Cillian Dunne es un escritor irlandés-estadounidense que entrevistó a Carlos Wittgreen, el hombre más cercano a Noriega y considerado su “mano derecha”.
Lo que empezó como una conversación se convirtió en meses de convivencia. Wittgreen sabía que aquellas podían ser sus últimas declaraciones y, en efecto, lo fueron. Murió el 23 de marzo de 2025 a los 82 años de edad, ocho meses antes de que se publicara el libro que recoge su testimonio titulado The Right Hand Man (La mano derecha). Este artículo reúne esas confesiones, la dictadura contada desde adentro.

Noriega y la CIA: una relación temprana
Noriega estudió en la Escuela de las Américas, una institución militar estadounidense que formó a muchos dictadores y violadores de derechos humanos en América Latina. Recibió entrenamiento especializado en inteligencia y guerra psicológica.
Posteriormente empezó a trabajar para la Agencia de Inteligencia Central de los Estados Unidos, o la CIA por sus siglas en inglés (Central Intelligence Agency), en 1955.

La CIA se encarga de obtener información sobre países que considera una amenaza. La analiza y la presenta al presidente de Estados Unidos para tomar decisiones clave, muchas veces mediante espionaje y operaciones secretas que nunca llegan a conocerse públicamente.
En la década de los sesenta, Noriega conoció a Carlos Wittgreen, quien se convertiría en su hombre más leal.
El G-2, el narcotráfico y el doble juego
En 1970 -dos años después del golpe de Estado que derrocó a Arnulfo Arias- el dictador Omar Torrijos nombra a Noriega como jefe de inteligencia militar, el G-2. Desde el G-2, Noriega jugó en dos bandos: colaboraba como informante de la CIA y era narcotraficante.
Protegía cargamentos de droga mientras continuaba cooperando con la CIA, donde recibía un salario.
En 1976, George H. W. Bush asumió la dirección de la CIA. Según Wittgreen, Bush invitó a Manuel Antonio Noriega a Washington para conversar, y su salario habría ascendido hasta $200,000 anuales, es decir, unos $16,600 mensuales.

La muerte de Torrijos y el vacío de poder
El 31 de julio de 1981, la aeronave en la cual iba el general Omar Torrijos se accidenta en Cerro Marta, provincia de Coclé, y mueren todos. Aunque han persistido teorías sobre una conspiración de la CIA o de Noriega, Wittgreen afirma que se trató simplemente de un accidente.
Según Wittgreen, el piloto, Azael “Cholito” Adames, se encontraba distraído debido a que su esposa había dado a luz esa misma mañana. Torrijos, quien tenía una reunión urgente, presionó al piloto para despegar. Adames llegó tarde a la pista y, en medio de la prisa y el aumento de los vientos, se produjo el impacto fatal.
Cillian Dunne destaca que la muerte se da en un momento delicado después de que Estados Unidos intenta derrocarlo e incriminar a su hermano Moisés Torrijos por narcotráfico como palanca política. No obstante, Wittgreen se mantuvo firme: “Yo estuve allí. Vi los restos con mis propios ojos”.
Irán-Contra y el quiebre con Washington
La muerte de Torrijos dejó un vacío de poder que propició el ascenso de Noriega. La Comisión de la Verdad, creada en 2001 para esclarecer los hechos, documentó más de un centenar de muertos durante la dictadura militar (1968-1989). Pero fue durante el período de Noriega (1983-1989) que quedó en evidencia que el país se había convertido en un narcoestado. Sin embargo, funcionarios del gobierno de Estados Unidos le pedían favores e incluso lo felicitaban por el trabajo en la prevención del tráfico de drogas. “Te felicitamos por tu iniciativa y esperamos continuar trabajando nuestra relación de esfuerzo mutuo” decía una carta dirigida a Noriega en junio de 1984 el administrador de la Agencia de Control de Drogas (DEA), Francis Mullen, luego del decomiso por parte de las Fuerzas de Defensa de tanques de químicos para procesar cocaína.

En 1981, George H. W. Bush asumió la vicepresidencia de los Estados Unidos mientras se libraba una guerra civil en Nicaragua entre los sandinistas (comunistas) y los contras (anticomunistas).
El poder ejecutivo estadounidense buscaba apoyar a los contras para eliminar la influencia comunista en la región, pero el Congreso de Estados Unidos hizo ilegal el financiamiento y apoyo militar a los contras.
Así, el gobierno de Estados Unidos operó de manera clandestina: vendió armas a Irán y con esos recursos financió a la guerrilla de los “contras” nicaragüenses, utilizando a Manuel Antonio Noriega como intermediario o puente logístico y financiero. Este entramado se conoció posteriormente como el escándalo Irán-Contra.
Wittgreen confirmó que participó activamente en estas operaciones encubiertas del gobierno estadounidense. Admitió haber traficado armas, suministros y dinero para los contras por encargo de la CIA. Incluso relató que transportó personalmente seis millones de dólares en efectivo en un solo vuelo con destino a Nicaragua, destinados a financiar a ese grupo armado.

