Durante la campaña por la Presidencia, algunos “formadores de opinión” han enfocado sus comentarios en la riqueza o deficiencia de las propuestas de los candidatos. Deduzco que bajo la premisa de que quien gane gobernará conforme a su plan de gobierno. No le niego valor a las propuestas, pero estas no deben ser definitorias al elegir un candidato, pues en el periodo democrático solo uno se ocupó de ejecutar su plan de gobierno.
Me refiero a Guillermo Endara (1989-1994), quien, a pesar de recibir un país destruido económica e institucionalmente, logró cumplir buena parte de su agenda. En efecto, logró restablecer la democracia, reemplazar al ejército por una policía apolítica, reactivar la economía y restablecer la institucionalidad. Falló en brindarnos la nueva Constitución prometida en campaña, porque su gobierno quedó muy debilitado cuando el 8 de abril de 1991 rompió la alianza con el Partido Demócrata Cristiano.
Además, Endara fue pionero de las exitosas privatizaciones portuarias, pues en 1993 otorgó en concesión lo que es hoy Manzanillo International Terminal (MIT). Cuando se planteaba la disolución de la estatal Corporación Bananera del Atlántico (Cobana), creada en 1971, decretó su privatización mediante la cesión del 100% del capital accionario a los trabajadores. Hoy día Cobana opera con gran éxito, exportando gran parte de su producción a Europa.
Los siguientes gobiernos de Ernesto Pérez Balladares, Mireya Moscoso, Martín Torrijos, Ricardo Martinelli y, ahora, el de Juan Carlos Varela, cumplieron a medias sus anunciados planes. De Pérez Balladares se puede rescatar la modernización de la economía y algunas privatizaciones; de Moscoso sus programas sociales, entre los que destacan las granjas autosostenibles, y la construcción del Hospital Santo Tomás; de Torrijos su reforma fiscal y del sistema de seguridad social y haber sentado las bases para el grado de inversión logrado por Panamá; de Martinelli costosos proyectos como la fase 1 del Metro, las etapas 2 y 3 de la cinta costera y el programa social 100 a los 70 (tomado del panameñismo); y de Varela la renovación de Colón, la terminación del ensanche de la Interamericana entre Santiago y David, programas sociales y las relaciones con China.
En su momento, todos prometieron fortalecer la democracia, enderezar nuestra precaria justicia y combatir la corrupción, pero hicieron justamente lo contrario. Patético es el caso de Martinelli, cuyo plan de gobierno era impecable; se comprometió a combatir “la corrupción rapaz que hay” en Panamá, gobernar con transparencia y restar poder al excesivo presidencialismo, pero hizo lo contrario. Los escándalos de corrupción, la escasa transparencia y la concentración del poder llevaron al país a una crisis institucional, que el actual presidente ha sido incapaz de corregir.
Desde mi perspectiva, no son las promesas de los candidatos, sobre todo de los partidos políticos, el principal elemento de juicio para elegir a un candidato. Hay factores más importantes, como son la trayectoria como ciudadano y en su vida profesional, su entorno amical y político, y su visión sobre la familia, la educación y los principios morales. El ejercicio electoral reclama civismo, amor a la patria y ética política.
No menos importante, Panamá requiere un líder que comprenda dónde están las fortalezas y las debilidades del país. La principal fortaleza es la posición geográfica y el potencial para convertirse en hub logístico y de comercio regional. Sus principales debilidades, señaladas por organismos multilaterales como el BID, el FMI y la Cepal, están en la educación, institucionalidad y competitividad. Aprovechar nuestras fortalezas y corregir nuestras debilidades son tareas urgentes que no pueden esperar un quinquenio más.
El autor es periodista
