A lo largo de la historia, Panamá ha servido como punto de unión; desde el momento de nuestra génesis hasta no hace mucho tiempo. Digo esto con propiedad, pues, cuando este pequeño istmo salió de las aguas, sirvió para unir dos grandes masas de tierra y lo hizo generando cambios significativos en el agua, la fauna y flora del resto del mundo.
Quizás esta es la responsabilidad que el Todopoderoso nos ha tenido reservada y una que no siempre hemos podido aprovechar.
Parece mentira que fuimos un país que logró la independencia del Imperio español sin disparar un solo tiro, igual que luego nos separamos de la Gran Colombia, sueño infructuoso del libertador Bolívar, sin mediar una lucha fratricida como sí sucedió con otros países hermanos. Para ello se requirió que, quienes habían sido enemigos irreconciliables durante una guerra heredada, lograran ponerse de acuerdo, para que ese mes de noviembre de 1903, unidos, nos convirtiéramos en una nueva nación independiente.
Durante muchas décadas, sin importar a cuál partido pertenecían, los panameños supimos unirnos para poder superar esas barreras que nos dividieron y que produjeron muertos por el simple hecho de buscar nuestra soberanía y convertirnos en un país unido.
Nuevamente, durante varios años y de diferentes formas, logramos amalgamarnos para deshacernos de una dictadura criminal que no solo cambió la idiosincrasia del panameño, sino que fue la génesis de algunos cambios por los que, aún hoy, seguimos pagando las consecuencias. Uno de esos fue una carta magna que no nos ha resultado muy beneficiosa en muchas áreas de nuestra vida.
Pero la realidad es que la lucha que buscaba justicia, democracia y libertad unió a panameños y residentes para protestar y luchar buscando un mejor Panamá. Infortunadamente, como muchas cosas, le dejamos el timón del barco a los mismos tipos de grupos que habían generado ese “cáncer” que nos sigue carcomiendo.
Hoy, tenemos que tristemente reconocer que, nuevamente, hemos dividido a los ciudadanos. Hemos dividido el sentimiento istmeño. Hemos dividido a esa tierra que nos vio nacer y donde hoy nos toca convertirnos en vehículo de reconciliación, saneamiento y reconstrucción.
Hoy tenemos un país donde todos dudan de su vecino, donde alguien publica en redes sociales que vio a un triceratops comiéndose vacas por las montañas de Chiriquí y una gran mayoría de nuestros conciudadanos, sin verificar la noticia, la republica en sus propias redes. Evidentemente, ese tipo de dinosaurio desapareció hace muchos años y, encima, era herbívoro. O sea, por donde lo quieran ver, es falsa.
Pero pareciera que lo que se busca es lograr una “popularidad” que, aunque no tenga fundamento alguno, nos lavamos la cara con un simple “no sé si es cierto, pero por si las moscas” y eso es suficiente para esparcir mentiras.
Pero eso no es lo peor de esta historia, sino que hay miles de personas que, por falta de educación, por la pereza de verificar la noticia en algún buscador serio o hasta por la desesperación de querer convertirse en otro periodista irresponsable más, comparten a su propia base de datos una noticia sin fundamento.
Infortunadamente, esto es lo que ha sucedido con los problemas cuyas consecuencias hemos venido padeciendo durante las últimas semanas en todo el país. Unos irresponsables empezaron a esparcir mentiras o medias verdades, y los “nuevos seudoperiodistas” iniciaron la divulgación de estas.
Hoy, como hemos perdido la confianza en nosotros mismos —ni hablar del gobierno o de varias instituciones, otrora de mucha credibilidad—, con poco pensamiento crítico, baja autoestima y el famoso “juega vivo” que nos acosa, hemos cocinado el menjurje perfecto para una crisis social, de la cual el posible retorno no será ni placentero ni mucho menos expedito.
Hoy reitero ese llamado a mis queridos coterráneos para que asumamos nuestra responsabilidad de ciudadanos e iniciemos ese trabajito de hormiga que nos pudiera llevar a la reconciliación. Esto solo se podrá lograr si empezamos a hablarnos en lugar de gritarnos. No sigamos jugando el juego de quienes pretenden dividirnos.
Pero, aún más importante, debemos escucharnos, asimilar y discriminar el trigo de la cizaña de manera responsable. Reconozco que no es posible hacer grandes cambios frente a interlocutores en quienes no confiamos, pero nos va a tocar dudar y escuchar de manera tranquila, reconociendo que, quizás, pudiéramos estar equivocados. Nos va a tocar empezar a creer en nosotros mismos primero, y luego en nuestro prójimo.
Nos va a tocar confiar en la capacidad de hermandad, solidaridad y responsabilidad que requiere nuestro querido Panamá. Solo así podremos iniciar la construcción de la patria.
Pero ahí no queda la cosa. Debemos empezar a corregir los errores cometidos, sin divisiones, sin epítetos y con mucho discernimiento y justicia social. Panamá nos necesita.
El autor es dirigente cívico.