El día de publicación de mi columna semanal coincide este año con el 24 de diciembre, y quiero dedicar este artículo a esta maravillosa fecha y a lo que encierra en sí la misma, ya que cada diciembre ocurre algo similar.
Las ciudades bajan el ritmo, la gente corre con las últimas compras y en las oficinas el calendario se llena de reuniones que buscan cerrar pendientes. Pero el 24 tiene un peso especial, no solo por la tradición familiar, sino porque marca una pausa real dentro del mundo profesional. Es un día que nos obliga a bajar la velocidad. Y esa pausa no es un lujo: es una herramienta estratégica.
La mayoría de las empresas pasan once meses en modo ejecución: resolver, producir y entregar. Ese enfoque es necesario, pero también desgasta. El 24 es la antesala de un respiro que permite ver el año con otra mirada. Cuando el país entero se tranquiliza, se abre un espacio que no existe en ningún otro momento del calendario. Aprovecharlo puede cambiar la forma en que enfrentamos el siguiente ciclo.
Hay una idea que suele pasar desapercibida. Muchos profesionales creen que descansar es perder tiempo. En realidad, el descanso bien usado es un motor. Los negocios que crecen no son los que más corren, sino los que saben cuándo detenerse. La claridad que se gana en estas fechas no se consigue en una reunión estratégica ni en un taller de planeación. Se consigue al apagar, aunque sea por un momento, la urgencia del día a día.
El 24 invita a reconectar con lo importante. Esto no significa olvidar el trabajo; significa entender por qué trabajamos. Cuando uno recuerda qué quiere lograr para su familia, para su comunidad o para sí mismo, las metas del año siguiente toman otra forma. No importa si diriges una empresa o si eres colaborador: todos necesitamos ese realineamiento interno que solo llega cuando la mente respira.
También es una fecha que permite reconocer el esfuerzo del equipo. Las organizaciones que no aprenden a agradecer se vuelven frías, y un ambiente frío produce resultados fríos. En cambio, cuando el liderazgo se toma el tiempo de mirar el recorrido del año y de reconocer el trabajo bien hecho, se fortalece la cultura interna. La gente siente que pertenece, y la pertenencia siempre se convierte en compromiso.
Hay otro valor importante en este día. La Navidad nos recuerda que la colaboración importa más que la competencia. El sector privado suele moverse por indicadores, cuotas y comparaciones, pero el 24 abre un espacio emocional que ayuda a ver a colegas, clientes y socios como aliados en un camino común. Algo tan sencillo como enviar un mensaje auténtico, y no un saludo genérico, puede marcar la diferencia. En un mundo saturado de correos automáticos, la autenticidad tiene poder.
La época también impulsa una reflexión financiera. No es casual que muchos negocios hagan sus cierres preliminares antes de Navidad. Es un buen momento para identificar qué quedó pendiente, qué funcionó y qué merece ajustarse. Esa claridad evita sorpresas en enero y permite arrancar con intención y orden.
La noche del 24 siempre trae una mezcla de nostalgia y esperanza. Ambas emociones son útiles para el mundo laboral. La nostalgia permite evaluar lo que dejamos atrás; la esperanza abre la puerta a lo que viene. Si utilizamos esa mezcla como combustible, el año siguiente puede empezar con una visión más humana y enfocada.
Hoy, cuando cada persona en Panamá se prepara para compartir con los suyos, vale la pena recordar que esta fecha tiene un valor profesional real. No se trata solo de un feriado ni de una tradición. Es una pausa inteligente que nos prepara para pensar mejor, liderar mejor y trabajar mejor. Que esta noche nos permita llegar al próximo año con más claridad y un sentido renovado de propósito. Feliz Navidad a quienes me leen cada miércoles; los invito a seguir con su apoyo durante 2026 y, con el favor de Dios, en los años por venir.
El autor es socio líder, Deloitte Panamá.


