Opinión

Entre deber, realismo y apocalipsis

No es casualidad que Estados Unidos enfrenta uno de los momentos más peligrosos de sus 248 años como nación independiente. Está en manos de los votantes estadounidenses salvar a su país de la autodestrucción, pero es dudoso que lo logren. Hoy por hoy, los indicios son que Donald Trump ganará la presidencia y probablemente obtendrá control republicano del Senado, además de contar con inmunidad absoluta y los poderes ilimitados que la Corte Suprema acaba de garantizarle. Así, Trump podrá ejecutar el plan de gobierno que ha revelado públicamente, el cual promete nada menos que “tiranía”, como editorializó The New York Times.

Desde antes del debate del jueves pasado, los expertos pronosticaban que en el Colegio Electoral estadounidense no queda ruta para que Joe Biden pueda ganar. El Colegio Electoral es un anacronismo que a veces ha negado la presidencia a la persona que gana la mayoría de los votos, como le pasó a Hillary Clinton; en breve, la situación ahora es que los estados en los que Trump muestra fuerza suman un triunfo casi seguro en el Colegio Electoral.

Hasta el jueves 27 de junio pasado, no obstante, se vislumbraba la posibilidad de que Biden lograra revertir la situación como hizo en 2020. Pero entonces hubo un debate entre Trump y Biden. Yo vi los 90 minutos completos y casi muero de la angustia. Trump fue el bully narcisista y mentiroso de siempre, pero Biden demostró patéticamente que no tiene edad para buscar nuevamente la presidencia, mucho menos vencer a un adversario como Trump. Esto quedó claro como el agua, por más que la familia y los asesores de Biden se empeñen irresponsablemente en negarlo. Digo irresponsablemente –y lo digo con ira- porque el primer deber de todos los que rodean a Biden es velar por el bien del país, aunque esto requiera encarar verdades duras y decírselas tajantemente al propio Biden. Él hizo una cosa tremenda con vencer a Trump en 2020 y ha hecho una presidencia admirable, pero su deber ahora es pasarle la antorcha a otro. El patriotismo requiere tanto verdad como realismo.

CNN reporta que después del debate del 27 de junio, las encuestas muestran que 72% de los votantes estadounidenses estiman que Biden ya no tiene capacidad para ocupar la presidencia. Los líderes demócratas están comenzando a reconocer la gravedad de la crisis, pero el dilema es que solo el propio Biden puede dar paso a que se seleccione otro candidato, porque él ganó todas las primarias necesarias para obtener la nominación en la convención demócrata a celebrarse en agosto en Chicago. La única salida, entonces, es que Biden se retire como candidato, dejando que los delegados libremente escojan uno nuevo. Hay razones para temer que este proceso apresurado sería un caos, pero también hay razones para pensar que esto inyectaría nueva energía a lo que de otro modo parece ser una marcha inexorable a la guillotina. Un analista escribió en The New York Times, refiriéndose a Biden, que la opción más riesgosa es no hacer nada. Estoy muy de acuerdo.

¿Quién podría reemplazar a Biden como candidato o candidata a la presidencia? En primer lugar está la vicepresidenta, Kamala Harris; ella no me hizo buena impresión en los debates de 2020 y las encuestas muestran que no tiene mucho respaldo entre los votantes. Ella merece ser considerada entre los posibles candidatos, pero no que la designen de a dedo. Otros nombres que se mencionan son Gretchen Whitmer (ex gobernadora de Michigan), Gavin Newsom (gobernador de California), Josh Shapiro (gobernador de Pennsylvania), Amy Klobuchar (senadora de Minnesota), y más. Hasta se ha mencionado a Hillary Clinton, lo que me parece un error garrafal.

La última vez que hubo una convención “abierta” en el Partido Demócrata fue en 1968, tras que el presidente Lyndon Johnson anunciara que no buscaría reelegirse. El país estaba muy dividido por la guerra de Vietnam y esa convención sí fue un caos. Hubert Humphrey (vicepresidente de Johnson) ganó la nominación, pero perdió la elección frente a Richard Nixon, quien hizo una presidencia desastrosa; Nixon terminó renunciando a la presidencia para no quedar preso. En ese entonces se pensaba en Estados Unidos que los presidentes no están por encima de la ley, pero la Corte Suprema acabó con eso en un fallo emitido el lunes, que garantiza “inmunidad absoluta” para los actos oficiales de un presidente y “presunta inmunidad” para sus demás acciones. Un fallo apocalíptico, a mi juicio.

La autora es periodista.