¿En serio nos sorprende que los jóvenes estadounidenses menores de 30 años voten por candidatos socialistas, cuando el sistema educativo de ese país ha fracasado sistemáticamente en enseñar la historia económica real?
Mientras nosotros, en América Latina, vivimos las consecuencias directas del socialismo —venezolanos cruzando el Darién, nicaragüenses huyendo de Ortega, cubanos arriesgando sus vidas en balsas—, los jóvenes en Estados Unidos tienen el lujo de romantizar un sistema que nunca han experimentado. Para ellos, el socialismo no es la cola de cuatro horas para comprar papel higiénico en Caracas; es un hashtag progresista en Instagram.
Y para muestra un botón: Zohran Mamdani, recién electo alcalde socialista (“democratic socialist”, como para suavizar una palabra tóxica para los oídos de muchos) de Nueva York, promueve “vivienda garantizada” y “transporte público gratuito”. ¿Dónde hemos escuchado estas promesas antes? Ah sí, en los gobiernos latinoamericanos a nuestro alrededor que terminaron destruyendo sus economías. Pero claro, esta vez será diferente, ¿verdad?
La ironía es brutal. Millones de latinoamericanos arriesgan todo —sus familias, sus vidas— para escapar del socialismo vía el Darién para llegar a Estados Unidos. Mientras tanto, jóvenes estadounidenses que nunca han conocido la escasez votan entusiastamente por las mismas políticas que destruyeron a Cuba, Venezuela y Nicaragua, por dar solo algunos ejemplos.
El problema tiene varios niveles. Primero, la educación. En las universidades estadounidenses ya no se enseña economía básica: se enseña “justicia social” y teoría crítica. Los estudiantes salen sin entender conceptos fundamentales como escasez, incentivos o costos de oportunidad. Segundo, la distancia. Para un joven en Brooklyn, Venezuela está tan lejos como Marte. Tal vez no conocen refugiados venezolanos, no han escuchado sus historias ni entienden que esas políticas “progresistas” son exactamente las que Chávez implementó hace 25 años.
Pero hay algo más profundo aquí. Los jóvenes estadounidenses no están votando por el socialismo porque aman a Marx; están votando porque sienten que el capitalismo los ha traicionado. Ven costos de vivienda estratosféricos, deudas estudiantiles abrumadoras, trabajos precarios. Y cuando llega un político prometiendo “arreglar” todo esto con programas gubernamentales, suena atractivo.
El problema es que no entienden que muchos de esos problemas que atribuyen al “capitalismo” son producto de intervenciones gubernamentales. Los costos de vivienda en Nueva York son altos precisamente por regulaciones de zonificación restrictivas. Las deudas estudiantiles existen porque el gobierno garantizó préstamos, permitiendo a las universidades inflar precios sin consecuencias. El sistema de salud es caro porque está plagado de regulaciones que limitan la competencia. No es capitalismo: es capitalismo de compinches mezclado con intervencionismo estatal.
Aquí está la tragedia: la generación que más necesita entender las lecciones del socialismo es la que menos acceso tiene a ellas. Mientras los sobrevivientes del socialismo intentan advertirles, los jóvenes estadounidenses están siendo educados por profesores “progres” que extrañan la era de los disturbios estudiantiles de la llamada Generación del 68. Jóvenes estudiantes, hoy líderes intelectuales en la academia, que protagonizaron las violentas protestas callejeras en París ese año y que, desde su privilegio universitario, romantizaron ideologías revolucionarias sin comprender, y que aún no quieren admitir su equivocación sobre las realidades brutales del socialismo.
La solución no es fácil, pero empieza con educación económica real —no teoría crítica disfrazada de economía—. Los jóvenes necesitan entender que la prosperidad viene de la libertad económica, no de la planificación central. Necesitan escuchar directamente a los venezolanos, cubanos y nicaragüenses. Necesitan aprender que, cuando el gobierno promete “arreglar” todos tus problemas, el precio suele ser tu libertad y tu prosperidad.
Porque la próxima vez que un político prometa “vivienda garantizada” y “transporte gratuito”, alguien debería preguntarle: ¿como Venezuela?, ¿como Cuba?, ¿como Nicaragua? La historia ya nos ha dado las respuestas. El problema es que a muchos jóvenes estadounidenses esos profes progres nunca les enseñaron la dura verdad, sino más bien cantos de sirena.
El autor es director de la Fundación Libertad.


