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El leninismo digital va ganando la ciberguerra

En una visita de Xi Jinping en 2022 al Instituto de Investigación del Ciberespacio de China, el mandatario describió el ciberespacio como “el hogar espiritual común de cientos de millones de personas” y subrayó la necesidad de crear un entorno digital “limpio, que garantice que el contenido de la información sea estandarizado y positivo”, para así “cultivar la ciberética y las normas de comportamiento acordes con los valores fundamentales socialistas”.

La rivalidad económica entre China y Estados Unidos, que comenzó como una guerra comercial, se ha convertido en una guerra tecnológica. Quien domina la supremacía tecnológica, domina también el poder militar.

Durante décadas, el liderazgo tecnológico de Estados Unidos fue indiscutible. Silicon Valley representaba el corazón de la innovación global, y el país que había inventado Internet parecía tener la llave de la seguridad digital mundial. Tras la Segunda Guerra Mundial, el hegemón garantizaba el orden mientras proveía bienes públicos globales. Sin embargo, en silencio, una nueva guerra ha ido redefiniendo el equilibrio de poder: la guerra cibernética.

China ha alcanzado a Estados Unidos y ha comenzado a superarlo con paciencia, control autoritario y una comprensión profunda de la vulnerabilidad digital de las democracias. Según Kai-Fu Lee, autor del libro Superpotencia de la inteligencia artificial, “si los datos son el nuevo petróleo, China es la nueva OPEP”.

A finales del año pasado se registró el ciberataque conocido como Salt Typhoon, en el que piratas informáticos, presuntamente respaldados por el Ministerio de Seguridad del Estado (MSS) de la República Popular China, lograron infiltrarse en las redes de telecomunicaciones estadounidenses, copiar conversaciones, rastrear movimientos de oficiales de inteligencia y permanecer dentro de los sistemas durante años sin ser detectados. Fue una campaña global dirigida a dominar las infraestructuras críticas del siglo XXI: energía, agua, transporte, telecomunicaciones y defensa.

En la lucha por el nuevo orden mundial, el sistema democrático digital —que protege la privacidad individual y limita la vigilancia estatal— se enfrenta a una herramienta de control omnisciente bajo el Partido Comunista Chino. El político alemán Joschka Fischer, en su libro El declive de Occidente (Der Abstieg des Westens), ha denominado a este modelo “leninismo digital”: un ecosistema cerrado, altamente vigilado y resiliente, que explota tecnologías como la inteligencia artificial, el big data y la blockchain para sostener un sistema de control social.

Mientras tanto, China avanza en la construcción de la red más rápida del mundo: la Future Internet Technology Infrastructure (FITI), con una velocidad de 1.2 terabytes por segundo, que conectará Pekín con Cantón. Cada servidor, cada red y cada planta eléctrica están bajo supervisión directa del Partido Comunista.

Para China, la ciberdefensa es una extensión de la soberanía nacional; para Estados Unidos, un asunto corporativo. Esa brecha ha permitido que el régimen de Xi Jinping infiltre el territorio digital norteamericano sin disparar un solo misil. Sus hackers no buscan información comercial ni espionaje puntual: buscan crear condiciones para el sabotaje. Los sistemas están pre-posicionados para ser interrumpidos en caso de conflicto, capaces de apagar redes eléctricas, contaminar sistemas de agua o colapsar el transporte aéreo.

No hay frentes visibles ni tratados de paz. Es un terreno donde los enemigos se mueven entre líneas de código y servidores distribuidos. El caso Salt Typhoon demostró que los ataques no apuntan a robar información, sino a preparar el terreno para paralizar países considerados enemigos del dragón asiático.

Los hospitales, las plantas eléctricas, las redes de transporte y el Canal de Panamá son hoy campos de batalla invisibles. La solidez de los firewalls ya no garantiza la seguridad que antes presumían los yankees.

¿Será suficiente para la nación del Canal Interoceánico retirar las torres de Huawei y evitar la interconexión eléctrica con las generadoras sudamericanas vinculadas al Partido Comunista Chino? ¿Bastan los nuevos cables submarinos de telecomunicaciones para proteger nuestra soberanía digital? ¿Qué pasaría ante un colapso de los servidores del Aeropuerto Panamá Pacífico, los expedientes clínicos del Ministerio de Salud y la Caja de Seguro Social, o los sistemas que regulan el tránsito marítimo del Canal de Panamá?

La seguridad digital y el espacio cibernético de Panamá no son solo un asunto tecnológico: son una cuestión de soberanía y supervivencia.

El autor es médico sub especialista.


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