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¿En qué piensan los corruptos?

Por un error muy común al confundir habilidad con inteligencia, se piensa que ser habilidoso es ser inteligente. Pero no es así. Una persona habilidosa es aquella que tiene destreza para hacer algo (lícito o no), de forma más mecánica que racional. Los corruptos son habilidosos para lo malo, pero no necesariamente inteligentes. Sin embargo, a muchas personas les gusta creer lo contrario, por una distorsión cognitivo-afectiva. Y, al final, terminan recurriendo al arquetipo de Robin Hood, es decir, “el buen malhechor”.

A ciertos corruptos, sobre todo principiantes, les gusta pensar que no son corruptos, sino suertudos, genios, favorecidos por la providencia y, eventualmente, “víctimas sociales”. Esto sigue una estructura racional similar al silogismo: Dios castiga a los malos y premia a los buenos; Dios me premió; entonces soy bueno. Lo cual ocurre frecuentemente en lugares donde el sistema legal es inoperante o funciona como incubadora de corruptos. Existen muchas razones por las cuales a ciertas personas malas les va bien, pero ninguna de ellas convierte a los maleantes en ungidos.

Los delitos no se lavan: se pagan. El corrupto primerizo tiende a pensar que puede “limpiarlos” suavizando, aunque sea parcialmente, su conciencia. No crea que “en el fondo son buenas personas” solo porque los ve haciendo obras de caridad, ofreciendo donativos, etc., como si al hacer el bien compensaran todo el mal previo. En realidad, eso no funciona así. Cada cosa que existe se sostiene en un orden preestablecido que, dicho sea de paso, le permite seguir existiendo. Si un corrupto afecta ese orden apropiándose indebidamente de bienes, servicios, dinero o personas, ese orden será restablecido tarde o temprano, de una u otra forma, directa o indirectamente, a toda costa y por encima del mismo corrupto o incluso de sus allegados. Esto lo sabían las religiones ancestrales, que iniciaron la práctica de la penitencia asociada al arrepentimiento para poder “expiar la culpa”, dado que el verdadero arrepentimiento solo surge después de asumir la responsabilidad del hecho y de sus consecuencias. Entiéndase: ni de boca ni, mucho menos, de chequera.

A los principiantes de corrupto no les agrada saber a cuánta gente y de qué manera afectan con sus delitos, porque intuyen que la culpa va en proporción a la calidad y a la cantidad de personas perjudicadas por su ilícito. Y, a medida que se asciende en niveles de responsabilidad, proporcionalmente será la afectación que recibirá el corrupto al restablecerse el orden natural de las cosas.

Por otro lado, conforme crece y se desarrolla, el ser humano establece un contrato implícito pero primordial con su propia vida, haciéndose responsable de todo lo que haga o deje de hacer para poder sobrevivir al entorno, a la sociedad y a sí mismo. Sobre ese primer contrato —que define al ser humano como persona— se levantan los demás contratos sociales: matrimonio, empleo, etc. Si el primer contrato falla, es seguro que los otros fallarán proporcionalmente tarde o temprano. Dicho de otra forma, una persona íntegra no puede ser “buena” en ciertos entornos y muy “mala” en otros, porque, en esencia, lo malo siempre termina mezclándose y opacando a lo bueno.

En resumen, saber en qué piensan los corruptos no es complicado: piensan en su beneficio y en el de sus allegados. Sin embargo, ¿cómo hacer para que piensen en los otros? Tal vez solo cuando “los otros” se atrevan a recordarles lo que realmente son.

El autor es escritor.


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