inevitablemente cría hijos más sanos, más estables emocionalmente y más felices. Ese es el verdadero círculo virtuoso que deberíamos perseguir.
Este 8 de diciembre celebremos, claro que sí. Abracemos, agradezcamos, cantemos, llevemos flores. Pero hagamos algo más: comprometámonos a que el resto del año también sea un homenaje silencioso y constante a quienes sostienen este país desde su amor y su entrega.
Que el Día de la Madre no sea solo un día libre. Que sea un recordatorio de todo lo que aún podemos —y debemos— cambiar para que las madres panameñas vivan con la dignidad, el apoyo y la tranquilidad que merecen.
La autora es pediatra.


