Opinión

La hoguera que nos abraza

La Semana del Libro se celebra en Panamá del 22 al 29 de septiembre. Termina el 29 de septiembre para recordar el nacimiento de Miguel de Cervantes Saavedra. Sin embargo, en nuestro país no podemos hablar de celebración del libro. Vivimos en un país donde el libro es un pez que nada contra corriente. Es un país donde reina la contemplación de las cosas pasajeras. Un país donde el libro va contra todo. No solo contra la tecnología y la ignorancia, sino contra los poderes y la alienación; va contra la desinformación y las prácticas de consumo donde hasta el mismo libro se ha convertido en un objeto portador de mentira.

Dice Byung-Chul Han que hoy corremos detrás de la información sin alcanzar el saber. Es porque saber ya no importa. Lo que importa es acumular información y esta información muchas veces es inútil. Contra eso también el libro ha luchado desde su existencia. Por eso Jorge Luis Borges hablaba del libro como una herramienta que es extensión del pensamiento y la imaginación. Pese a que hay un sector del país que afirma que Panamá es un país lector, esta aserción es más romántica que objetiva. Sin embargo, el entusiasmo de esa población que gusta de los libros posibilita escenarios que permiten trabajar por la lectura en un país hostil al libro.

Esta hostilidad hacia el libro es histórica. La gente que piensa, en la actualidad, que leer un libro es mediocre, siempre ha existido. No hay de qué asombrarse. Platón inventó el diálogo platónico porque sentía adversidad hacia la escritura. En la Edad Media, los monjes censuraron la lectura y el conocimiento y los limitaron a los monasterios. Ni hablar de las tiranías que siempre lo primero que queman son los libros. La educación de hoy necesita de la lectura de libros, porque, pensemos en esto, por alguna razón nada ha podido contra el libro. Han desaparecido y siguen evolucionando los artefactos, pero el libro sigue intacto. ¿Por qué?

Históricamente el libro ha tenido opuestos que eran considerados sus enemigos, pero no es así. Por ejemplo, la televisión. La televisión es una herramienta cuya extensión es el capital. Así como el libro es una extensión del pensamiento y la imaginación, la TV lo es del comercio. La TV tiene el poder de reunir a la familia en un momento determinado donde, hechizados y sumisos a la producción mediocre, atomizados por los comerciales que les dicen qué deben comer, cómo deben vestir, etc., parecen estar perdidos. Sin embargo, hasta la TV conserva un atributo: une a la familia, al menos para ver una serie o una película que puede ser comentada o discutida.

Otras invenciones son más de temer. Creo que los dispositivos móviles son más dañinos para la familia porque aíslan con más susceptibilidad a las personas. Una familia puede estar en la misma sala, cada uno en su celular (ni la abuela se salva porque hasta ella tiene su celular), y, no obstante, están lejos, sumergidos en un universo que los separa de los suyos, que no les permite escuchar ni conversar. Tal vez por eso el mayor enemigo de los libros no es la TV, porque las personas no pueden cargar una TV a cada lugar al que van, pero el celular se ha convertido en un compañero que habla con las personas en cualquier espacio, ni la misa se salva.

Aquí hay algo curioso que cualquiera podría refutar con mucha razón. El libro, es decir, la lectura, también es un acto de aislamiento individual. Cuando las personas leen se sumergen en un estado de gracia, en un silencio, más aislador que un celular. Porque cuando leemos, como dice Harold Bloom, es uno de los placeres que se produce en la soledad. Pero, ¿qué pasa aquí? ¿Cuál es la diferencia entre el libro y un aparato como el celular? Leer es un placer egoísta, si se quiere ver así, pero la lectura es un acto curativo que permite reparar los tejidos que dañan otros instrumentos. Podría mencionar, varios, pero solo mencionaré uno: la otredad. Cito otra vez a Bloom: “La lectura imaginativa es un encuentro con lo otro, y por eso alivia la soledad”; además es una experiencia que nos ayuda a devolver a los demás lo que hemos aprendido en ese diálogo con la soledad.

Irene Vallejo ha dicho que en nombre del futuro es esencial que haya una biblioteca en todos los centros educativos porque la biblioteca es esa especie de hoguera donde la gente se reúne para acercar las manos a las palabras. Hermosa imagen que debe extenderse a todas las comunidades, incluso a los hogares, porque es allí donde se enciende el fuego que da calor a la familia. El libro es la hoguera que nos abraza. Si en verdad nos preocupa el futuro de los niños y jóvenes, no podemos restar la importancia del libro en las escuelas. La verdadera era de la mediocridad llegará cuando la lectura desaparezca de la vida social.

El autor es escritor