La automatización ya no es ciencia ficción: máquinas, algoritmos y sistemas autónomos están empezando a producir más rápido, más barato y mejor que nosotros. Y si esta tendencia continúa, la productividad humana dejará de ser el motor central de la economía. Paradójicamente, eso no significa que el capitalismo vaya a desaparecer; significa que tendrá que transformarse.
El capitalismo funciona como un sistema de selección natural: las personas consumen y el mercado decide qué productos sobreviven. Pero si la producción se vuelve totalmente automatizada, la ecuación cambia. Los humanos dejarán de ser productores… pero seguirán siendo indispensables como consumidores, porque sus decisiones de compra son las que le dicen al sistema qué vale la pena producir.
Esto trae una consecuencia lógica: si la producción ya no depende del trabajo humano, entonces tampoco puede depender de salarios humanos para sostener el consumo. Ahí entra el Ingreso Básico Universal (IBU), no como un gesto de justicia social, sino como una pieza estructural del nuevo modelo. En un mundo donde las máquinas producen, el IBU se convierte en el mecanismo que entrega a las personas el poder adquisitivo mínimo necesario para mantener operando el mercado.
Además, la automatización masiva dispara la productividad. Si la riqueza ya no proviene del trabajo, sino de infraestructuras automatizadas, la manera de financiar ese ingreso básico debe cambiar. Dejar de gravar principalmente el salario y empezar a gravar la producción automatizada, la energía que la impulsa y las ganancias del capital no es ideología: es adaptación.
Y aquí aparece un giro interesante. Buena parte del consumo actual no responde a necesidades humanas reales, sino a la presión de trabajar: ropa para la oficina, transporte, comida rápida por falta de tiempo, herramientas para ser más “productivos”. Si liberamos a las personas de esa obligación, su consumo se orienta a algo mucho más profundo: salud física, bienestar emocional, vínculos, belleza, descanso, aprendizaje, creatividad. Es decir, aquello que realmente sostiene una vida humana plena.
En resumen: la automatización no elimina el capitalismo, pero sí transforma sus bases. Si las máquinas producen y los humanos consumen, necesitamos un puente que conecte ambas realidades. Ese puente —el IBU, financiado por una nueva arquitectura fiscal— no solo permitiría que la economía siga funcionando. También podría, por primera vez en mucho tiempo, alinear el sistema económico con lo que hace que la vida sea verdaderamente humana.
El autor es empresario digital y consultor en estrategia de datos e inteligencia artificial.
