Cada mañana, nos despertamos con el sonido del celular. Antes de salir de la cama, ya hemos visto tres titulares en Instagram, varios mensajes o noticias reenviadas por WhatsApp con tono alarmista y un video en TikTok que asegura que todo lo que hemos visto antes es falso. No hemos abierto el sitio de un diario formal. No hemos encendido la televisión. Y, sin embargo, ya uno se siente informado. O, al menos, eso creemos.
Vivimos en una era en la que la información no se busca, se nos impone. Nos alcanza antes que el café. Salta desde las pantallas, se disfraza de entretenimiento, se esconde entre memes y hashtags. Pero esta abundancia de datos no garantiza conocimiento.
El periodismo enfrenta hoy uno de sus mayores desafíos: reconectar con audiencias que se sienten saturadas, escépticas y distraídas. Entender cómo y dónde consumimos información no es solo una pregunta para académicos o editores, sino una cuestión de salud democrática. Porque una sociedad que no distingue entre verdad y espectáculo es una sociedad en riesgo.
El informe State of the Media de la empresa Cision, basado en una encuesta a más de 3,000 periodistas en 19 países, destaca que el principal reto de los medios es adaptarse a los cambios en los hábitos de consumo de información. La fragmentación de plataformas y formatos ha hecho más difícil conectar con el público. La relevancia se convierte en el factor más crítico.
Otro reporte de gran relevancia sobre el consumo de noticias en el mundo es el Digital News Report, elaborado por el Instituto Reuters de la Universidad de Oxford.
Este informe destaca que el video se va convirtiendo en una de las fuentes de noticias más importantes, sobre todo entre los grupos jóvenes. El 66% de la muestra global consume videos informativos breves cada semana, mientras que los formatos largos atraen a alrededor de la mitad (51%). Pero el consumo de estos videos ocurre principalmente en las plataformas sociales (72%) y no en los sitios web de los medios (22%).
A lo anterior se suma que los usuarios de TikTok, Instagram y Snapchat tienden a prestar más atención a influencers y celebridades de las redes sociales que a periodistas o medios, incluso cuando se trata de temas relacionados con las noticias.
En este contexto, el periodismo profesional cobra gran relevancia porque opera bajo principios como la verificación de hechos, la contrastación de fuentes, el derecho a réplica y la responsabilidad editorial. En cambio, muchos creadores de contenido dan prioridad a la rapidez, la viralidad o la opinión personal sobre la verdad comprobada.
En tiempos de sobreinformación, posverdad y algoritmos que premian el escándalo por encima del dato, defender el periodismo profesional es más urgente que nunca. No se trata de un debate superficial, sino de proteger nuestro sistema de libertades.
El autor es experto en reputación corporativa, comunicación estratégica y manejo de crisis.