“Deberíamos conservarlo, piensa. Lo robamos de manera justa”, Samuel Hayakawa, senador de Estados Unidos, 1977.
“Por fin ha llegado el momento de resolver el futuro del Canal de Panamá. Las negociaciones para un nuevo tratado se reanudan hoy en Panamá, pero no son el escenario decisivo. La obstinación ha estado en las cabezas y corazones estadounidenses, y se ha reflejado de forma elaborada en el Senado de los Estados Unidos, que debe ratificar cualquier nuevo acuerdo”, así iniciaba The New York Times este artículo, el 14 de febrero de 1977.
Panamá, no era el escenario decisivo, ¿lo será hoy? Estos nombres actualizan aquellos tiempos de sentimiento militar extorsionista, expansionista y colonialista: Donald Trump, Marco Rubio y Ted Cruz.
Lo cierto es que las amenazas y los decretos de la nueva administración de Donald Trump revelan serias deficiencias que desmejoran su lugar de “democracia carente”, en el Índice de Democracia. La más crítica, la cultura política, donde el conocimiento, la información, el Estado de derecho y la historia se mofan, se burlan cual caricatura, de frente al auditorio de su país, bastante ignorante y manipulado, y el mundial, crítico, informado e independiente que ya ni se sorprende. Por el otro lado, la amenaza es real, de vuelta a la triste y celebrada diplomacia del “Gran garrote”, de Teddy Roosevelt, al señalar que no descarta el uso de la fuerza de la soldadesca militar.
Poco le importan a Trump los compromisos. Tampoco le importa la reputación, sanar injusticias, mejorar relaciones, trabajar juntos. La postura, que su propia familia le conoce de niño malcriado, con dinero de múltiples orígenes y habilidades más que inteligencia. Se podría decir que la culpabilidad demostrada en los varios juicios por conducta inmoral, harían de las pretensiones de Trump un fiasco, sin embargo, no siendo este recurrente historial delictivo fundamento de ilegitimidad para tales pretensiones, sus seguidores le reconocen y producen un efecto legitimador. Quizás sea esta la única cualidad extraordinaria que tenga este señor, un carisma político que semeja los carismas de origen religioso y hechicero.
Está dicho: “En retrospectiva, 2016 fue el comienzo del comienzo. Y, 2024, es el final de ese comienzo y el comienzo de algo mucho, mucho peor”, el atardecer del asalto.
Parece que a eso apuesta el presidente de Estados Unidos. Pero, ¿cuánto de lo que hoy espeta a su muchedumbre sorda es una variante demagógica de sus falsas promesas? Esta vez no lo es. Vivimos los tiempos más salvajes del animal con pelos que se amamanta en su cuna, los tiempos de la mentira, del vituperio y el insulto a la verdad y la constitución del conocimiento -el mundo de la post-verdad- cuando veníamos de tiempos de confianza en los hechos, en la evidencia, en la ciencia, en la prudencia del hombre. La realidad ha sido ultrajada por un individuo que crea una banda de billonarios y lo compra todo, por uno de esos desvaríos de la tecnología avasalladora que, si se sospechó, no se creyó posible que pudiera emerger del corazón humano. Esa tecnología distópica que presagiara Ursula Franklin, como nos recuerda Dereck Robertson, y que desgarra nuestro humanismo para negar el de nuestro prójimo. En ese mundo de la “cloaca tecnológica”, que sirve al mercado, continúa Robertson recordando a Franklyn, la democracia perece.
Es urgente que el gobierno panameño conforme un grupo asesor constituido por ciudadanos sabios, conocedores de la historia nacional, protagonistas de la intimidad funcional y económica del Canal de Panamá, cuya estatura moral e intelectual, como el coraje y valor que conceden la ciudadanía y el patriotismo sean dique contra la altisonante mentira del trumpismo y sus pretensiones para denigrar nuestra república, nuestra historia, nuestra soberanía, nuestra dignidad y nuestra propiedad. Ahora la diplomacia panameña tiene que regresar a los continentes, no para que nos saquen de las listas negras, sino para denunciar las mentiras, señalar las verdades y elaborar consensos basados en la verdad y la dignidad que deben regir las relaciones internacionales.
Recordemos a los enviados del gobierno norteamericano, el editorial de The New York Times del 14 de febrero de 1977, que terminaba con puntual exactitud: “Lo robamos y eliminamos las pruebas incriminatorias de nuestros libros de historia. Hemos idealizado nuestro coraje en el robo y el valor militar del mismo. Nuestro pueblo vive en el lujo colonial de la Zona del Canal, defendiendo esta historia y mitología más que el canal y provocando una furia demagógica de los políticos contra cualquier cambio en el acuerdo”. Y, menos aún, olvidemos las palabras de Jimmy Carter, hace 46 años, cuando el 16 de junio de 1978, en su viaje a Panamá para el intercambio de instrumentos de la ratificación de los tratados del Canal de Panamá, declarara “con la ayuda de las cinco grandes democracias latinoamericanas cuyos líderes nos acompañan hoy, Panamá y los Estados Unidos llegaron a un acuerdo. En el proceso, insuflamos nueva vida a viejos principios: los de paz, no intervención, respeto mutuo y cooperación”.
El autor es médico.