En 1980, Irving Díaz, jefe de la Dirección de Recursos Naturales Renovables del Ministerio de Desarrollo Agropecuario, me comentó que le había gustado el estudio que, en 1975, hice sobre la colonización de Tonosí para el programa de desarrollo rural integrado del Ministerio de Planificación. Me preguntó si podría realizar un estudio similar sobre los campesinos que colonizaban las selvas de la cuenca del canal de Panamá, sobre quienes poco se sabía.
Primero fui al lago Gatún, luego al lago Alhajuela o Madden, y finalmente a las selvas muy húmedas de las cabeceras del río Chagres, de donde proviene el grueso del agua para el canal y las potabilizadoras de Panamá y Colón.
En enero de 1981, tras una dura caminata con mis baquianos Pedro Rojas y Rosendo Rosales, guardabosques del Renare, llegamos al San Cristóbal, otrora río Diablo, afluente del alto Chagres. Allí conocí a Olmedo Serrano, nacido en el distrito de San Lorenzo, Chiriquí.

Encaramándose sobre un pilón de su humilde vivienda, conversamos sobre cómo llegó a estas selvas. Dijo que entró en 1959, cuando tumbó monte para sus cultivos de roza y paró su rancho. Entró con otro chiricano, Felipe Santos. Como muchos campesinos, migró primero a La Chorrera, pero en busca de un pedazo de tierra para hacer su finca, llegó a explorar las selvas del San Cristóbal.
Entró en carro hasta el lago de Cerro Azul, y de aquí caminaban cuatro horas a pie, hasta Altos de Pacora, para voltear la cordillera del río Mamoní y luego caer al Chagres. Cuando entró, hizo el primer corte de la montaña entre él y sus hermanos, con Felipe Santos y sus hijos.
Primero sembraron frutales, pero apareció un señor rico de la capital llamado Bebi Jiménez, que decía que su compañía era dueña de todas las tierras del San Cristóbal. “Tumben montaña —decía—, pero siembren paja; eso sí se los puedo pagar”. No quería que sembraran árboles, naranja o café. Quería que le dejasen los potreros hechos para la ganadería.
“Aquí entró mucha gente del 65 ‘pá’ acá, pero muchos se han ido. De los 20 que entramos, solo quedamos cinco. Se han ido porque no les gustaba tantas lomas que había y porque llovía mucho y estaba muy lejos de los pueblos y los mercados. Venían gentes de todas las provincias, de Chiriquí, Veraguas, que vinieron más, y de Los Santos. La mayoría quería dedicarse a la ganadería en grande, porque decían que les dejaba más que la agricultura y era menos problema sacar las vacas al mercado. Pero aquí la vida es dura: la montaña es muy dura de tumbar. Unos cortaban el monte, lo quemaban, pero no sembraban productos, sino paja. Regaban la paja y se iban. A orillas del río Piedra hicieron como 50 tumbos ‘pá’ regarle la paja. La gente del interior que venía, ‘ná máj’ entraban en verano. Pero aquí llueve mucho, hasta en verano. En marzo llueve muchísimo. Raro es el mes que no llueve. Abril es el menos lluvioso”.
“Desde la prohibición de la tala, la gente está tratando de que se mejoren los caminos ‘pa’ sacar los productos que ya tienen. Aquí se tumbaba en enero, se quemaba en marzo y se sembraba en abril, al comienzo de las lluvias, que era como del día 20 en adelante. Sembrábamos arroz, maíz y verduras, tallos, como el guineo y el plátano, y frijoles: el cuarentano o primo, que coge ‘na más’ que dos meses ‘pa’ cosechar”.
“El frijol chiricano no da aquí por el tiempo, que es muy lluvioso. El primo se cosecha en junio, porque el verano de San Juan aquí es fuerte. La producción variaba porque, en estas lomas, una lata de arroz podía dar hasta 45 sacos, aunque 30 es lo más corriente. El maíz puede dar hasta 45 quintales, aunque lo corriente es de 40 a 35 quintales. La cosecha era en septiembre y octubre. Cuando era montaña, se hacía una segunda coa. En rastrojo no se puede hacer segunda coa, porque el monte se ensucia mucho. En rastrojo, el maíz produce bien, la tierra tiene fuerza, pero en rastrojo el arroz no rinde. El maíz sí, pero hay que deshierbar. El frijol da bien. Este año sembré una lata de arroz en rastrojo —rastrojo que tenía seis años— y solo cogí 200 manotadas. Una manotada rinde entre 2 ½ y 3 libras de arroz pilado. Este año el pájaro tronero se ha comido mucho del arroz”.
De haber tenido éxito la colonización de estas selvas lluviosas, otra hubiese sido la suerte del canal y las potabilizadoras.No pensé que este estudio tendría mayor uso, pero en 1983 llegó la sequía de El Niño y nos amenazó con racionamiento de agua. En Panamá Viejo se incendió el vertedero donde desde 1905 se botaban los desechos de la capital. Había que cerrarlo e identificar un sitio para un relleno sanitario. Pero la historia del relleno de Cerro Patacón, como la vital contribución del Grupo de Trabajo sobre la Cuenca del Canal, quedan para otra oportunidad.