Por primera vez en mucho tiempo, me atrevería a decir que el martes pasado todos los panameños estuvimos de acuerdo. La selección nacional de fútbol mayor logró su clasificación directa al Mundial de 2026. Como bien dijera esa noche el capitán, Aníbal Godoy, durante esas dos horas los panameños no nos acordamos de problemas, de políticos ni de las cosas que nos mantienen atribulados la mayor parte del tiempo. Ese día, como bien dice el eslogan, “todos fuimos Marea Roja”.
Pocas cosas en el mundo tienen tanto efecto colectivo como el deporte. Según un estudio reciente publicado en una revista médica de radiología, ver partidos del equipo de nuestra preferencia genera cambios importantes en la actividad cerebral, mediados por hormonas y neurotransmisores relacionados con las emociones. Pero sin duda, para los panameños, nada genera actualmente tanto entusiasmo colectivo como los éxitos de “La Sele”. Posiblemente solo las victorias de Roberto Durán pudieran equipararse con lo que hemos vivido las dos veces que Panamá ha logrado clasificar para un Mundial de fútbol.
Si bien este año la clasificación no estuvo revestida del dramatismo de 2017, la necesidad de obtener un resultado positivo contra El Salvador ya dejaba claro que lograr la clasificación con una victoria traería mucho entusiasmo. Afortunadamente, el partido se encarriló bastante temprano y, al comenzar el segundo tiempo —con los goles de Guatemala ante Surinam—, ya parecía evidente que esa noche estaríamos en la lista de los 48 países que disputarán el campeonato del mundo.
Con este resultado, Panamá ya ganó su Mundial. Como siempre, cada quien tiene sus propias expectativas. Para Brasil, Argentina o Alemania, no llegar a la final es un fracaso. Para otros, como México, el sueño es llegar a los cuartos de final. Para algunos países europeos y africanos, el objetivo es pasar de la primera ronda. Pero para países como el nuestro, el gran objetivo es llegar a la cita mundialista. De ahí en adelante, todo lo que se obtenga es ganancia. Si no, recordemos cómo en el Mundial de Rusia el mundo entero se sorprendió de la forma en que los panameños celebraban un gol, a pesar de ir perdiendo el partido cinco a cero.
Por supuesto, ante este resultado hay que felicitar a los jugadores que lograron la clasificación con su esfuerzo. Igualmente, al cuerpo técnico dirigido por Thomas Christiansen, quien en un lapso de ocho años ha logrado darle una identidad propia al fútbol que juega nuestra selección. Aquel concepto del “fútbol de pelotazo” parece haber quedado en el pasado.
Aún recuerdo cuando Panamá participó en las eliminatorias del Mundial de Argentina 1978, donde lo habitual era perder. Y perder por goleada ante países con una tradición futbolística mucho mayor que la nuestra, como Costa Rica, Honduras o Guatemala.
Pero estos resultados que obtenemos ahora no pueden desligarse del arduo camino que ha recorrido el fútbol panameño desde hace más de 50 años. Muy lejos queda la época de la liga distritorial de fútbol de Panamá, donde los jugadores manejaban taxi o trabajaban en la construcción durante el día y entrenaban por las noches para jugar en una liga que les ofrecía poco más que los uniformes y la emoción de la victoria. Era una época en que poca gente se preocupaba por el fútbol nacional.
Aunque no quiero caer en la injusticia de no mencionarlos a todos, sí es necesario destacar a algunas personas que fueron clave en el desarrollo, no solo del fútbol como deporte, sino del fútbol como afición. Destaco entre muchos otros a don Edmundo Vargas, quien en 1970 consiguió para Panamá que se pudieran ver los partidos del Mundial de aquel año, en el que se coronó el Brasil de Pelé. Aquel inolvidable grito del narrador mexicano Fernando Marcos —que inmortalizara la “O” eterna de los goles de Brasil— sigue en los recuerdos de quienes vimos aquellos partidos.
Después vino la época de Fútbol en TV2, donde José Bech y Efigenio Tapia daban todos los sábados, invariablemente, noticias sobre fútbol nacional, fútbol internacional y ligas juveniles e infantiles. Remataban con su sección “Aprendiendo fútbol”, donde muchos de nosotros aprendimos las bases del reglamento y la teoría de este maravilloso deporte, que poco a poco generaba más interés.
Pero los logros actuales de la selección se remontan más atrás. Cuando Gary Stempel llegó de Inglaterra con ideas novedosas sobre táctica y ejecución del juego, muchos pensaban que se araba en el mar en un país predominantemente beisbolero. Pero sobre aquellas bases se construyó lo que tenemos hoy.
Panamá no solo va al Mundial mayor. En los últimos seis años nuestro país se ha ganado un espacio en el fútbol regional. Estamos clasificando por segunda vez al Mundial mayor masculino, fuimos al Mundial femenino, clasificamos a dos Mundiales Sub-17 y un Mundial Sub-20, fuimos finalistas de la Copa Oro, cuartos de final de la Copa América, tres Final Four consecutivas de Concacaf, clasificamos a dos Mundiales de fútbol sala masculinos y a uno de fútbol sala femenino, campeones del torneo juvenil Maurice Revello y campeonas UNCAF Sub-19.
Pero así como es justo reconocer el mérito a quien lo tiene, es importante destacar que nada de esto se logra sin un trabajo serio y organizado a nivel federativo. Durante estos ocho años, el fútbol panameño ha progresado: hay un gran trabajo en categorías inferiores y actualmente hay cien jugadores panameños militando en ligas internacionales. Sin duda, el organismo que rige el fútbol nacional merece un reconocimiento a la par de los jugadores y el cuerpo técnico.
Ya hablando a título personal, lo que más orgulloso me ha hecho sentir es que el próximo viernes, cuando se sorteen los grupos del mundial, Panamá estará en el bombo tres. Ya no en el bombo cuatro, donde quedan los equipos que el mundo considera inferiores. Puede que para muchos esto no tenga tanta importancia, pero seguramente el Cuti Mosquera estará feliz de no tener que encontrarse a Haaland en la primera ronda pues su equipo, Noruega, comparte bombo con nosotros.
¡Enhorabuena mundialistas!
El autor es fanático del fútbol y de la Marea Roja


