El próximo 10 de noviembre se cumplen 204 años del memorable cabildo abierto en la provincia de Los Santos que, según narra el historiador Ernesto J. Castillero en su libro Lecciones de Historia Patria, fue convocado por Segundo de Villarreal con la contribución de las autoridades locales y los aplausos del pueblo santeño para proclamar la independencia del intolerable coloniaje, encaminando así el deseo del pueblo de vivir bajo un sistema republicano, como lo instituyó entonces la Constitución de la República de Colombia, cuyo presidente era Simón Bolívar.
Así que el grito del pueblo santeño fue declarar a La Villa “Ciudad libre e independiente”, no solo del gobierno español, sino también de Panamá. Lo ocurrido 18 días después fue resultado del civismo santeño demostrado en aquella patriótica fecha.
Con respecto al acta de independencia del 28 de noviembre, redactada por el ilustre educador Manuel José Hurtado, conviene citar el punto 2, donde se decidió que las provincias del istmo pertenecían al Estado Republicano de Colombia. Entonces, hasta 1831, el país se denominó Colombia, y los colores nacionales fueron rojo, amarillo y azul, correspondientes a la bandera bolivariana que nos cobijó durante diez años. Asimismo, el punto 5 declaró jefe superior del istmo al coronel José de Fábrega.
Por su orden, fue Bolívar nuestro primer presidente, y los colores nacionales rojo, amarillo y azul, por los cuales arriesgaron sus vidas en los campos de batalla de América del Sur, fueron defendidos por José de Fábrega, José Domingo Espinar, Fernando Ayarza, José A. Miró y Tomás Herrera.
Ahora bien, ante el fracaso del proyecto bolivariano en 1830 y nuestra desacertada unión a la Nueva Granada (actual Colombia), fueron los colores rojo, amarillo y azul de la bandera neogranadina —y luego la colombiana— los que continuaron siendo nuestros colores nacionales. Así y todo, alcanzada la independencia de Colombia en noviembre de 1903, los colores nacionales cambiaron a blanco, rojo y azul, sin duda decisión de dos para con uno: el rojo y el azul distinguen a los partidos colombianos Liberal y Conservador, que nada tienen de panameñidad. Al contrario, mantienen el cordón umbilical con la pequeña Colombia.
Sublimar colores partidistas es ininteligible; fueron ellos los de “la aventura”, como refiere el himno nacional. Como quien no dice nada, para alcanzar por fin la victoria fue preciso cubrir con un velo del pasado el calvario y la cruz representada por las persistentes guerras internas entre ellos. Por tanto, hubo que poner fin a esas guerras, y para ello el acorazado estadounidense Wisconsin fue el campo feliz de la unión, donde liberales y conservadores colombianos decidieron poner fin a la guerra y, en consecuencia, a los guerreros fragores.
Por el contrario, el Himno a Bolívar, escrito por Juan Agustín Torres, empieza diciendo: “Del istmo el acta santa Bolívar admiró, incruenta fue la lucha que el pueblo redimió”, y termina expresando: “Por ti palpita puro el pecho entusiasmado, ¡Oh pléyade inmortal!”.
La disyuntiva está planteada: cavilar y debatir este relato histórico es deber patriótico, toda vez que la patria se construye sobre verdades históricas. De cierto, los colores nacionales rojo, amarillo y azul que mantiene y tremola la heroica provincia de Los Santos cada 10 de noviembre pertenecen a Panamá, tal cual quedó consignado en el citado punto 2 del Acta de Independencia.
Por tanto, incumbe al Meduca instruir con estas realidades, reconociendo a los patriotas auténticos del 10 de noviembre, como Segundo de Villarreal, Francisco Gómez Miró, José Vallarino, Manuel María Ayala, José A. Cerda y Mariano Arosemena, entre otros, sepultados por liberales y conservadores colombianos, con el claro propósito de sublimar a sus propios intérpretes.
El autor es contador público.