Posteriormente, el gobierno de Estados Unidos fue más allá. Le pidió a Noriega que las Fuerzas de Defensa de Panamá entrenaran a los contras y que, además, enviaran tropas panameñas a territorio nicaragüense para combatir al gobierno sandinista. Pero esta solicitud fue rotundamente rechazada por Noriega.
Como resultado, Bush se enfureció y lo regañó por negarse a cooperar. Según el testimonio de Noriega, Bush ignoró por completo los “innumerables favores” personales que el general panameño le había hecho a lo largo de los años. Noriega percibió que ese era el principio del fin de su relación con Bush.
La caída y la invasión
Wittgreen sostiene que después de este rechazo y el estallido del escándalo Irán-Contra, la narrativa estadounidense cambió de “la lucha contra el comunismo” a “la guerra contra las drogas” y convirtió a Noriega en un chivo expiatorio para desviar la atención de las vergüenzas internacionales anteriores y las ilegalidades cometidas.
En el libro, Wittgreen también denuncia que la Cruzada Civilista Nacional era parte de la maquinaria de inteligencia estadounidense para que el gobierno cayera desde adentro. El movimiento surgió el 9 de junio de 1987 como una reacción espontánea de los diferentes sectores de la sociedad panameña a las confesiones hechas por el entonces coronel de las Fuerzas de Defensa, Roberto Díaz Herrera, quien acusó a Noriega de estar involucrado en el narcotráfico y ser responsable de la muerte y desaparición de adversarios políticos, como el del médico Hugo Spadafora Franco.
Aurelio Barría, fundador de la Cruzada Civilista, sostiene que esa interpretación de los hechos es totalmente falsa. Reconoce que sí hubo un viaje a Filipinas, organizado por Estados Unidos, para conocer cómo la sociedad civil logró desplazar a su dictador y organizar elecciones libres. Sin embargo, subraya que todo lo demás fue iniciativa exclusiva de la población panameña y afirma que nunca habría puesto en riesgo la vida de su familia para servir a intereses estadounidenses.

Noriega fue acusado formalmente de narcotráfico en Estados Unidos y, al año siguiente, en 1989, George H. W. Bush llegó a la presidencia en medio de ataques de sus adversarios por sus antiguos y oscuros vínculos con el general panameño. Sin embargo, ya no había vínculo. Para el presidente Bush, Noriega era su objetivo principal.
El 5 de septiembre, en cadena nacional, el presidente Bush agarró una bolsa de droga y al final de la transmisión dijo:
“La Victoria sobre las drogas es nuestra causa…una causa justa…y con su ayuda… ¡vamos a ganar!”
El 15 de diciembre de 1989, Manuel Antonio Noriega declaró a Panamá en estado de guerra con Estados Unidos. Al día siguiente, fuerzas panameñas asesinaron a un militar estadounidense desarmado, hirieron a otro y sometieron a un interrogatorio violento a la esposa de un oficial, a quien amenazaron con abuso sexual.
4 días después, el presidente Bush lleva a cabo la operación “Causa Justa” en donde más de 25 mil soldados estadounidenses invaden Panamá, matando a cientos de panameños para poder sacar a Noriega del poder.

Wittgreen asegura que la invasión fue innecesaria. Afirma que los estadounidenses sabían dónde estaba Noriega y no necesitaban bombardear civiles para capturarlo.
Epílogo
Cillian Dunne, autor del libro, sostiene que la historia oficial vende la invasión como una gesta de liberación, pero la realidad es más oscura: Manuel Noriega fue, desde su juventud, el activo más valioso de Estados Unidos en la región.
Nunca se menciona que cuando Estados Unidos necesitaba que se deshicieran de su basura en Latinoamérica, Noriega era el hombre al que llamaban. Dunne no considera el libro como una revelación, sino que destaca un ciclo en el que Estados Unidos construye, financia, utiliza y luego descarta a esas personas y a la gente de ese país.
La invasión la considera una declaración, una declaración de “no se metan con nosotros”. Si solo se trató de Noriega, ¿por qué usar 30 mil soldados y bombardear los barrios más pobres?
En el 2015, a los 81 años, frente a las cámaras de televisión, Noriega dio una entrevista en la cual declaraba cerrar el ciclo de la era militar como el último general de ese grupo… pidiendo perdón. Se autocalificaba como hijo de Dios y estaba totalmente en paz consigo mismo. Sin embargo, no dio más declaraciones.
Dos años después, tras complicaciones de una cirugía para extirpar un tumor cerebral, Noriega exhaló por última vez en el Hospital Santo Tomás. A la fecha de esta publicación aún se buscan 236 desaparecidos de la invasión y se cifra el número documentado de muertos en 317.



