A través de una red de canales que serpentean el vasto lago Gatún, un equipo periodístico de La Prensa se adentró en el desconocido paraíso selvático de Cimarrón Paraíso. Este rincón apartado de Panamá, donde la vida transcurre en armonía con la naturaleza, parecía detenido en el tiempo.
La embarcación avanzaba en silencio, solo interrumpido por el canto de las aves y el eco distante del motor. En este paisaje verde, donde las aguas reflejan la majestuosidad de la naturaleza, vivía Adriana Martínez Dorigama, una mujer cuyo rostro ha sido un símbolo de la lucha por el reconocimiento cultural.
La casa de Adriana, construida de madera y rodeada por la frondosidad de la selva, es un reflejo de su vida y su identidad. Enraizada en las tradiciones del pueblo emberá, esta casa no solo le proporciona un hogar, sino que también alberga el testimonio de una vida que ha sido invisibilizada por décadas. En su mirada, se encuentra la historia no contada de su comunidad, un pueblo cuya cultura y legado han sido sistemáticamente olvidados.
El billete de la discordia
En 1992, el rostro de Adriana apareció sin su consentimiento en un billete de 10,000 pesos colombianos. Para ella, ver esa imagen fue un choque emocional, como “verme en un espejo que nunca supe que existía”. A lo largo de los años, su rostro circuló por Colombia en millones de transacciones, pero su identidad permaneció desconocida para la nación. Lo que parecía un honor se transformó en una herida abierta, un recordatorio constante de la apropiación cultural de la que fue víctima.
La historia detrás de esa imagen comenzó mucho antes de la creación del billete. Adriana recuerda que cuando tenía apenas ocho años, un antropólogo de Bogotá llamado Mauricio Pardo llegó a su comunidad en la región del Chocó colombiano. Este hombre, en su trabajo de investigación, vivió con su familia durante ocho años, tomando fotografías sin mayores explicaciones. “Él preguntó si podía tomar fotos de nosotros”, relata Adriana. “Nosotros dijimos que sí, sin saber que esas imágenes cambiarían nuestras vidas para siempre”.
Muchos años después, ya casada y viviendo en otra comunidad, Adriana recibió una noticia inesperada. “Un día, mi esposo vio un billete de 10,000 pesos y me dijo, ‘mujer, ¡es usted!’”, recuerda. Al principio, Adriana no lo creyó, pero al mirar más de cerca, se dio cuenta de que la imagen en el billete era una representación exacta de ella: su vestido, su peinado, incluso los aretes que usaba.
La conexión fue inmediata, pero el desconcierto también lo fue. “¿Cómo vamos a reclamar? No tenemos ni dinero para un abogado”, pensó en ese momento.
Cuando Adriana compartió la noticia con su familia, la reacción fue de alegría y asombro, pero también de una profunda ignorancia sobre lo que realmente implicaba tener su rostro en un billete. “Me hacían bromas, me decían, ‘tú eres una mujer grande, ¡saliste en un billete!’”.
Para ellos, era un motivo de orgullo, pero Adriana sabía que había algo más profundo detrás de esa imagen. No solo se trataba de un billete; se trataba de la apropiación de su identidad y la historia de su pueblo.
La huida de la violencia
Con el tiempo, las circunstancias en Colombia se volvieron más peligrosas para Adriana. El miedo a la violencia armada la llevó a tomar una decisión drástica. “Dije, me voy. Yo no quiero vivir en un lugar así”, recuerda.
Aunque su familia tenía tierras y cultivos, el miedo al conflicto armado la llevó a dejar todo atrás y mudarse a Panamá, buscando una vida más tranquila y segura. “Sentí una felicidad, una paz, aquí en Panamá. Desde ese momento, no regresé más a Colombia”.
Con el tiempo, Adriana comenzó a contar su historia a sus hijos y familiares en Panamá. “Siempre les decía, ‘salí en un billete de 10,000 allá en Colombia’”, recuerda. Para sus hijos, el hecho de que su madre hubiera sido inmortalizada en un billete fue motivo de orgullo.
