Cuando alguna persona se atreve a sugerir partos en casa como el lugar para nacer, o desconoce por qué el parto en domicilio fue reemplazado por el parto en hospitales, o le gusta la contradicción y el espectáculo, surgen preocupaciones. No afirmo con esto que no pueda darse una situación en la que se dé a luz en casa, pero esa no es la indicación a promover. Por ejemplo, durante la pandemia de 2019, cuando los hospitales no se daban abasto para ofrecer cuidado a todo paciente, hubo necesidad de permitir ciertos manejos, otrora riesgosos, y de dar a conocer esta realidad a los interesados. El parto en casa fue uno de ellos. No tengo cifras nacionales sobre esos eventos en nuestro país, pero sería interesante conocerlas algún día.
Tampoco estoy hablando de no dar a luz en un ambiente familiar, con el apoyo de parteras entrenadas y acceso inmediato al cuidado médico especializado frente a una urgencia obstétrica o un riesgo fetal inminente. Esto existe en las salas de labor de parto en muchos hospitales, donde hay obstetras de turno disponibles las 24 horas del día. Fácil de discernir: esto no es lo mismo que parir en la recámara o el baño de la casa, metida o metidos en una tina llena de agua o sobre un sofá, no importa qué personal profesional acompañe, si está situada a muchos kilómetros o largos minutos de una institución de salud con servicios médicos especializados. De hecho, la profesionalidad de ese personal puede ponerse en tela de juicio si estas son las condiciones en las que trabaja.
Se hizo el traslado del lugar de dar a luz a un bebé deseado y cuidado porque la mortalidad de niños por nacer y de madres aumentaba de forma intolerable con los partos a domicilio. Fue esto y no otra cosa lo que concientizó, en el siglo XVIII, sobre la necesidad de especializar parteros —luego obstetras—, médicos conocedores del embarazo, el trabajo de parto y el nacimiento del bebé. Incluso fueron ellos los primeros “neonatólogos”, los que de inmediato cuidaban también al recién nacido.
No fue un capricho y tampoco es válido el argumento de que la obstetricia nació para quitarles los partos a las comadronas, consideradas entonces como apropiadas porque “solo las mujeres conocen a las mujeres”. Las comadronas más codiciadas eran parteras africanas, y atendían en sus domicilios a mujeres de alcurnia en Inglaterra, Francia, España, y llegaron a América del Norte para instalarse en las grandes mansiones del sudeste y nordeste de los Estados Unidos.
Ellas, las parteras africanas, hicieron valer el concepto de que el parto es natural. Hoy día, el número de parteras en África es escaso. Datos de las Naciones Unidas sugieren que una matrona africana atiende a 500 mujeres anualmente para asuntos relacionados con su vida reproductiva. Las cifras del África subsahariana son delicadas y están condicionadas por las pobres condiciones y facilidades de higiene y salud pública, empezando por un pobre acceso a los servicios sanitarios. Un documento del 2022 señala que allí “mueren 550 mujeres por causas prevenibles relacionadas con el embarazo y el parto”.
Los partos naturales no estaban exentos de complicaciones por el solo hecho de ser algo “natural”, y atenderlos en la comodidad de las casas de las mujeres embarazadas y con la compañía de familias y amigos les daba un atractivo especial, prácticamente una ceremonia social, que también se interrumpía cuando se complicaba.
En Panamá, durante los inicios de la República, los parteros formaban parteras en dos años, como lo mencionara el estudiante de Historia de la Universidad de Panamá, Eliécer Urriola. No está claro si estas estudiantes tendrían que ser enfermeras antes de especializarse en estas funciones obstétricas, relacionadas con el nacimiento de un bebé. Este entrenamiento exigía cumplir con dos años de servicio como tales en la misma institución de maternidad donde se las había entrenado durante esos primeros años. La percepción popular era que los médicos no conocían nada del trabajo de parto y que las parteras no estaban capacitadas para atenderlo. Fue difícil que las mujeres embarazadas acudieran a la Casa de Maternidad por esta percepción negativa. Dice el historiador que, para 1908, en 17 meses, solamente se había utilizado la Casa de Maternidad en 103 ocasiones.
Para los médicos, el parto no es “natural” por el solo hecho de ser vaginal, y era común considerar que “todo parto es complicado hasta que se demuestre lo contrario”, una afirmación un tanto sesgada que hoy día muy poco se pronuncia. Las cifras indican que aproximadamente un 15% de los embarazos normales se complican al momento del parto, con riesgos para la madre y para el producto del embarazo. El lugar donde se nace y el cuidado prenatal son significativamente importantes para inclinar la balanza del resultado, favorable o desfavorablemente.
Aunque me parece muy romántica la enumeración que hace una asociación americana sobre el embarazo, señala que la opción de dar a luz en casa se puede considerar si: (1) su embarazo es de bajo riesgo; (2) si quiere usted evitar una episiotomía (el corte quirúrgico que aumenta el espacio de salida del canal del parto), una cesárea o la anestesia epidural (la anestesia que se logra introduciendo una aguja entre los cuerpos vertebrales inferiores); (3) si quiere compartir la experiencia del parto con su familia y amigos; (4) si quiere tener libertad de movimiento, para bañarse, comer, o tomar líquidos durante la labor; y (5) si quiere estar en la comodidad que acostumbra a tener en su hogar. Esta enumeración tiene un mensaje subliminal de que la práctica obstétrica es deshumanizante y no profesional. Sin entrar en los detalles, el primer consejo es: cambie de obstetra.
Hoy no es difícil encontrar argumentos como los que se utilizan a menudo en diferentes especialidades de la vida en nuestras sociedades, como en economía, gobierno y política. Argumentos que asumen que no hay la verdad, sino las verdades; que tengo derecho a promulgar mi verdad y no la verdad; que mi deporte por las teorías de conspiración es mi favorito y no me lo pueden prohibir —no importa cuánto daño produzca—; y que hay una verdad alternativa y esa es la mía. El oscurantismo no puede ser menos claro.
Las preguntas, cada vez que se quiere retomar un camino superado, son: ¿por qué llegamos aquí?, ¿por qué estamos aquí?, ¿por qué queremos echar para atrás? y ¿cómo lo hacemos?
El autor es médico.