¿Cómo se logra la reorganización de la sociedad panameña? Son diversos los factores que se deben considerar al hablar de una reorganización social; sin embargo, lo social, lo político, lo económico y la institucionalidad del Estado son los cuatro pilares fundamentales para reconfigurar el tejido social de una nación.
Lo social y lo cultural van de la mano; de hecho, no pueden verse como fenómenos separados, ya que uno no puede existir sin el otro. En términos generales, apuntar a una mejor cohesión social, tanto regional como nacional, puede ayudarnos a mejorar significativamente los lazos de convivencia entre los panameños. Hoy, la fragmentación y las divisiones de la nacionalidad panameña —incluidas especialmente las diferencias políticas, convertidas en amenazas para los disidentes— se han convertido en el principal combustible de estrategas políticos que buscan aumentar las probabilidades de permanecer en el poder, aun cuando el costo sea la desintegración de la integridad nacional.
Esta desintegración le resta dignidad a la figura de los partidos políticos, los cuales, frente a una población víctima de un sistema educativo decadente, no tienen más alternativa que recurrir al clientelismo y al populismo propio de una democracia de muchedumbre para mantener su relevancia. Por lo tanto, enfocarnos en la reorganización del factor sociocultural nos permitirá concentrar los recursos necesarios en la reestructuración de la política y en el ejercicio de la ciudadanía, ya sea mediante reformas electorales cónsonas con el clamor popular, sin partidismos ni trabas para aquellas opciones que representen una amenaza al statu quo político.
De hecho, no existe mejor forma de comenzar a sanar las heridas políticas de la nación que permitir una verdadera representatividad de los electores a través de la reorganización de la política interna. El “criollismo” en el ejercicio político de las autoridades electas agrava la desconfianza ciudadana en las instituciones democráticas, especialmente en la política como una de las actividades más necesarias en las sociedades modernas, una que ni siquiera la inteligencia artificial podrá reemplazar fácilmente. Aclaro que no me refiero a que los malos políticos sean irremplazables; de hecho, cualquier persona con un mínimo de moralidad y preparación podría sustituirlos. Sin embargo, el rol del político en la administración pública requiere necesariamente de capital humano.
El mayor enfoque de la reorganización política que esta República necesita debe ser la obtención de una mayor legitimidad democrática. Constantemente escuchamos hablar de la participación ciudadana, pero pocas veces comprendemos su verdadera importancia, especialmente para hacer valer el Estado de derecho y el equilibrio social. Quinquenio tras quinquenio, las elecciones parecen convertirse en simples eventos protocolarios, mientras las riendas del país se dejan a su propia suerte. Tanto los partidos políticos como la sociedad civil organizada carecen de una cultura cívica sólida, especialmente en lo referente a la promoción de una identidad nacional que nos permita mejorar como sociedad, fortalecer nuestras debilidades individuales y colectivas, y erradicar la corrupción incluso en su forma más cotidiana: el “juega vivo”.
Solo con un sistema político y una justicia imparcial los inversionistas extranjeros podrán confiar en el mercado panameño. Más allá del Canal de Panamá y de los servicios financieros, es necesario que el país dé pasos firmes hacia adelante, diversificando su economía y modernizando su recurso humano. Por otro lado, el control del mercado panameño representa otro problema que los inversionistas observan con recelo. Los monopolios y oligopolios dificultan que Panamá sea verdaderamente el hub de las Américas, ya que, aunados a los problemas políticos, constituyen barreras contundentes para alcanzar nuestro máximo potencial económico. Pudiendo aspirar a ser el Singapur del continente, la falta de políticas económicas acordes con las necesidades de la economía internacional parece estancarnos en el subdesarrollo. Muchas de las decisiones políticas que se toman a diario están orientadas únicamente a preservar el capital político, y no a reformar la tributación, el modelo económico ni la productividad del país.
La economía panameña puede crecer, pero eso no implica necesariamente un aumento en la productividad. Un ejemplo claro de una economía anémica es el Reino Unido. Esto ocurre por dos razones principales: una inversión insuficiente o mal orientada y el estancamiento de la productividad nacional. Si Panamá no logra dinamizar su modelo económico, será más vulnerable a los riesgos de la economía mundial, la geopolítica y los constantes cambios en los mercados internacionales.
Finalmente, sin una sociedad culta, educada y productiva, las opciones políticas se ven limitadas por las necesidades inmediatas de los ciudadanos, condenándonos una y otra vez a gobiernos ineptos, corruptos o incapaces. Por ello, es imprescindible introducir cambios en el funcionamiento del aparato público, comenzando por reformas constitucionales que emanen exclusivamente de la voluntad popular y no de amalgamas de burócratas no electos o políticos con intereses personales. Asimismo, debemos modernizar las instituciones públicas, fortalecer los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas y garantizar la certeza del castigo para quienes atenten contra la administración del Estado. Solo así podremos consolidar la separación de poderes y garantizar un tejido social más fuerte.
El autor es internacionalista.


