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Lee Kuan Yew: una visión pragmática hacia el desarrollo

Lee Kuan Yew fue el primer ministro singapurense que sentó las bases del llamado “milagro económico” que vivió la isla a partir de la segunda mitad del siglo XX. Sus decisiones e ideas políticas han sido consideradas transformadoras, necesarias y también autoritarias, debido a la aplicación de políticas de mano dura. A lo largo de su vida política, diversas voces criticaron su estilo de gobernar, pero la realidad es que su pragmatismo y su agenda enfocada en resultados concretos le permitieron a Singapur disfrutar de orden social, libertad económica y estabilidad nacional.

Singapur, al igual que Panamá, atravesó diversos procesos independentistas frente a potencias extranjeras. La isla estuvo bajo dominio británico, perdido temporalmente durante la Segunda Guerra Mundial, cuando fue ocupada por Japón. Eventualmente, volvió a formar parte de la colonia británica, hasta que en 1963 se unió a Malasia, de la cual obtuvo su independencia definitiva en 1965.

Lee fue electo primer ministro, cargo que desempeñó por más de 30 años. Sus políticas le ganaron el respeto de líderes como Margaret Thatcher, Shinzo Abe o Barack Obama, todos ellos de distintas ideologías. Su agenda de trabajo, durante más de tres décadas, se basó en resultados concretos, una fuerte meritocracia, el orden social como pilar de estabilidad nacional y la atracción de inversión extranjera.

Para Kuan Yew, el gobierno debía ser decisivo, con un liderazgo efectivo, basado en metas nacionales, no partidistas. Durante su mandato, hubo un amplio consenso en la clase política sobre la necesidad de reformar no solo el sistema social, sino también el cultural. Las políticas y leyes eran revisadas periódicamente para evaluar su efectividad, y había un claro rechazo al dogmatismo, lo que dejaba menos espacio a las disputas ideológicas y permitía centrarse en maximizar el desarrollo. En sus propias palabras: “Si funciona, lo continuaremos; si no, lo descartamos”.

Entre sus reformas más significativas destacó el bilingüismo, dejando a un lado el orgullo nacionalista para instaurar el inglés como lengua oficial, mientras se preservaban el mandarín y el malayo como lenguas maternas. Esta política permitió conservar la identidad multicultural del país.

La meritocracia fue otro eje central en la construcción del nuevo Estado singapurense. Lee impulsó un sistema educativo riguroso que identificaba el talento desde etapas tempranas y ofrecía oportunidades de desarrollo profesional basadas en el rendimiento académico y técnico. El servicio público se transformó en una carrera prestigiosa y competitiva, con salarios comparables a los del sector privado, lo que permitió atraer a los mejores perfiles profesionales y reducir significativamente la corrupción. Esta política contribuyó a consolidar una burocracia eficiente y comprometida con los objetivos nacionales, promoviendo así un desarrollo personal basado en el mérito, no en las conexiones políticas.

Sin embargo, esa buena gobernanza estuvo ligada al mantenimiento del orden social como condición previa para el desarrollo. Las leyes se volvieron más estrictas, con penas severas para delitos que iban desde el contrabando de drogas hasta el vandalismo, el robo o los desórdenes públicos. Esto resultó en un país más seguro y predecible.

Para Lee, el orden social era indispensable para el crecimiento económico. En sus estrategias, concebía la prosperidad como única vía para garantizar la supervivencia nacional, especialmente en una isla sin recursos naturales significativos. Su gobierno preparó una fuerza laboral versátil, enfocada en convertir a Singapur en un centro industrial y tecnológico de referencia mundial.

El legado de Lee Kuan Yew es complejo, pero innegablemente influyente. Sus políticas funcionaron como una forma de reingeniería social, no solo por el progreso económico y el acceso a vivienda, empleo y educación, sino también por la armonía social alcanzada y la reducción de la corrupción, tanto en el gobierno como en la empresa privada y la sociedad. Más allá de las críticas, su enfoque sigue alimentando debates sobre el equilibrio entre eficacia gubernamental y libertades civiles, así como sobre los límites del pragmatismo político en contextos democráticos.

El autor es internacionalista.


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