Aunque esperaba el desenlace en cualquier momento, pues Fernando Manfredo Jr. venía sufriendo desde hace tiempo una penosa enfermedad (neuropatía periférica), no dejó de sorprenderme y causarme dolor el deceso del viejo compañero de luchas y sueños nacionalistas. Un par de años atrás, cuando lo visitaba en compañía de otros amigos, narraba con naturalidad cómo avanzaría la enfermedad que terminaría por cobrarle la vida.
Manfredo era de aquellos intelectuales que dieron lustre a nuestro país en el siglo pasado. En sus memorias, La transición del Canal a Panamá, 1979-1990, narra detalles de su vida pública pero, sobre todo, el rol que tuvo en las negociaciones de los tratados Torrijos-Carter, en los preparativos para su ejecución el 1 de octubre de 1979 y el proceso de transición que lideró hasta septiembre de 1990, cuando fue reemplazado como administrador encargado de la Comisión del Canal por Gilberto Guardia Fábrega.
Viejo amigo de Torrijos, cuando este lo invitó en 1968 a formar parte de su gobierno le expresó su desagrado al “ver en la televisión a un militar uniformado tomando posesión del cargo como primer magistrado de la nación”. Y es que como activista de los movimientos nacionalistas del Instituto Nacional, había cultivado un sentimiento antimilitarista. Lo convenció el compromiso, expresado por Torrijos, de restituir la democracia y lograr un tratado que devolviera el Canal a Panamá y eliminara la colonia que lo rodeaba, la cual impedía que el país aprovechara para su propio desarrollo su principal recurso: la posición geográfica.
Cuando se firmaron los tratados y los panameños celebrábamos con ánimo triunfalista, Manfredo pronunció una frase premonitoria: “Los tratados concluyen una etapa de lucha, pero inician otra, la de su correcta ejecución”. Y así fue. Tanto el compromiso de panameñizar la fuerza laboral del Canal, como el de que este fuese entregado en óptimas condiciones de operación, enfrentaron serios obstáculos internos de los zonians y en Washington por los conservadores. Luchó permanentemente apelando al apoyo del administrador estadounidense Denis McAulliffe –quien fue su gran aliado– y de los miembros panameños de la junta directiva. Pero cuando se agotaba esa instancia y la diplomática, entonces apelaba a la denuncia pública a través del suscrito, con la ayuda de periodistas comprometidos con la lucha para que se cumplieran los tratados. Fue gracias a ello que la panameñización fue un éxito y el Canal fue entregado en óptimas condiciones de operación a fines de 1999.
En ese esfuerzo, justo es reconocerlo, jugó un papel importante Alberto Alemán Zubieta, primer administrador de la Autoridad del Canal, quien presidió el comité especial de ingenieros que auditó la planta canalera. Resultado de esa auditoría fue el plan de modernización y mejoras de $1,500 millones. Además, reemplazó a los viejos ejecutivos zonians por panameños calificados. Sus aportes al país fueron mucho más allá, incluyendo su liderazgo en la “guerra del banano”. En esencia, ninguna presión política ni económica lo desvió de su gran compromiso: la defensa del interés nacional de Panamá. ¡Paz a su alma!