En Chitré se ejecuta un doble proyecto frente a la crisis del agua. Por un lado, cuadrillas de empresas contratadas por el Instituto de Acueductos y Alcantarillados Nacionales (Idaan) limpian y desinfectan tuberías, cambian válvulas e hidrantes y anuncian mejoras en la red de distribución. Por otro lado, se promete la ampliación de la planta potabilizadora Roberto Reyna, con tecnología de última generación, capaz de enfrentar contaminantes que hoy superan su capacidad.
Ambas medidas suenan bien en los discursos oficiales. Pero la pregunta es inevitable: ¿de qué sirve limpiar tuberías si el agua que circula sigue contaminada? ¿Qué sentido tiene invertir millones en una planta futurista si el río La Villa continúa recibiendo descargas de porquerizas, agroindustrias y vertidos domésticos?
La limpieza de la red puede mejorar la presión y eliminar sedimentos, pero no garantiza agua potable. Es como pulir un vaso para llenarlo con líquido en mal estado. La ampliación de la planta puede retrasar el problema, pero no lo resuelve. Si la fuente se degrada más, la tecnología quedará rebasada en pocos años.
El dilema es evidente: se prioriza la infraestructura visible y políticamente rentable, mientras se posterga el saneamiento de la cuenca. Sanear el río exige voluntad política, fiscalización y sanciones efectivas. No es una obra que se inaugure con cintas y discursos, pero es la única que asegura agua segura y sostenible.
La ciudadanía merece transparencia. ¿Qué parámetros de calidad se están midiendo? ¿Dónde se publican los resultados? ¿Cuándo se informará oficialmente que el agua vuelve a ser apta para consumo humano? Son preguntas que las autoridades deben responder con claridad y celeridad.
El agua no se produce en la planta, se produce en el río. Mientras esa verdad no se asuma como principio rector, cualquier proyecto de limpieza o ampliación será una solución parcial y temporal.
La crisis del agua en Chitré no se resolverá con tuberías brillantes ni con plantas futuristas, sino con un río La Villa sano y protegido.
El gobierno ha prometido que en marzo habrá agua potable para la península de Azuero. Es una meta ambiciosa y necesaria, pero la realidad técnica no se puede maquillar con discursos. Limpiar tuberías y ampliar plantas son medidas visibles, pero insuficientes si el río La Villa sigue contaminado. La verdadera garantía de agua segura no está en la tecnología ni en la infraestructura: está en la fuente. Sin un río sano, la promesa de marzo corre el riesgo de convertirse en un espejismo más en la larga historia de crisis hídricas de Chitré.
El autor es escritor y consultor ambiental.

