En los últimos meses, algunos titulares han hablado de “la muerte del ESG”. Se refieren a la aparente retirada de grandes corporaciones de compromisos climáticos y de diversidad, al repliegue político en Estados Unidos y a la caída en el número de fondos etiquetados como sostenibles. Pero detrás de esos titulares hay una historia más compleja y, sobre todo, más optimista: no estamos ante la muerte del ESG, sino ante su maduración.
El informe Ipsos ESG Council 2025, que recoge las percepciones de más de 50 líderes globales de sostenibilidad, es claro al respecto. Las empresas no están abandonando sus compromisos; están recalibrando sus estrategias para integrarlas con más fuerza en su modelo de negocio y volverlas medibles, estratégicas y sostenibles en el tiempo. Durante muchos años, ESG fue en buena medida una narrativa. Grandes discursos, compromisos ambiciosos, metas lejanas. Hoy, en cambio, se está convirtiendo en una práctica estructural.
El 90% de los líderes encuestados afirma que ESG ya está transformando su operación empresarial; el 98% asegura que trabaja transversalmente con otras áreas para integrar sostenibilidad en las decisiones cotidianas; y casi la mitad reconoce que el tiempo dedicado a reportar es incluso mayor que el invertido en implementar acciones, lo cual evidencia la necesidad de mayor eficiencia y alineación estratégica. Este giro no es un retroceso, sino una etapa natural de consolidación. Lo que empezó como un movimiento reputacional ahora busca sostenerse con métricas, gobernanza robusta y valor económico tangible.
Un elemento que acelera esta transformación es la polarización política, especialmente en Estados Unidos. Temas como el cambio climático o la diversidad e inclusión han sido instrumentalizados en la arena política, convirtiéndose en banderas ideológicas más que en consensos sociales. Con la reelección de Donald Trump y la salida de EUA del Acuerdo de París, muchas empresas norteamericanas han optado por cambiar el lenguaje sin abandonar los objetivos. Ya no hablan tanto de “ESG”, sino de “negocios responsables” o “sostenibilidad corporativa” o como usted lo quiera llamar. Es un cambio semántico que busca reducir fricciones, pero no implica renunciar a la agenda.
Otro hallazgo crucial del informe es que las empresas están entendiendo ESG no como un costo, sino como una inversión con retorno tangible. Europa concentra el 84% de los fondos ESG globales y en 2023 estos fondos tuvieron mejores retornos que los fondos tradicionales. El 70% de los consumidores a nivel global prefiere marcas alineadas con sus valores. Y los colaboradores son seis veces más propensos a recomendar su empresa cuando perciben coherencia entre discurso y acción en sostenibilidad.
La próxima fase de ESG estará marcada por tres vectores clave: gobernanza sólida; medición rigurosa y tecnología habilitante.
ESG se está despojando de adornos, de discursos huecos y de etiquetas políticas. Se está volviendo más real, medible y estratégico. Y esa es, precisamente, la mejor noticia posible para quienes creemos en un modelo de desarrollo sostenible. La próxima semana ampliaré sobre este tema.
El autor es fundador de Semiotik.


