La Isla Margarita, ubicada en la provincia de Colón, Panamá, ha sido desde su devolución al país tras los Tratados Torrijos–Carter, una fuente constante de concesiones mal habidas. Lo que debió convertirse en un motor de desarrollo nacional se transformó, con el paso de los años, en un símbolo de la corrupción que ha corroído nuestra institucionalidad.
La última concesión, otorgada en 2013, fue duramente cuestionada y señalada en los medios como un acto de corrupción. El Gobierno anunció la expropiación de las tierras, aunque no ha quedado claro si dicha medida implica también la anulación de aquella concesión.
Lo cierto es que la Isla Margarita posee una posición geográfica privilegiada: un puerto desarrollado en ese punto sería, sin duda, el más importante del Caribe. Si el Estado logra reorientar este proyecto con transparencia y visión de país, el nuevo puerto podría convertirse en el motor del renacimiento de Colón, una ciudad que alguna vez fue llamada la Tácita de Oro del Caribe.
No existe en el mundo una ciudad puerto tan pobre como Colón, pese a su extraordinaria ubicación frente a una de las rutas marítimas más transitadas del planeta. Es hora de que el gobierno garantice que los beneficios del desarrollo portuario redunden en el bienestar de los colonenses, devolviéndole a la ciudad su brillo histórico y su orgullo caribeño.
El autor es exdirector de La Prensa y exsecretario de la AMP