“Qué maravilla, mamá, qué bonito”, le decían, sin comprender completamente las implicaciones de esa imagen en su vida. Sin embargo, Adriana sabía que lo que realmente importaba no era el billete en sí, sino el reconocimiento que su cultura y su pueblo merecían.
A pesar de la alegría que sentía su familia, Adriana se dio cuenta de que el proceso para reclamar lo que consideraba un derecho estaba lleno de obstáculos. “Mis sobrinos me decían, ‘tía, ¿por qué no reclamas el dinero? Tienes dinero en el banco’”, pero Adriana sabía que el dinero no era lo más importante. “Yo no tenía apoyo de nadie. ¿Cómo voy a reclamar si no tengo recursos? ¿Quién me va a ayudar?”, se preguntaba.
El llamado al reconocimiento
Para Adriana, no se trataba solo de un billete, sino de un llamado al reconocimiento. “Lo que más me importa es que me reconozcan”, declara.
Su hija Alejandra Dorigama también se manifiesta en esa misma línea: “Si el banco reconoce a mi mamá, para mí eso sería suficiente”, agrega.
La mujer no busca una compensación económica, sino que su lucha está centrada en que su identidad y la de su comunidad sean finalmente valoradas. El reconocimiento, para ella, es lo más importante.A pesar de sus esfuerzos, el camino hacia el reconocimiento no ha sido fácil. “El banco dice que es solo un producto de la imaginación de los artistas”, explica Adriana, visiblemente frustrada. A pesar de la negación por parte de las autoridades, ella mantiene la esperanza de que su lucha será escuchada y que algún día, su historia será reconocida y valorada por el mundo.
El viaje a Bogotá
El 25 de octubre de 2024, Adriana llegó a Bogotá, no como una turista, sino como una mujer que representaba a su pueblo, a su comunidad y a su cultura. Su llegada fue histórica. Los medios de comunicación y académicos se agolparon para escucharla, y su historia comenzó a tomar forma en un contexto más amplio. En el aeropuerto El Dorado, la recibieron con una calidez inesperada, pero las preguntas seguían siendo difíciles.
La recepción en Colombia fue cálida, pero cargada de preguntas difíciles. “¿Qué significa que el rostro de una mujer embera sea utilizado sin su consentimiento en un billete que circuló por años?”, le preguntaron. Adriana, con la calma que la caracteriza, respondía sin titubear: “Para ese entonces, yo era menor de edad. No me preguntaron de dónde era, simplemente tomaron la foto y la usaron”.
Uno de los principales actores que hicieron posible que Adriana viajara a Colombia fue Giraldo Tovar, fundador de la Asociación de Numismática de Colombia, quien escribió un libro sobre la historia de la mujer emberá. En su obra, también presenta todas las pruebas que señalan que ella es la mujer representada en el billete de 10,000 pesos colombianos.
“Hay demasiadas coincidencias entre Adriana y la mujer que aparece en el billete”, afirmó Tovar.
La esperanza de la justicia
A pesar de los obstáculos, la fe de Adriana no flaquea. “Aunque el Banco de la República de Colombia lo niegue, tengo fe en que algún día la verdad saldrá a la luz”, dice con convicción. Su esperanza está en que su historia inspire a otros y que, finalmente, el pueblo embera obtenga el respeto y el reconocimiento que se merece. “No es fácil, pero con fe y perseverancia, algo tiene que cambiar”, asegura.
De hecho, el pasado 23 de diciembre en Colombia se presentó una denuncia, para que se reconozca la figura de Adriana como la mujer que aparece en el billete, el cual dejó de circular en 1994.
Desde su hogar en Cimarrón Paraíso, Adriana continúa su lucha, no solo por justicia, sino también por la dignidad de su pueblo. Mientras las aguas del lago Gatún siguen reflejando la tranquilidad del paisaje panameño, la voz de Adriana Martínez Dorigama se eleva como un llamado a la memoria y al respeto. Su historia, la historia de la mujer del billete, es mucho más que una anécdota; es un recordatorio de que el reconocimiento de las culturas indígenas es esencial para sanar las heridas del pasado y construir un futuro más justo para todos.