La Feria del Libro de Panamá en 2013 tuvo como país invitado a España y como lema central “El lenguaje que abraza”. Recuerdo que ese año asistí el jueves 22 de agosto con algunos libros en mente que buscar, y al pasar frente al stand de la Embajada de España, me llamó la atención el libro El lenguaje de la pasión de Mario Vargas Llosa, que se exhibía al lado de otros títulos, la mayoría de ellos de autores españoles. Interesado en adquirir un ejemplar de esta obra, pregunté por el precio, y la encargada cultural de la embajada, muy gentilmente, se disculpó indicando que los libros que exhibía ese stand no estaban a la venta, pues se trataba de una exhibición conmemorativa.
Para mi sorpresa, una voz a mis espaldas le indicó a la joven que me hiciera el favor de permitirme llevar el mismo libro. Se trataba nada más y nada menos que Mario Vargas Llosa, quien, luego de autografiarlo, me lo extendió con una sonrisa en los labios y, viendo mi cara de asombro, me dijo: —Es tuyo—. Esta entrañable anécdota personal me permitió el privilegio de conocer y estrechar la mano, por primera y única vez, de este escritor universal. La misma constituye, además, una prueba palpable de la sencillez y calidad humana que distinguieron a este gran novelista y ensayista durante toda su vida.
En efecto, Vargas Llosa fue el último miembro aún con vida del grupo de cuatro novelistas latinoamericanos que conformaron, entre los años 1960 y 1970, el denominado boom latinoamericano. Fueron ellos: el argentino Julio Cortázar, el mexicano Carlos Fuentes, el colombiano Gabriel García Márquez y el peruano Mario Vargas Llosa. Aunque el momento clave del boom se sitúa en 1967 con el éxito literario mundial de la novela Cien años de soledad de García Márquez, cada uno de estos otros tres extraordinarios escritores provocó, por igual y con su respectivo estilo, cambios sustantivos en la manera de hacer literatura en el mundo, a través de sus obras monumentales, en el marco de aquella memorable época que dio a luz al realismo mágico.
No obstante, Vargas Llosa fue uno de los escritores de este grupo que, adicionalmente, más reflexionó sobre el oficio de escritor. Su compromiso social estuvo siempre por encima del compromiso estético. Sacrificó la vida bohemia por una férrea disciplina de investigador consumado en el estudio de la historia, hasta lograr convertirse en un novelista realista que utilizó, con gran maestría literaria, los acontecimientos históricos relevantes en el mundo, al igual que sus recuerdos y vivencias personales, como insumos fundamentales para sus grandes obras.
Fue, además, un permanente defensor de la democracia y combatió los autoritarismos políticos de cualquier signo de manera radical, asumiendo posiciones intensas en cada momento en que se requiriera oír su voz lúcida, sin permitir jamás que él, sus novelas o sus ensayos fueran usados como propaganda o panfletos políticos a favor de nadie.
Su osadía y exquisita sensibilidad narrativa lograron una fuerte conexión con el mundo. Tomemos como ejemplo algunos de los siguientes títulos, que convendría releer para refrescar y honrar su memoria: Conversación en la Catedral, La ciudad y los perros, La fiesta del Chivo, El paraíso en la otra esquina, El pez en el agua, Tiempos recios, El héroe discreto, El fuego de la imaginación, Historia de un deicidio, Cinco esquinas, El sueño del celta, La civilización del espectáculo, La casa verde, La guerra del fin del mundo, El reverso de la utopía, El país de las mil caras, Los jefes y muchos otros de sus grandes y maravillosos libros, cuya lectura, de seguro, permitirá que su memoria perdure en el tiempo.
El autor es pintor y escritor.