La reforma a la Caja del Seguro Social es una de las transformaciones más significativas que tendrá nuestro país, y sin duda, el proyecto más importante del quinquenio. El impacto de lo que se discute en la Asamblea Nacional, va más allá de un sistema de pensiones y salud pública en crisis.
Y es que para que el proyecto sea sostenible en el tiempo, debe venir acompañado de medidas que enfrenten el estado de nuestra maltrecha economía: generación de empleo de calidad, combate a la evasión (que incluya al club de exonerados), revisión de leyes especiales y una austeridad que los funcionarios practiquen y no solo pregonen.
No creo que sea una exageración decir, que si esta reforma no se debate de manera pausada y democrática, la paz social está en juego.
Y es ahí donde empieza mi inquietud. Me preocupa que los tiempos se queden cortos y las expectativas se prueben largas.
Estamos en el periodo de participación ciudadana. Se espera que hasta 32 personas expongan cada día. Hemos escuchado de todo: críticas a los cambios en las paramétricas, funcionarios que desmienten al director Dino Mon, propuestas alternas, monólogos y una que otra catarsis. Un hombre llevó orgulloso todas sus fichas del Seguro y otro no se quiso identificar.
Puedo pecar de idealista, pero considero que todas las intervenciones tienen valor, pues representan un termómetro del sentir ciudadano, al tiempo que le dan legitimidad a una reforma de esta magnitud.
Si seguimos a este ritmo, con cerca de 500 personas que faltan por exponer, esta etapa del proceso se extenderá hasta mediados o finales de diciembre. Digo esta etapa, porque en la metodología aprobada hay una gira por las provincias y luego viene la discusión en primer debate en la Comisión de Salud, donde el Ejecutivo sustenta el proyecto y los diputados presentan modificaciones.
No hay que ser Nostradamus para saber que todo el proceso no culminará antes del 31 de diciembre y apurarlo, saltándose etapas será contraproducente.
La reforma al Seguro Social es un plato que debe cocinarse a fuego lento, aceptando las sugerencias de ingredientes y condimentos. Si se incrementa la velocidad de cocción o la temperatura, la receta puede terminar chamuscada, más aún si se sirve como menú nacional entre la Navidad y el Año Nuevo.
La ley de presupuesto, en la que, con la ayuda de los diputados de partidos, el Ejecutivo se saltó el cronograma establecido, no es un ejemplo de cómo debe manejarse esta situación. En aquel caso, no se pagó un precio político, porque se trataba de un ejercicio que se repite todos los años, cuyo impacto en la vida de los ciudadanos es mucho menos palpable.
La salud y las pensiones son diferentes, ya que son experiencias muy cercanas, y en no pocas ocasiones, dolorosas para los panameños. En este tema, el respeto a las formas, pesará tanto como el fondo.
La ansiedad del Presidente con el tiempo, debe imprimirla su equipo a la defensa del proyecto con información, correcciones, humildad y mucha paciencia.
La Asamblea tiene un rol que jugar, pero cuando acabe este proceso, tanto los aplausos, si sale bien, como las recriminaciones, si sale mal, se dirigirán al Ejecutivo.
Del apuro solo quedará el descontento ciudadano. Basta recordar el amargo trago que vivió el país hace un año, con la aprobación y sanción a la carrera del contrato minero.