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El país de Tres Patines

Empiezo por decir que las opiniones expresadas aquí son personales. De ninguna manera deben interpretarse como vinculadas a mi relación de asesor del presidente ni al Poder Ejecutivo.

Si hiciéramos una encuesta, en los últimos 60 años, el personaje más popular sería, sin duda, José Candelario “Tres Patines”. Un personaje nefasto que encarna el “juega vivo”, que engaña y tima a diario. Enjuiciado por la “Tremenda Corte”, que sentencia pero no encarcela. Cada día, este personaje irredento sale a embaucar a las mismas víctimas con juegos de palabras y medias verdades. Tristemente, este sainete ha hechizado a los panameños por décadas.

La tragedia no es solo que los panameños celebremos las ocurrencias de un tracalero, sino que lo emulemos. Este es el país del “juega vivo”. Jugar vivo es “hot”, es “rareza”. Gozamos viendo cómo evadimos el peaje en el corredor, cómo nos estacionamos en un espacio reservado para personas con discapacidad, o cómo burlamos el subsidio calentando el jacuzzi con gas subsidiado, etc., etc.

Nuestro sistema de seguridad social, la Caja, un bien público indispensable para el bienestar de la sociedad, ha sido una víctima importante de este matraqueo. Tenemos 40 años jugándole vivo al Seguro Social, para seguir cobrando o esperar cobrar una pensión por la que hemos pagado, con suerte, la mitad. Y usamos todo tipo de argucias para escondernos, para mentir y para sangrar el sistema. Allí, nos ha sobrado imaginación y nos ha faltado moralidad.

Ya desde 1981 sabíamos que nos llevábamos más de lo que poníamos. Desde entonces, hemos sabido que el sistema necesitaba una reforma de verdad. No una reforma solo para evitar el “juega vivo”, sino una reforma estructural para adecuar los costos de las pensiones a los beneficios que ellas ofrecen, particularmente ante los cambios radicales demográficos, tecnológicos y sociales. Pero no.

En una combinación tóxica de ignorancia, desinformación y la conducta “trespatinesca” de sacar sin poner, los ciudadanos y una clase política muy sensible a los antojos populistas hicieron imposible reestructurar el sistema. Los pocos cambios que se lograron con las reformas de Endara en 1992 y de Martín en 2005 se lograron “a sangre y fuego” y con enormes costos políticos para los partidos que las propusieron.

Es cierto que el tema es complicado y que nunca es suficiente la docencia sobre la reforma urgente. Pero siempre hemos sabido que los beneficios superan con creces las contribuciones. Y todos... todos, incluso el recordado “Eladio”, nos hicimos los vivos hasta que, a principios de este año, le dimos santa sepultura a las reservas del sistema, que murieron desangradas por ese desequilibrio crónico entre lo que nos llevamos y lo que pusimos.

Pero hay que agregar algo. A pesar de todas las presiones demagógicas, la reforma de Martín logró desacoplar el obsoleto sistema solidario y reemplazarlo por un sistema híbrido de capitalización. Esa reforma, muy lejos de completarse, requería ajustes futuros. Además, preveía que los siguientes gobiernos capitalizaran el sistema entre 400 y 500 millones por año, para suplir los ingresos que el sistema “solidario” requería hasta su extinción. Y aquí vino la viveza suma.

En un guion digno de “La Tremenda Corte”, los tres “Tres Patines” siguientes, Martinelli, Varela y Cortizo, jugaron vivo haciéndose los pendejos con la letra de la ley. Con evasivas falsas y hasta ridículas, no capitalizaron el programa al que obligaba la reforma. De haberlo hecho, el programa tendría hoy más de 7 mil millones de reservas y no le hubieran tirado a Mulino el perro muerto.

Mulino enterró al perro y se ha enfrentado a la situación. Hoy tenemos una ley imperfecta, pero se acabó el impasse y se contuvo la fiesta. Y con todo y eso, para los “juega vivo” que aún no ponemos ni un real, ni un día más de cotización ni de edad de jubilación, la nueva ley nos financia una pensión con fondos públicos, que debieron ir a paliar las necesidades de los que no tienen nada, ni siquiera una radio para saber quiénes eran Rudecindo o Nananina. Ganamos los “vivos”, pero perdimos todos.

La calle sigue revuelta y hay desde consignas pseudo-marxistas (pobre Carlos Marx) hasta moribundas mentiras sobre lo que dice o no dice la ley. Pero en realidad es una gran farsa. Se trata de ver cómo los “vivos” rescatamos los privilegios sin poner nada, porque José Candelario nunca ofreció nada. Solo mintió y tergiversó.

La historia de la Caja es elocuente y aleccionadora. El “juega vivo” se repite en muchas instancias de la vida nacional, y es especialidad de las capas medias arribistas. Nadie quiere poner nada, y mucho menos desde hace más de 20 años, cuando nos regalan subsidios y privilegios a cambio de llorar pobrismo y hacernos las víctimas.

He dicho muchas veces que somos un país de pedigüeños. Ahora no pedimos: exigimos, cerrando calles y violentando la convivencia civilizada. El “juega vivo” nos está arruinando. Pero más que eso, esa cultura de quién le quita a quién y quién pelecha más ha destruido la poca confianza que nos teníamos. Aquí nadie cree en nadie, decimos. Y es así de peligroso: un sentimiento larvado en el abuso, la viveza y el crimen sin castigo. Tal cual la “Tremenda Corte”.

El autor es ciudadano.


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