Si uno fuera sincero, el verdadero héroe de la infancia no es Batman ni Superman… es la mamá con chancleta en mano. Ese ser supremo que podía estar cocinando, hablando por teléfono, regañando al perro y aun así tener un radar activado exclusivamente para ti.
Mi mamá no me enseñó a obedecer como los demás. No. Ella utilizó un método avanzado: el Proyecto Chancleta Voladora.
Un día desobedecí una instrucción sencilla: “¡Recoge tu cuarto!”. Yo, en mi inocencia, pensé: ¿qué es lo peor que puede pasar?
Ja… ja… ja…
Mi mamá inhaló profundo, como Goku cargando un Kamehameha. Se quitó la chancleta con la velocidad de un vaquero desenfundando la pistola. Y cuando la lanzó… hermano… esa vaina dio vuelta en el aire. Ni las palomas hacen esas maniobras.
Yo corrí. La chancleta giró. Yo salté. La chancleta bajó. Yo me escondí detrás de una nevera. La chancleta dobló la esquina como si tuviera Google Maps activado. Me pegó. Y luego regresó a su dueña como el martillo de Thor. Mi mamá solo la agarró y dijo:“¿Ves? Si tú obedeces, ella también descansa”.
Las mamás no hablan. Ellas telepatean amenazas con los ojos.
En público, uno empieza a portarse mal y ellas solo usan La Mirada. Esa mirada que dice:“Sigue riéndote y verás”.“Te voy a resetear la vida cuando lleguemos a la casa”.“Estoy contando hasta tres en mi mente”.
Y uno ahí, enderezándose como soldado en formación.
Las mamás escuchan todo.
Mi mamá podía estar en el quinto piso, al otro lado de la ciudad, y si yo decía un “¡ay, qué pereza!” bajito, aparecía mágicamente detrás de mí:“¿Qué dijiste?”
Nunca supe cómo lo hacía. Todavía sospecho que tenía micrófonos instalados en las paredes.
Las madres creen que todo se arregla con comida: ¿estás triste? Come. ¿Te caíste? Come. ¿Estás llorando por la chancleta? Come y deja de llorar, que se enfría. ¿O tú crees que la comida se bota?
Las amenazas de mamá son pura poesía:“¿Tú quieres que yo me muera, verdad?”“¿Y si fulanito se tira del Puente de las Américas, tú también?”“¡Deja de llorar o te doy una razón real para llorar!”“Si me haces quedar mal… te recojo el alma”.“Tú verás si quieres vivir”.“En esta casa mando yo, pero obedece tu papá”.
Y uno ahí, intentando traducir como si fuera un acertijo.
Al final…
A pesar de los chancletazos, los discursos dramáticos, los castigos que parecían contratos de esclavitud y los sermones de dos horas…
Las mamás nos criaron con amor, humor y poderes sobrenaturales. Y aunque hoy la chancleta esté retirada (o no), uno todavía respeta ese objeto sagrado. Porque solo un tonto reta a una mamá con puntería nivel francotirador.
Después de todas esas historias de chancletas intergalácticas, miradas que derretían paredes y amenazas que ni la ONU podría descifrar, hay algo que uno aprende con los años: detrás de cada regaño, de cada grito desesperado, de cada “¡te lo dije!”, lo que siempre hubo fue amor del bueno. Del que te sostiene, del que te hace persona, del que te marca para toda la vida.
Y por eso, si hoy todavía tienes a tu mamá viva, cuídala mucho. Escúchala, entiéndela, quiérela, búscala, abrázala, llámala, aunque sea para escucharla decir:“¿Y tú por qué me llamas? ¿Qué necesitas?”
Tan solo dile: Te amo, mamá.
Porque no hay chancleta más educativa, ni comida más rica, ni amor más grande que el de mamá. Y no existe dolor en el mundo que se compare con perder a una madre.
Si no la conociste y no tienes un recuerdo físico de ella, tienes algo más poderoso: la parte de ella que vive en ti, en tus gestos, en tu forma de querer, en tu manera de levantarte todos los días. No conociste su rostro, pero llevas su historia en la sangre. Y eso también es amor.
Así que, si la tienes, celébrala. Y si ya no está, abrázala en los recuerdos, que es ahí donde sigue viviendo.
El autor es ingeniero jubilado.

