Asegura que es la obsesión desmedida con un tema, lo que lo obliga a investigar y a escribir. Para beneficio de sus lectores -y en clara sintonía con su identidad de judío argentino-, entre sus obsesiones se han contado la Inquisición, la dictadura militar argentina, el conflicto arabe-israelí y el resurgimiento del fundamentalismo étnico y religioso. Ahora lo obsesiona el terrorismo y el origen y características del odio que le sirven de base. De ahí, sus dos últimas novelas: Asalto al Paraíso y Las Redes del Odio. Compartió con La Prensa algunas de sus inquietudes y visiones.
-Las medidas militares, por sí solas, no son efectivas en la guerra contra el terrorismo. Sin embargo, la ausencia de ellas o las señales conciliatorias suelen ser interpretadas por los grupos terroristas como signos de debilidad y terminan por incrementar las motivaciones para el terror -como sucedió tras la retirada de Israel del sur del Líbano-. ¿Existe una estrategia viable para luchar contra el terrorismo?
La tragedia es que frente a las fuerzas terroristas no estamos ante una entidad que razona, que busca un entendimiento; estamos frente a una sicosis colectiva.
Estoy de acuerdo con que la acción física sola no alcanza y me parece que lo más importante es contribuir de manera decidida a luchar contra la ignorancia. Lo singular de los países donde se genera el terrorismo es el masivo adoctrinamiento para el odio. Hay países mucho más pobres -como los del Africa Subsahariana- en los que se no se recurre al terrorismo.
Para combatir la intolerancia y el fundamentalismo, a los que hace referencia, debemos pensar en un sistema democrático. ¿Es posible la democracia en el mundo musulmán? ¿Puede la democracia ser impuesta desde afuera?
En Occidente hemos avanzado hacia la aceptación y el respeto de las diferencias culturales, pero en ocasiones, caemos en la trampa de considerar que las culturas tienen que ser aceptadas tal cual están, sin importar que sus diferencias sean contrarias a los derechos humanos.
La ausencia de democracia no debe ser entendida como una diferencia más, sino como un atraso. De lo contrario caemos en algo muy grave: el racismo. Afirmar que el grueso del mundo musulmán no puede ser democrático, es ser racista. Las sociedades musulmanas pueden ser democráticas y seguro que ansían serlo, aunque las grandes masas no hayan recibido la educación para reconocer ese deseo. Recuerdo que lo mismo se decía de nosotros los argentinos: que nos merecíamos la dictadura, porque el apoyo -y el silencio- de tantos a la misma, demostraba que nos gustaba. Nada más alejado de la realidad.
-¿Cuál es su opinión acerca del plan de separación unilateral de Ariel Sharon y del controvertido muro ?
El muro ha sido erigido como un último y desesperado recurso de defensa, pues desgraciadamente la Autoridad Palestina no solo no combate el terrorismo, sino que lo alienta. Israel ha reiterado en varias ocasiones que el muro no es una frontera definitiva y que la propia estructura es un reconocimiento de que del otro lado hay tierra que no le pertenece.
-Desde que escribió Crónica de un refugiado palestino, en 1969, hasta el día de hoy, usted, al igual que varios intelectuales cercanos a la izquierda israelí, han dado un viraje hacia la derecha. ¿Cómo se llenará ese vacío ideológico?
El vacío se llenará cuando tengamos una contraparte en el lado palestino, cuando los palestinos moderados tengan voz y voto. Y es que la conducta traidora de Arafat, al rechazar la oferta de un Estado palestino que le hizo Ehud Barak, dejó sin argumentos a la izquierda israelí. La falta de transparencia y la corrupción en el gobierno palestino han permitido que la población permanezca desinformada y que no le retire el apoyo a los responsables de que aún no exista un Estado palestino.
-Ha mencionado la corrupción, uno de los problemas más serios en nuestro país y en América Latina, ¿Cuál es su visión de Panamá?
Panamá es un país muy afortunado. Tiene mejores perspectivas de desarrollo que la mayoría de sus vecinos. No obstante, para que sea todo lo que podría ser, pienso que hay cuatro aspectos que debe fortalecer decididamente el próximo gobierno: la lucha contra la corrupción, la independencia del Organo Judicial, la transparencia en la utilización de los recursos públicos y una reforma tributaria que ayude a la mejor distribución de la riqueza.
Una perfecta radiografía de la realidad nacional de quien mira de lejos el bosque, sin el obstáculo de tener los árboles demasiado cerca.