Con poco conocimiento de esta realidad, Mireya Moscoso gritó a los cuatro vientos que ella no era "cualquier persona". Lo hizo al cuestionar la petición hecha por el Tribunal Electoral para que el Fiscal Electoral investigara su participación en actos donde se promovía la reelección de un legislador. Nada como sus propias palabras, para señalar las inconsistencias éticas de su comportamiento. La presidenta de la República no es cualquier persona, creo que todos estamos de acuerdo en eso. El 'pequeño' detalle es que la mandataria y el resto no coincidimos en la naturaleza de tal diferencia.
Para ella, su cargo es sinónimo de más privilegios, y por ende, de un rango más amplio de lo permitido. Para el resto -y para los principios que fundamentan un gobierno democrático- el sillón presidencial es equivalente a grandes responsabilidades, y por ende, a un rango más delimitado de lo éticamente aceptado. La presidenta no es cualquier persona y como tal tiene que cuidar excesivamente su proceder y su imagen. Bailar con un delincuente confeso como Carlos Afú, manifestar su deseo de que todos los legisladores sean como él y dar la impresión de que la línea entre los recursos estatales y los que favorecen a causas proselitistas es borrosa y traspasable, son comportamientos que exceden ampliamente el rango de lo permitido a un mandatario nacional.
Pero no hay sorprendidos, ni sorpresas, pues se trata simplemente del último capítulo de un historial presidencial colmado de inconsistencias e inmoralidades. Poco se puede esperar de quien tiene el criterio ético para opinar que "el nepotismo no es pecado" y el compromiso democrático para afirmar que "el camino va por que va" (¿va?). Lo peor es que de aprender a identificar lo que revelan sus propias palabras (con o sin terapia sociológica), será demasiado tarde. Ya Panamá pagó el precio de su incomprensión.